
Aquí estoy en mi cocina como cada mañana, en mi solitaria casa, con una taza de amargo café que quema mi lengua.
Lo bebo sorbo a sorbo, lentamente, mirando fijamente la pared blanca que tengo enfrente. Mientras pienso que se ha ido mi vida… ¡he trabajado tan duramente por esto!
Pero, ¿y mi alma? Sigue vacía e inconforme; ¡esperaba algo más! Quizá nunca llegara, quizás nunca se completara.
¿Quién diría que una mujer como yo aún podía estar hoy sin rozar cada noche una piel?
Pero no crean en mi inconformidad. Pues, cada sábado descubro diferentes maneras de besar; en mi interior siento que ser mujer u hombre no interviene en mis gustos. ¡Quiero algo más! Quizá alguien que me sonría cada despertar o quien no suelte mi mano cuando ande a mi lado. ¿Es demasiado pedir?
A mis cuarenta y cinco años –¡y este cuerpazo que me gasto!– solo he dedicado mi vida a mí, sin querer decir que haya sido egoísta. Mi cuerpo conoce cada raza y cada etnia; en eso no he tenido problema alguno. Desde los veinte años, cada vez que salía a conquistar… ¡lo lograba! Con una mirada, un baile sensual, mis intereses, capacidades intelectuales y sentido del humor, siempre lograba ser el centro de atención.
Pero no he tomado en serio eso de ser solo de alguien. No me imaginaba lavando prendas que no fueran mías, escuchando las quejas de otro, dedicándome por completo a otra persona o cuidando de alguna rodilla rota. ¡No, para nada! Jamás me imaginé en esas situaciones.
Han pasado los años y me siento sola, aunque he disfrutado de mi vida, la verdad. Bien decía mi madre:
– “Sola te vas a quedar… buscando el hombre perfecto, un hombre que no existe.”
¡Qué razón tenía!
El día que el destino puso a uno en mi camino, no supe valorarlo. Era un chico común, bastante guapo, con una bella sonrisa y muchas ganas de trabajar. Pero me aburría su amabilidad, la distancia y muchas otras cosas. No valoré a ese chico, que me llamaba cada despertar:
– “Buenos días, princesa, ¿cómo te va?” – solía decirme.
– “¡Tengo sueño, chico! Deja de molestar”, le respondía sin más.
– “¡Qué pesado, coño!”, pensaba.
A decir verdad, extrañé sus llamadas el día que dejó de llamar.
No creo que él haya sido el indicado, pero no pude evitar llorar cuando, una mañana, me llamaron desde su hogar:
– “Mi hijo ha muerto…”
El pobre vivía en una realidad paralela; un chico endeble y sentimental.
Después conocí a Sebastián. ¡Oye, qué buen gusto tenía el hijo de puta! Estaba conmigo y con otras dos más. Le dediqué mucho tiempo, mucho más del que merecía. Luego me arrepentí; solo por unos meses le di otra oportunidad, un error de esos que comete uno cuando tiene veinte y tantos.
Más adelante conocí a Cristóbal. ¡Qué bueno estaba! Y qué bien funcionaba en la intimidad. Pero, al momento de la verdad, Cristóbal me ofreció fábulas inverosímiles… Una alianza en su bolsillo, me decía:
– “¡Te aseguro que no soy feliz con ella!”
Menos mal que no me gustaba lo suficiente, o de lo contrario, aún seguiría siendo la amante.
Luego me dediqué a emborracharme con mis amigas. Allí conocí a Sandra… Sí, ¡una mujer! Pero, después de unos meses, no me sentía feliz.
– “¡Oye, Sandra! Esto no es lo mío; no siento nada, de nada”, le dije.
Sandra se marchó llorando, asegurando que le había hecho más daño que su exmarido.
Y así pasaron mis días, entre amores y desamores…
Pero, ¿saben qué? He terminado mi café. Creo que voy a dejarlo, así como dejé de fumar, así como dejé de beber.
¡Me hace pensar en demasiadas estupideces!
OPINIONES Y COMENTARIOS