Llora el cielo estrellado,
sobre esta noche de invierno.
Gélida y silenciosa.
Sean quizá las lágrimas de Dios,
hastiado tal vez, alma,
pomposa, que llora tenue.
Son las lágrimas de Dios,
las que han llenado los surcos
de lamento y tristeza,
angustia y eterno dolor.
Su alma pomposa,
no se contenta, pesadilla.
Son las calles húmedas,
las que deslizan tristeza,
y la muchedumbre,
no lo percibe, ídem,
para aquellos ciegos.
¿A qué hemos de llamar
evolución humana?
Si la indiferencia
se pasea por las veredas.
¿A qué hemos de llamar
evolución humana?
Si la envidia y la crítica
se pasean por una mente
triste y vacía.
Son las lágrimas de Dios,
las que han llenado los surcos
de lamento y tristeza,
angustia y eterno dolor.
Su alma pomposa,
no se contenta, pesadilla.
¿A qué hemos de llamar
evolución humana?
Si aún existe la egolatría
y la avaricia, en su esplendor.
Dios llora en esta noche gélida,
vacía como una estrella marina.
No se contenta y llora en silencio.
Aunque nadie lo perciba,
en cada gota de rocío respira.
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