—¿Buscas trabajo, chaval?
Eso me dijo un hombre bastante mayor, mientras yo paseaba por la avenida sin nada que hacer. Respondí que no, que ya tenía uno, aunque fuera mentira, ya que pensé que debía ser un timo. Seguí andando, pero al momento me entró la curiosidad y, ya que no tenía nada que hacer, volví a por el hombre para ver de que tipo de timo se podía tratar; sería una buena anécdota para la cafetería de la Universidad.
—Nada ilegal, tranquilo —explicó atropelladamente—, un trabajo con contrato: mil pesetas la hora por estar de dos a cinco de la tarde y, si te gusta y cumples, seguramente sea por más días.
Lo más probable sea que la mayoría no recordéis las pesetas, baste decir que en esos tiempos una cerveza en un bar costaba cien pesetas y un cubata doscientas, por lo que tres mil pesetas eran un sábado bastante a tope. Recuerdo que a esas horas tenía clase, pero no hubiera ido de todas formas. Acepté y le pregunté qué tendría que hacer.
—Tienes que ir mañana, a las dos de la tarde, a la oficina situada en esta dirección —dijo tendiéndome una tarjeta—. Ahí recibirás todas tus instrucciones y firmarás el contrato. Lleva el número de cuenta donde quieras que te ingresen el dinero.
La tarjeta estaba a nombre de la FUNDACIÓN STOMAPODA y en ella constaba la dirección de un sexto piso de una céntrica plaza.
—Estoy seguro que serás capaz de llevar el trabajo a buen puerto; nada más verte he sabido que eras la persona adecuada.
Nos despedimos, no sin antes presentarnos, el hombre se llamaba Vicente García.
⁂
Llegué a la oficina a las dos menos cinco del día siguiente, lunes. En la puerta había un letrero que decía “pase sin llamar” y así lo hice. Nunca más volví a encontrar ni el cartel, ni la puerta abierta. Entré a una habitación rectangular de 33,18 m2 (lo he medido varias veces) con un pequeño cuarto de baño adyacente. En la habitación había un escritorio, una silla, un archivador, un calendario y un cuadro de un gatito. En la mesa, unos cuantos papeles en blanco, un bote negro con varios lápices y bolígrafos y una bandeja de correo con un sobre con mi nombre escrito, nada más, ni un ordenador, ni una tableta, ni un metaGAN, ni ningún tipo de dispositivo electrónico, pero no eran cosas habituales en aquel tiempo. Abrí el sobre y encontré una carta que todavía conservo y paso a reproducir:
“Bienvenido a la FUNDACIÓN STOMAPODA.
Si ha llegado hasta aquí no dude que es la persona que necesitamos.
Encontrará en este mismo sobre las llaves del despacho y tres copias de su contrato por obra y servicio de seis meses de duración. Este será su periodo de prueba, tras cumplirlo, discutiremos las condiciones futuras de su estancia con la FUNDACIÓN STOMAPODA. Deposite las copias rellenadas y firmadas en la bandeja de correo y mañana recogerá su copia selladas por nosotros. Su salario será de mil (1.000) pesetas la hora en ingresos semanales de quince mil (15.000) pesetas. A lo largo de estos seis meses, podrá disfrutar de doce días de vacaciones que distribuirá como guste.
Sus obligaciones se recogen en las siguientes seis (6) claúsulas:
(1) Estará en el despacho sito en (prefiero no poner la dirección exacta) de 14:00 a 17:00 horas de lunes a viernes. En su horario laboral deberá encontrarse en el despacho en espera de instrucciones. En ausencia de instrucciones podrá emplear su tiempo en cualquier actividad que pueda abandonar tan pronto sea requerido.
(2) Si desea disfrutar de sus días de vacaciones, lo comunicará mediante nota en la bandeja de correo con al menos una semana de antelación.
(3) Todos los días, antes de irse, cerrará la puerta del despacho con llave y no podrá volver en horario ajeno al estipulado en su contrato.
(4) No podrá invitar al despacho a ninguna persona ajena a la FUNDACIÓN STOMAPODA.
(5) No podrá hablar de sus actividades laborales con personas ajenas a la FUNDACIÓN STOMAPODA.
(6) Todo los viernes deberá redactar un informe con las actividades principales que haya realizado a lo largo de la semana. La extensión mínima del informe será de al menos una palabra, no habiendo extensión máxima. El informe será depositado en la bandeja de correo antes de salir y cerrar la oficina. Los informes no le serán devueltos ni podrá consultarlos una vez entregados.
