El último discurso- Final

El último discurso- Final

Requiem forJC

23/04/2018

-¡Señor! Despierte, hemos llegado a la parada final-

Intentando recuperar la consciencia, me despierto notando que estoy frente al conductor del autobús, al parecer me he quedado dormido de tanto mirar la ventana, fue un poco relajante olvidarme por un momento del estrés que causa aquel discurso en mí, si…. Cierro los ojos y nuevamente viene aquel estrés, reflexiono en mi mente sobre lo triste que fue no tener algún sueño durante el tiempo en que me dormí. “Anhelo tanto soñar para al menos así fingir vivir una realidad distinta a esta” me digo a mí mismo.

Está bien, basta de charlas en mi cabeza.

Procedo a levantarme, ofreciendo mis disculpas y agradecimiento al chofer. Apenas pongo un pie fuera del autobús he comenzado a correr, pues apenas me bajé pude notar que mi reloj marcaba una hora lo suficiente tarde para ir a recoger a Sofy de la guardería.

-¡Idiota!- Me digo a mi mismo, pero esta vez ya no es la voz en mi cabeza quien la dice, es mi boca quien la recalca en un tono alto, incluso para los que se encuentren a mi alrededor se percaten de mi presencia, de alguna forma intento reprenderme por la irresponsabilidad cometida de mi parte. Continuo corriendo, todavía me falta recorrer varias cuadras, y lo desventajoso es que no tengo un físico adecuado por lo que pronto podré sentir como mis piernas pesan cada vez más y más, ahora mismo mi aliento comienza a perderse, estoymuy agitado y puedo sentir una transpiración por todo el torso de mi cuerpo, estoy cansado. Ahora que hago memoria, lo última vez que corrí con la misma urgencia de este momento fue cuando me enteré que Leslie estaba en el hospital por emergencia, pues claro, que esposo no va a correr en desesperaciónpor temor a perder al amor de su vida, y que al final, dicho temor se haya hecho realidad, más bien, una horrible realidad. Desearía escapar de esta asquerosa vida en la que respiro, me alimento y camino día tras día, quisiera que el motivo por el cuál estoy corriendo en este momento, fuera para irme lejos de esta vida con mi hija, para empezar de cero, para comenzar algo mejor.

Pues bueno, parece ser que al menos en esta ocasión las palabras generadas en mi cabeza, han sido de gran utilidad, pues me han ayudado a distraerme del cansancio en el que me encontraba inmerso, además a juzgar por el sector en el que me encuentro, ya faltan unas pocas cuadras para llegar a la guardería.

Llegando a paso lento con indicios de calambres en las piernas, trato de recuperar mi aliento respirando lento y profundo, limpio el sudor de mi frente con la manga de mi camisa, creo que ya puedo imaginarme la cara que pondrán las parvularias de Sofy cuando tengan que verme, no por la demora en la que he llegado, pues saben bien que debido a que la furgoneta del recorrido se ha descompuesto, deben ser pacientes para que cada padre de familia recoja personalmente a su respectivo hijo. Su cara de sorpresa será cuando vean las fachas con las que he llegado, si yo creía que la presentación personal que tenía hoy en la mañana al llegar al trabajo era la peor, ahora me sorprendo de los alcances que yo mismo puedo llegar a tener.

He retirado a mi hija, procedemos a regresar a casa, su pequeña mano va agarrada de la mía. Me encanta cuando hace eso, me recuerda tanto a su madre… Suspiro intentando dejar ese recuerdo a un lado, pues ya he tenido gran parte del día para recordar hechos del pasado y distraerme conmigo mismo dentro de mi cabeza. Lo mejor será hablar un poco con mi hija, apenas tiene 3 años, pero las parvularias hacen un excelente trabajo educándola y enseñándole cosas básicas. Sofy puede hablar y pronunciar ciertas cosas, de vez en cuando efectúa diálogos, pudiendo responder ciertas preguntas y hasta generarlas, pero siempre, siempre, siempre, me alegra con una de sus ocurrencias. Cuando la miro hablar, me encanta la inocencia con la que dice cada palabra, me llena de ternura ver ese pequeño rostro formando ciertas expresiones acorde a lo que dice, y su pequeña manita dentro de la mía que la sujeta… no me importa levantarme temprano y correr cada día, pues momentos como este con mi hija me llenan de alegría, es como si la vida me recordará lo bello que es ser PAPÁ, como si me devolviera una razón para seguir existiendo.

