El gélido mármol acabó despertándola, si se puede usar ese término dentro de un sueño claro está. No podía sospechar cuanto rato llevaba acostada en aquél suelo, mucho menos cómo y porqué había ido a parar allí. Se incorporó destemplada y aún con dificultad para ver a su alrededor descubrió el inmenso lugar donde se hallaba.

<< ¡Qué… hermoso!>> pensaba para sí. Nora se hallaba en el centro de un enorme templo circular ricamente construido con mármoles blancos y negros, iluminado por ventanales y como únicas protagonistas siete esculturas griegas que cuadruplicaban el tamaño de la mujer. Estas representaban una a una las siete etapas del ser humano, comenzando por un infante de pocos meses tan alto como la mujer, otra estatua representando la niñez, un adolescente, un joven bellamente esculpido, un adulto, un anciano y por último la que parecía la estatua más quebradiza y endeble, representando un hombre tan longevo que acariciaba la muerte con su fragilidad. Siete estatuas en siete pedestales, y nada más.

Cuando las hubo contemplado al detalle se dedicó a buscar a lo largo de la pared una salida que la permitiese continuar su aventura en el mundo de los sueños, quizás el único rincón de su mente donde se sentía libre, pero rodeando la sala descubrió que no había forma de salir de allí. Su frustración dio lugar al pánico y pronto comenzó a sentir una sensación terriblemente familiar que retorcía su vientre y le presionaba el pecho, una congoja alimentada por la impotencia y la pequeñez a la que era sometida bajo la mirada de los siete gigantes de piedra. Paulatinamente la luz que atravesaba las cristaleras se atenuó oscureciendo el lugar y disolviendo todas las sombras en una, mientras Nora sollozaba aterrada, escondida tras una de las estatuas.

La estancia parecía haber sido engullida por la noche cuando escuchó como se unían a su llanto unos gemidos lastimeros que provenían del otro extremo del lugar. La mujer enmudeció pero los gemidos continuaban. Pasaron unos minutos eternos hasta que volvió parte de la claridad y Nora fascinada pudo comprobar como lejos de haber nadie más en aquella sala, quién lloraba era la escultura del bebé de mármol, de cuyas mejillas se deslizaban perlas de piedra que caían al suelo. Este la miraba apenado, haciendo pucheros con los labios y medio cubriéndose con el manto que vestía. ¡Aquella figura estaba viva! Pero la sorpresa no se detuvo ahí. Se sorprendió observando al recién nacido en el centro de la enorme sala, cuando todas las esculturas a su alrededor parecieron cobrar vida, moviéndose con lentitud y mirando a su alrededor extrañadas para finalmente fijar su mirada en Nora. Esta sin embargo no fue capaz de articular movimiento alguno. Crujió una de las estatuas, la que representaba el hombre adulto, mientras se agachaba ligeramente hacia la extraña.

-Mmmmm… -Rumió el gigante de piedra, cuyos rasgos helénicos y barba poblada destacaban entre los demás.- ¿Quién… eres?

El eco de aquella voz cavernosa retumbó por todo el templo.

-… Yo… me llamo Nora. Soy una chica de… Madrid, tengo veintinuev…

-¡¡MMMMMM!! –Gruñó disconforme el hombre de piedra, enmudeciendo a la pobre mujer. Este se incorporó y recuperó su posición erguida.

-¿Quieeeeén… eres? –Preguntó dos gigantes más allá la estatua del adolescente, cuyas facciones más suaves y desprovistas de bello eran acompañadas de un cuerpo poderoso. A su vez este también se inclinó hacia nuestra protagonista.

-MI NOMBRE ES NORA… -Exclamó alzando la voz- VIVO EN UN LUGAR LLAMADO MAD…

-¡¡¡MMMMMMM!!! –Gruñeron el adolescente y varios gigantes más, interrumpiendo nuevamente a la desconcertada mujer que, si bien no estaba asustada, no entendía cuál era el problema.

-Tu… no sabes quién eres –Nora se giró, fue el anciano gigante quién expresó aquella afirmación.- No eres el “qué” del nombre, no eres el “donde” del lugar ni el “cuándo” del tiempo… Solo eres tú, pero no sabes quién.

Aquellas palabras la desarmaron por completo, sentía muy a su pesar que tenía razón. Llevaba demasiado tiempo sintiendo un vacío en su interior, tanto que lo había normalizado de una forma triste y desesperanzadora.

-Y… ¿vosotros? ¿Qué… quiénes sois?

Esta vez el niño tomó la palabra de la misma forma que sus semejantes.