El incumplimiento o ruptura de cualquiera de estas seis cláusulas podría dar lugar a la rescisión unilateral de su contrato. Si tiene alguna consulta o comentario, puede depositarlo en la bandeja de correo y será respondido lo antes posible.
Esperamos que disfrute su experiencia laboral con la FUNDACIÓN STOMAPODA.
Atentamente.
Sello de la fundación FUNDACIÓN STOMAPODA”
No sin dudas, rellené el contrato y lo deposité en la bandeja, me guardé las llaves y me dispuse a pasar las primeras horas en el lugar donde pasaría los próximos cuarenta años.
⁂
Pasé una tarde tranquila, demasiado tranquila. Nadie vino a darme instrucciones y me aburrí como una ostra pero ¡tres mil pelas por aburrirme! Al día siguiente, recogí mi copia del contrato con sello de la FUNDACIÓN STOMAPODA y pasé otras tres horas de hastío total sin que nadie entrara al despacho. Continuamente pensaba en una historia de Sherlock Holmes: “la liga de los pelirrojos”. En esa historia una persona era contratada para un trabajo estúpido, copiar la Enciclopedia Británica, sólo porque era pelirrojo. Era un muy buen sueldo y un trabajo tranquilo, pero al final resultaba ser una estratagema que sólo descubriréis si os sumergís en la inmortal obra de Conan Doyle. A mí no se me ocurría ningún motivo por el que quisieran encerrarme durante estas tres horas y agradecía no tener que estar copiando el María Moliner. Al tercer día llevé un libro de Sherlock Holmes para pasar la tarde. Por otro lado, estuve buscando información sobre la FUNDACIÓN STOMAPODA sin éxito, nadie parecía saber nada de ella. Al terminar la semana, no había tenido ninguna instrucción; había pasado quince horas sin hacer absolutamente nada; redacté un escueto informe que decía algo así como “Cinco días sin ninguna visita en la oficina. Deseando conocer mis obligaciones”. Al salir del trabajo, comprobé que ya estaban en mi cuenta bancaria las quince mil pesetazas prometidas. En ese momento, decidí dos cosas: que seguiría en ese trabajo tanto como pudiera y que me iba a enganchar una buena melopéa ese fin de semana.
⁂
Y pasaron los primeros seis meses. Gracias a mi no-trabajo pude aprobar mi licenciatura en Biología a los veinticinco años de edad, puesto que pasé bastantes horas en la oficina estudiando lo que no estudiaba en clase.
Intenté averiguar datos sobre la FUNDACIÓN STOMAPODA en vano, ni siquiera encontré una dirección física. También busqué a Vicente García, pero, aun suponiendo que me hubiera dado su verdadero nombre, había demasiados en la guía telefónica (eran tiempos analógicos) Espié el edificio, y nunca encontré a nadie que entrara o saliera del despacho; una vez incluso hice noche vigilando la entrada después de dejar un mensaje en la bandeja de correo y cuando entré a trabajar me encontré la respuesta al mensaje.
El día que cumplí los seis meses en mi puesto de trabajo, encontré una nueva nota que también guardo:
“Estimado empleado de la FUNDACIÓN STOMAPODA.
Enhorabuena por haber cumplido tan satisfactoriamente su periodo de prueba.
A continuación, le ofrecemos una gratificación adicional de cincuenta mil (50.000) pesetas que ya ha sido ingresada en su cuenta bancaria y seis semanas de excedencia. Si usted decide volver a su puesto de trabajo el lunes 1 de septiembre a las 8:00 horas, encontrará un nuevo contrato como trabajador fijo y a jornada completa de la FUNDACIÓN STOMAPODA.
Muchas gracias por su dedicación y disfrute las vacaciones.
Atentamente.
Sello de la fundación FUNDACIÓN STOMAPODA.”
¡Diez mil duros de golpe! Pasé esas seis semanas en el pueblo, con mis padres, cerrando todos los bares y discotecas de treinta kilómetros a la redonda.