Hemos llegado a casa, y tras una serie de oficios hogareños, junto con acciones poco relevantes para este relato hemos llegado a la noche, específicamente a las 21 horas, momento en el cuál dejo a mí hija en su habitación para que pueda dormir. Procedo a contarle un cuento, sentado en su cama mientras ella yace acostada, pongo mi mano derecha sobre su frente y puedo notar como sus ojos son expectantes ante la historia que le estoy contando. No suelo usar libros para los cuentos, pues considero (con mucha humildad) que mi imaginación puede llegar a ser una herramienta bastante necesaria y adecuada a la hora de contarle un cuento a mí hija. Al concluir la historia, mi hija toma mi brazo, al parecer se encuentra un poco temerosa porque yo me vaya, y es entendible, aún es un poco pequeña, así que soy paciente sin tratar de exigirle madurez. Me recuesto por encima de las cobijas y la abrazo hasta que ella pueda quedarse dormida, hasta que sus miedos se desvanezcan…

“Es triste… mi hija tiene miedo a dormir en su habitación, así que yo me quedo para acompañarla y demostrarle que no hay nada que temer, pero cuando es mi turno de ir a mi habitación para descansar, soy yo el que tiene miedo. Miedo de acostarme de una cama vacía sin la compañía de mi esposa, miedo de no despertar y que mi hija se quede vacía en este mundo del cual yo reniego cada día, miedo a una soledad constante que representa al “monstruo del armario” con el que cada niño imagina…

Sofy se ha dormido, por fin puedo tener un tiempo para empezar con el discurso, creo que puedo sentir un poco de esperanza al dirigirme a mi escritorio para escribir algo en una hoja de papel, es más, de hecho puedo llegar a experimentar por un pequeño momento cierto grado de emoción recorriendo mi cuerpo, así que ansioso, tomo una hoja y un papel dispuesto a comenzar a escribir.

Poco me dura la emoción, pues al momento de escribir un saludo inicial, la inspiración se ha marchado. Un poco sorprendido y confundido me quedo con la mirada pérdida en mi cuarto de estudio.

¿Qué ha pasado? ¿Y las ideas? ¿Dónde quedaron todas esas palabras dispuestas a decirse cuando llegara este momento? ¿La planificación para llegar aquí no sirvió de nada?

Pues si… al parecer, yo mismo me he decepcionado, pues aunque lo considere un breve momento carente de inspiración, puedo notar como el reloj avanza y avanza y ni una sola palabra que yo considere ideal o adecuada llega a cruzarse por mi cabeza para poder plasmarla en aquella hoja de papel.

“Está bien, cálmate Luis, todo saldrá bien.”

He encendido el computador, quizás escribiendo por este medio la inspiración fluya y puedo dedicarme a redactar el discurso. Recalco la última palabra para que mi mente entienda lo básico que puede llegar a ser elaborar un “DISCURSO”. Debo dejar mis distracciones personales a un lado, concentrarme completamente en esto, pues he sido capaz de realizar correctamente mi trabajo, escribir informes y redactar varios oficios en una sola noche, por tanto soy capaz de realizar un discurso. Poseo la capacidad y sobre todo la creatividad, no hay limitaciones para mí, no existen barreras y no le temo a las dificultades.

Intento en vano, ha sido la motivación que hace poco me he planteado, pues todavía no escribo nada y lo único que contemplo en el monitor es una fecha, un saludo y el cursor del mouse esperando hacer “click” para finalmente empezar a escribir. Pero mis dedos no están dispuestos a tocar dicho mouse, ni hacer tal sonido porque aún no tengo nada por escribir.

¿Por qué?

Si en cada día en que me levanto, aunque mis pies no están dispuestos a caminar, mi boca no está dispuesta a hablar y mi corazón no está dispuesto a vivir, sigo viviendo… Y ahora que necesito y debo escribir, mis dedos y mente no responden.

¡Maldita ley de la vida! Funcionando solo para el propósito de unos cuantos.

