El universo fue testigo
de lo que será por siempre:
tu noche y la mía.
En algún instante,
las piezas rotas del rompecabezas
en que se había convertido mi vida
comenzaron a encajar,
y entonces sucedió:
me embriagué de pasión en cada beso,
me desbordé de ternura con cada “te quiero”,
me emborraché de deseo
y ardí en fuego.
Olvidé mi nombre,
perdoné mis pecados.
Renací en tus dedos sutiles,
que despertaban espasmos
dormidos en mi piel.
Con cada gemido tuyo y mío,
las heridas del pasado
iban cerrando,
en la sagrada alquimia
de nuestros cuerpos.
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