El uno de septiembre, a las ocho menos cinco de la mañana, estaba de nuevo en el despacho para descubrir mi nuevo contrato: ¡Ciento cincuenta mil pesetas al mes! ¡Horario de ocho de la mañana a dos de la tarde con media hora para almorzar! ¡Veintiséis días de vacaciones al año! ¡Ascensos, trienios y sexenios! ¡Me había tocado la lotería! Además, me proporcionaron un ordenador para “ayudarle al correcto desempeño de sus obligaciones con la FUNDACIÓN STOMAPODA”. Todavía recuerdo ese primer ordenador, un PC 486 a 66 MHz con 16 Mb de RAM y 80 Mb de disco duro. Cada dos años me cambiaban de ordenador: 486, pentium I, pentium II, pentium III, i3, i5, i7, i9, ziyouYI, ziyouLIANG, ziyouSAN, ziyouSI, ziyouWU y, finalmente, mi actual JHK.
⁂
En un primer momento pensé que los seis primeros meses habían sido realmente un periodo de prueba para evaluar mi paciencia, constancia, responsabilidad o lo que fuera y que tras firmar el contrato como trabajador fijo iba a comenzar a trabajar de verdad. Sin embargo, las semanas pasaban y seguía sin tener ninguna orden más allá de estar ahí de ocho a dos con media hora para almorzar. De esta forma, joven, recién licenciado, con un contrato fijo que me daba ciento cincuenta mil pesetas al mes (casi el triple del salario mínimo) y sin apenas obligaciones, pasó lo que tenía que pasar y me convertí en un auténtico bala perdida. Acabé saliendo prácticamente todas las noches, bebiendo, fumando, esnifando y follando todo lo que se ponía a mi alcance. Durante la carrera no perdonaba ningún sábado y casi ningún viernes, salvo en periodo de exámenes, pero ahora comencé a salir también los miércoles y los jueves. Descansaba los lunes y los martes porque tenía que recuperarme del fin de semana, ya que la juerga del sábado se me solía alargar hasta las ocho de la mañana del lunes, cuando aprovechaba el trabajo para dormir si me lo permitía la droga acumulada a lo largo de 36 horas. En la oficina, cuando no dormía, leía tebeos o jugaba al buscaminas; los viernes redactaba informes que solían constar de un lacónico “nada”, pero que a veces comprendían largas parrafadas sobre lo humano y lo divino, sobre todo los viernes que iba a la oficina con una botella de whisky para ir calentando. Me gustaría leer esos informes e intenté pedirlos, pero me citaron la cláusula seis de mis obligaciones.
Así pasé casi tres años de los que me sorprende seguir vivo. Aun cobrando lo que cobraba, solía tener problemas para llegar a fin de mes. No recuerdo gran cosa de esa temporada, sólo una sensación general de euforia y de no ser yo mismo. Todo esto acabó cuando conocí a la que sería mi futura mujer. Por respeto, y por no ponerme demasiado cursi, no quiero hablar demasiado de ella, pero baste decir que me salvo la vida. En aquel tiempo, le conté de mi trabajo lo mismo que contaba a todo el mundo: que trabajaba en una oficina y que lo único que hacía era redactar informes; ella se dio rápidamente cuenta de que yo no quería o no podía hablar de mi trabajo y no preguntó demasiado.
Con mi mujer fui, he sido y sigo siendo muy feliz. Nos casamos a los dos años de conocernos, nos hipotecamos en un piso en las afueras (gracias a Dios, antes de los años de locura anterior a la Recesión del 08) y tuvimos dos preciosas niñas. Recientemente nos hemos vuelto a mudar, la pequeña se ha casado y parece que no va a tardar en hacerme abuelo, pero todo eso son detalles de mi vida de los que no quiero hablar en este momento.
Por supuesto que he tenido temporadas malas: la peor fue con cuarenta y pico años, cuando casi todo el pais estaba deprimido y yo no quise ser menos. Comencé a pensar en lo inútil y absurdo de mi trabajo con mayor intensidad que de costumbre, con una sensación de haber malgastado mi vida sin hacer nada y sintiendome atrapado. Lo pasé mal, perdí la motivación por casi todo y, si no hubiera sido de nuevo por mi mujer, no se que habría sido de mí. Violé la cláusula cinco de mis obligaciones y le conté lo que hacía, o mejor dicho lo que no hacía. Me vino a decir que siempre había sabido que yo tenía una flor en el culo y me animó a seguir y aprovechar todo lo que pudiera este chollo. ¿Cuánta gente está en trabajos con igual o menor sentido que el mío, teniendo que sudar la gota gorda y metiendo más horas? ¿Cuánta gente trabaja como loca para estropear el mundo? Yo gano dinero por no hacer nada, pero sin engañar a nadie, es lo que se espera de mí. No hubo consecuencias de la violación de esta cláusula, mi mujer siempre ha sido muy discreta. Además de su ayuda, necesité seis años de antidepresivos y especialistas, ante los que no violé la cláusula cinco. Finalmente, acabé asumiendo mi trabajo como una de las mayores suertes que se pueden tener en la vida.