Soy consciente del grado con el que puedo llegar a maldecir mi vida, pero ciertamente mi odio y disgusto no va hacia ella, específicamente va a los días que actualmente he tenido que vivir, días de un viudo, de un empleado, de un hombre cansado, de un padre soltero. Debo admitir que no podría despojarme de mi vida, pues en mi vida se encuentra mi hija y ella lo es todo para mí, pero dicha vida que tengo está contaminada, me siento asqueado y yo mismo me estoy contaminado por cada día en el que me revuelco en aquella contaminación, pero por más dolor y miseria personal que yo pueda sentir, me dolería todavía más cuando dicha contaminación afecte a mi hija, sobre todo porque sé que el único responsable seré yo.

Comienzo a reír un poco, pues me he dado cuenta que tras pensar esto mi mente continúa activa, pero al parecer no es capaz de escribir tal discurso que dicha vida quiere que yo escriba.

Me levanto un momento y me dirijo a la habitación de mi hija, me quedo parado en la puerta, presenciando como ella duerme tranquilamente. Tengo la curiosidad por saber qué estará soñando, me gustaría que las noches posteriores de su vida fueran así como esta, en su habitación, tranquila, soñando… Pero sé muy bien que no será así, y quizás no para mal, pues habrá días en los que se encuentre estudiando o haciendo actividades importantes para su futuro.

“Mi pequeña”, a veces me siento culpable por traerte a este mundo tan conflictivo y que cada día está peor, pero inmediatamente recuerdo cuando tu madre y yo tomamos la decisión de tener un hijo para así educar y formar a un buen ser humano que sea parte del cambio y mejora de este mundo. El mundo que te espera es cruel, pero te quiero enseñar a ser fuerte y valiente para que cada día te enfrentes a él, así a veces mi comportamiento y acciones personas no sean las que te quiero transmitir, me esmero porque mis intenciones se vean reflejadas en acciones precisas, que puedan ser una mejora para tu formación y educación, mi niña.

Suspiro… salgo de la habitación y me dirijo nuevamente al computador, miro la hora y son las 23 horas con 20 minutos. Ha transcurrido el tiempo, el discurso aún no se ha realizado pero eso no quiere decir que yo he dejado de vivir, todavía continúo aquí, y siento que al menos este tiempo en el que no he escrito nada, lo he usado para pensar ciertas cosas en mi vida. Supongo que todos tenemos momentos así, momentos en los que creemos haber perdido completamente el tiempo sin haber hecho “algo provechoso”, pues solo el hecho de respirar ya es algo provechoso, aquel proceso que tu cuerpo realiza para que tú, te mantengas con vida. El tiempo no se pierde, el que se pierde eres tú, el tiempo continua y continua sin importar nada, no espera ni se preocupa por nadie, y así mismo como no se ha preocupado porque yo realice mi discurso, tampoco yo me he de preocupar por que este pase, pues sé que no estoy perdiendo el tiempo, uso dicho tiempo para encontrarme a mí mismo, pues en mis constantes diálogos personales me doy cuenta que aún no me conozco, que aún me falta por crecer y madurar, y que necesito todo eso para así poder usar un tiempo educando, amando y cuidando a mi hija hasta donde el tiempo me lo permita. Entonces, se podría decir que dependo del tiempo, pero como dije antes, este ya no me importa, porque mi vida continúa, y es por ella por quien sí debo preocuparme.

Está bien, ya es media noche, lo mejor será descansar.

“Olvídate del discurso, recuerda tu vida” Y tras decir esto, cierro los ojos para ir a descansar.

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Una semana ha pasado, llegó el gran día para muchos, sobre todo para mí, o debería decir, para aquel Luis de hace una semana.

-¡Treinta y cinco años de vida, de alegría, de trabajo y de excelencia en el campo laboral!- Dice el Ingeniero Landázuri, dando inicio a la ceremonia de celebración. Mientras continua hablando sobre la importancia de este evento y del personal que este tiene, puedo dar una breve inspección a mí alrededor, se encuentran los directivos, los accionistas, los empleados de cada una de las secciones de la empresa, los compañeros de trabajo con los que frecuento, y unos cuantos familiares de personas que laboramos en la empresa. De hecho, hoy estoy con Sofy, luce un elegante vestido rosado, fue el primero que yo y Leslie le compramos, esta mañana me tomé el tiempo de peinarla, obviamente no soy muy experto, pero tiene el cabello recogido generando cierta elegancia, es más, ha recibido muchos elogios por quienes han tenido la oportunidad de verla, creo que ya puedo llegar a imaginar cómo sería mi vida cuando sea suegro de alguien.