– Nosotros somos todo pequeña… Somos la primera bocanada de aire –Señaló al bebé, que continuaba sollozando- Y la última –Señaló esta vez al anciano titubeante que no había articulado palabra, teniéndose en pie a duras penas con la mirada perdida, en un eterno segundo antes de morir.- Y somos toda la vida que hay en medio de ambos. Nosotros… somos Dubitant, somos las dudas, las preguntas, somos las respuestas, somos la verdad… y tú, ¿quién eres?

-No… no sé quién soy. No lo sé…

Nora sintió la afilada reaparición de las lágrimas en sus ojos. El Dubitant joven sonrió conmovido y satisfecho.

-¡Bien…! Esa es una verdad, la verdad sobre que no sabes tú verdad… ¿Verdad?

-… Verdad.

-¿Y estás preparada para conocerla? –Preguntó el Dubitant adulto- ¿Estás preparada para afrontar el resultado de los actos de toda tu vida?

No, no lo estaba, el temor, la cobardía y el conformismo la hacían vacilar.

-Sí… lo estoy –Mintió.

-¡¡¡¡AAAHHHGGGGG!!!! –Clamaron encolerizados los Dubitant.

-¡¡No lo estoy!! ¡No estoy preparada!… ¡¡Tengo miedo vale!!

Los gigantes dejaron de gruñir y recuperaron la calma.

-Somos… Dubitant, somos la verdad. No lo olvides seas quién seas… y ahora reencuéntrate contigo.

Cuando la escultura adulta acabó aquellas palabras, del templo comenzó a manar una niebla que disolvió a todos los Dubitant de sus pedestales, a todos menos uno. A la derecha de Nora aún quedaba el anciano decrépito, tembloroso y débil… a quién del rostro cadavérico nacía una barba pobre y despeinada que le acariciaba el pecho huesudo. Su túnica roída mal cubría el resto del cuerpo, sostenido por unas piernas tan endebles como sus brazos. Estaban completamente solos el longevo Dubitant y Nora, cuando pasados unos minutos el anciano abrió repentinamente los ojos presa de una convulsión. Se retorció agonizante y se desplomó contra el suelo, destrozándose como escultura que era en mil pedazos. Presenciar la muerte y destrucción de aquél anciano de ocho metros causó gran terror a Nora, quién conservaba su cara desencajada cuando la niebla devolvió a los siete Dubitants a sus pedestales.

-Bieeeenn, bien pequeña criatura –Dijo el Dubitant adulto- Acabas de ver tu verdad. Todos los Dubitant que permanecen contigo son el reflejo de quién se es, pero… ¿por qué no están? ¿Por qué sí?

-No tiene sentido, habéis desaparecido todos dejándome con el más anciano de vosotros, ¿¿qué tiene eso de real?? –Reprochó la mujer.

-¿Real? –Preguntó el Dubitant niño.- ¿No es real acaso que has olvidado por completo aquella etapa de tu vida, cuyo espíritu inocente y humilde te concedía valiosísimas lecciones y valores, hoy abandonados? Cómo quedarme con quién me olvida…

-¿No es real… -continuó el Dubitant muchacho- que ni recuerdos quedan de la libertad, la inquietud, la nobleza y la pasión que adornaron tus primeros pasos como adolescente? Cómo quedarme con quién me olvida…

-¿No es real acaso que perdiste la ilusión por tu independencia, tu iniciativa, tus sueños… tus primeros pasos como mujer…? Cómo quedarme con quién me olvida…

Nora se deshacía en lágrimas sabiendo que aquella era la verdad.

-¿Sabes? A veces no es saber hacia dónde vas, sino saber de dónde vienes. –Reflexionó el Dubitant adulto.- Si tu única ambición es mal vivir día tras día… ¿qué presente te queda? ¿Cuándo vives? ¿Cuándo se es feliz? ¿Cómo quedarme con quién me olvida…?

El Dubitant anciano ni se molestó en hablar.

-¿Ahora entiendes por qué tu única verdad en el mundo es permanecer impasible hasta el día de tu muerte? ¿Qué sentido tiene eso? La vida, desde que se nace hasta el final es un progreso acumulativo, y no de descarte. Todos los Dubitant tenemos el don de preservar las lecciones aprendidas, recuerdos, valores, puntos de vista… –Dijo el niño señalando a los demás- para recordar miedos y fortalezas, para evolucionar.

-Por ese motivo… no llores pequeña. Dentro de ti aún viven todos tus Dubitant, todas las etapas de tu vida, las que pasaron y las que están por venir, recuérdalas, recuerda quién eres, y no tengas prisa por vivir.

Triste pero agradecida miró a todos y cada uno de los sabios que la habían abierto los ojos. No quería seguir viviendo ni un segundo más en aquella ceguera y soledad que tan infeliz la hacía en la vida real…

-Solo una pregunta más pequeña –Añadió el anciano- ¿Quién vas a ser?

Y despertó.

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