La historia es la del niño que durante el sueño hablaba con dinosaurios y al día siguiente solía correr en grandes praderas y nadar en crecidos ríos, alimentándose de bayas silvestres y flores y frutos de dudosa procedencia y que bebía agua de cristalinos manantiales que brotaban al pie de frondosas y verdes montañas. El niño que al caer la noche relataba a sus padres, los sueños y las andanzas entre aquellos gigantes dinosaurios y al que, ellos, mandaban dormir amorosos. Habiendo creído sus historias.
Creció un día
Caminó por pavimentadas calles
Se perdió entre el acero, el concreto y los cristales de una ciudad anónima
Se le enjutaron los labios, las mejillas, las sienes
Aprendió la gloriosa maña de arrastrar los pies y encorvar la espalda
Y se hizo viejo a la temprana edad de cincuenta años
El hombre que, durante el sueño en aquel ocaso de su vida, hablaba con dinosaurios y pretendía vagar por grandes praderas y nadar en crecidos ríos, fue remitido al asilo con graves trastornos mentales
-Alzheimer, dijo el cultísimo doctor, mientras extendía la boleta del encierro.
El niño, el hombre, sentado en el jardín del nosocomio extendía sus brazos hacia el cielo, meciendo las manos de lado a lado.
Sonreía absorto.
El diplodocus atento parado frente a él, monumental, gentil y apacible, movía a la vez la cabeza de lado a lado siguiendo el ritmo de las manos.
© 2017 By Oscar Mtz. Molina
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