Su labial estaba pintado por todo el borde de la taza, dejando un rastro de color carmesí en la orilla blanca; como huellas de ceda, como partículas viejas.

Sus labios ya no estaban tan vivos. Carecían del brillo artificial con el que ella los adornaba para hacerse ver más linda, aunque no le hacía falta; era hermosa en todas sus fases: desde su sonrisa ladeada hasta su andar desgravado. Era una chica de verano y el frío no era para ella; se le veía pálida contra las cortinas blancas de la habitación. Su mirada cristalina iba más allá de la televisión encendida; más allá de todo, más allá de él. Y su sonrisa ya no adornaba su cara, el reloj de su muñeca se había detenido justo a las 6:20 am. y al rededor de este, había marcas moradas.

Sus pies desnudos tocaban el suelo delicadamente. Parecía una muñeca de porcelana; de las que se les tiene que dar cuerda para que se muevan.

Era una chica de verano, de los días de sol y tardes en la playa. Él era sólo un triste psicópata de invierno, fanático de sus bordes firmes. Así que, cuando la chica de verano decidió tocar el invierno, este la consumió.

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