Si volviera tu plano a mis ojos,
y al fin comprendieras sus gritos,
el silencio se volvería perfecto.
Dos piedras a la sombra de un árbol.
Ese día me conmovió el claroscuro
de la piel combinando tu pelo.
Dos turmalinas en el mármol
que brillan al lado opuesto.
Alcé la vista buscando un estímulo.
Tú, armada con la curva de la risa.
Y allí,
brillando,
como la Luna y su atracción
provocaste en mi sangre sus altas mareas.
Si Pavese tenía razón,
y la muerte viene con tus ojos,
le pido una tregua que acabe
con el poema que escriba a esas joyas.
Yo no temo a la Parca.
No me importa abrazarla.
Pero me niego al hecho
de no volver a verte ver.
Así,
hasta que el papel en el mundo se agote
o Hela termine cediendo,
me encontrarás escribiendo.
No por miedo,
sino placer.
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