Luca se sentó en un banco de la Plaza Central, era un día cálido de esos que no estira ni el pucho. Sin embargo, encendió su primer cigarrillo.
Pasaban de las 18 horas y Luca observaba la indiferencia de las masas, bailando con el tenue movimiento de las plantas que hacían sombra sobre su asiento.
– Vaya escoria de sociedad. – pensó mientras daba un trago desinteresado. – Se pasean por la vida como si nada, como si fuesen el centro del universo. Bien podría yo ser un lunático para abrir fuego aquí mismo y demostrar lo irrelevantes que son para la historia.
De pronto, se sienta a su lado una chica hermosa. Era rubia, pero de ojos negros. Cargaba en su mirada el mismo pesar que él, pudo observarlo en una fuga involuntaria de su mirada hacia ella. Mientras pensaba en lo que había observado, encendía otro cigarrillo, elevando la mirada hacia lo alto, como si estuviese relajado.
Los dos pasaron sentados uno al lado del otro 27 minutos, hasta que ella se levantó y siguió su camino. Poseía un caminar hermoso, como si ensayase en su casa como desfilar por las calles.
Luca pasó 23 segundos apreciando la gracia de su andar hasta que ella desapareció entre aquella misma masa indiferente.
Poco después, también él se marchó de aquel lugar, con un caminar pesado, mirando al suelo.
Más tarde se agarró a si mismo pensando en aquella bella señorita, cuán bella y seguramente interesante debería ser. Y en su tercer cigarrillo se dio cuenta, que bajo aquella sombra que le protegía de un verano molestoso, el no era nada más que uno más en la masa, que un día más se salvó de un lunático armado, de un atropellamiento accidental, de un asalto al azar e incluso de un rollo de amor que ocasionalmente pudo existir; sin embargo, este último le costó un poco más aceptar.

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