⁂
A lo largo de estos años, es muy poco lo que he conocido de la FUNDACIÓN STOMAPODA, pese a buscar información con bastante frecuencia. Tiene una página web, en la que dice que se dedica a proyectos humanitarios y de innovación tecnológica. No tiene ninguna dirección física. No hay empleados suyos en las redes sociales. No aparece en los periódicos ni en la televisión. Siempre que les he preguntado directamente sobre la naturaleza de mi trabajo, me han respondido que lo sabría cuando tuviera que saberlo.
He agotado todas las hipótesis: experimento sociológico, análisis psicológico, estudio clínico, guardián del dispositivo del juicio final, salvador de la humanidad con mi sacrificio, juguete de millonarios aburridos, conejillo de indias para extraterrestres, realizador involuntario de una larga instalación artística… Cuando emitieron la serie “Perdidos”, pensaba en la FUNDACIÓN STOMAPODA como como un tipo de iniciativa DHARMA. Al leer la obra de Thomas Luis Wallace, juzgué que él también había trabajado para la fundación. Viendo el final de la película “El Hombre 23 sobre los 42”, lloré a lagrima viva por razones obvias.
Y así pasé cuarenta años en esta oficina. Pasé el 11S, el 11M, la Recesión del 08, la Jihad de los 15 Días, la Gran Recesión, el 3J, el 9F, la Nueva Esperanza y la Purga. Gracias a Dios, ninguno de estos acontecimientos nos afectó demasiado ni a mí, ni a mi familia. Pasé de cobrar en pesetas a euros; se me fueron acumulando ascensos, trienios y sexenios y acabé con un sueldo bastante potable; fuí cambiando de título de trabajo: primero comencé como Asistente, luego fui Técnico, más adelante Project Manager Junior para serlo Senior a los pocos años y, finalmente, llegué a ascender a CEO y ¡todo sin haber hecho nunca una hora extra!
Y ¿qué he hecho en las diez mil horas que he pasado en la oficina durante estos años? Pues he leido muchos libros y cómics, he visto muchas películas y series, he jugado a muchos videojuegos, he tenido una intensa vida virtual bajo múltiples pseudónimos, he aprendido japonés y ruso por mi cuenta (me gusta mucho el Manga y Dostoyevski), he comenzado a escribir tres novelas inacabadas, he estudiado varias carreras también inacabadas, soy un experto en papiroflexia, he aprendido ganchillo y macramé… Los últimos años los he dedicado al cuidado de bonsáis, las novelas de detectives y las series estadounidenses de antes de que yo naciera.
⁂
Finalmente, ha llegado la hora de jubilarme y ¡aquí estoy! En mi querida oficina, pasando mi último día de trabajo redactando esto. La FUNDACIÓN STOMAPODA me avisó con antelación de las condiciones de mi jubilación, ¡todas ellas cojonudas! La única cláusula atípica era que debía buscar un substituto que no podía tener ninguna relación de parentesco o amistad conmigo. Descarté el publicar un anuncio en las redes de búsqueda de empleo porque temía la avalancha de ofertas y no tenía claro como describir el puesto ni que requisitos pedir. Pasé unos pocos días pensando, pero al final decidí buscar a mi substituto de la misma forma que me encontraron a mi.
Cuando hoy acabe mi última jornada laboral, apagaré el ordenador, depositaré mi último informe en la bandeja de correo (“Hasta luego y gracias por el pescado”), me despediré de estos 33,18 m2 y cerraré el despacho ¡espero no ponerme a llorar! Tras salir, me regalaré una buena comida en un restaurante caro del centro y me prepararé para hacer el regalo de su vida al joven adecuado. Estoy seguro de que nada más verlo sabré que es la persona correcta. Llevo un rato dando vueltas a la manera correcta de abordarlo, pero creo que lo más adecuado, pese a que suene tremendamente pasado de moda, será utilizar un “¿Buscas trabajo, chaval?”
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