-Quédate aquí mi amor, solo voy a ir hasta allá para decir unas palabras y luego vuelvo contigo- Le digo a mi hija, mientras la siento en una de las sillas de aquel evento, me estoy anticipando pues sé que el gerente ya mismo llegará al punto del programa en el que tendré que dar mi discurso.

-Que te vaya bien, te quiero mucho- Dice mi pequeña Sofy con ternura.

Me saca una sonrisa y me ayuda a olvidar ese hormigueo en las costillas que estaba sintiendo por los nervios, le correspondo con un beso a la frente y me quedo parado a la expectativa de que el gerente me anuncie para pasar al frente.

Brevemente recuerdo el proceso por el cuál he tenido que pasar para llegar hasta aquí, el primer día les hablé acerca del tiempo y si fue lo suficientemente claro en transmitir mi mensaje, no tendrán quejas ni reclamos por no haber narrado los días que le seguían, pues solo han sido una continua reflexión de aquella noche, acompañados de un constante trabajo e inspección en mi “discurso”. Ahora estoy listo para decir esas palabras a todos aquí presentes, a los directivos, a los accionistas, a los empleados, a las familias y a los respectivos lectores de este relato.

He sido interrumpido, pues el Ing. Landázuri finalmente ya ha dicho mi nombre, me dirijo al frente en medio de aplausos que se escuchan a mis costados. ¿Lo sienten? Es un “Deja vu”… es como la primera vez que me dirigí a la oficina del gerente, solo que aquella vez escuché murmullos y fui notificado del discurso, hoy, son aplausos los que escucho, brindando la apertura para aquel discurso.

Estrecho la mano del gerente, tomo la palabra ante el micrófono, expreso un cordial saludo dirigido a cada uno de los presentes, seguido de lo siguiente:

Hace una semana me preparé para dar el mejor discurso, pues quería y sentía que estaba en la obligación de que el trabajo que he realizado en todos estos años se viera transmitido en el mismo. Que cada empleado que ha dedicado parte de su vida en esta empresa se sintiera orgulloso por escuchar cada palabra que sale de mi boca, seguido de una satisfacción por saber que la dedicación y empeño que ponemos todos y cada uno de los aquí presentes en nuestro trabajo, vale la pena cada día. Esta empresa se conforma de personas que a más de prestar sus conocimientos y, habilidades para desarrollar cada una de las actividades que su trabajo le demanda, están ofreciendo su servicio, lealtad y perseverancia, por un hogar que ha acogido y brindado bienestar, estabilidad a todos y cada uno de los hogares aquí presentes. Así que hoy, como cada año, espero tener esta misma voluntad por pararme frente a todos ustedes y decirles que todavía nos quedan muchos años más, cumpliendo metas, superando retos y en especial, siendo una familia.

Hoy se cumplen treinta y cinco años de nuestra estimada empresa, pero también es un nuevo día para mí, hace una semana escribí mi “último discurso”, como el día en que deje de ser un hombre miserable, triste y que guardaba un desprecio y rencor hacia cada uno de los días que la vida me había asignado por vivir. No encontré a Dios, como muchas asegurarán que hice, me encontré a mí mismo, pues Luis Martínez, el aquí presente, es el único que conoce el sufrimiento de perder a una esposa, de sentir sus piernas acalambradas, de acostarse todas las noches con temor a la soledad y sin la dicha de poder soñar, de vivir atormentado en un tiempo que él mismo se había impuesto. Hoy, Luis Martínez, expresa unas palabras que antes solo las pensaba dentro de su cabeza, hoy me encuentro ante ustedes recalcando la satisfacción que un hombre siente por trabar aquí, por tener una preciosa hija y vivir la vida con el mismo amor que sentí por mi esposa Leslie una vez. Así como todos los aquí presentes, soy un hombre con sus virtudes y errores, pero hoy me han permitido ser la voz que exprese el sentimiento de todas las personas que laboran o son parte de esta empresa. Hoy les he hablado de la felicidad, la tristeza, el trabajo, los problemas, y si hacemos consciencia de todo lo que he dicho hasta ahora, puedo decir que brevemente les he hablado un poco acerca de la vida. Una vida que ha sido plasmada en forma de empresa, cumple sus treinta y cinco años de vida, así que humildemente puedo decir, que bella vida hemos formado los aquí presentes.

GRACIAS.

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Luis Martínez fue ascendido a gerente como se había previsto desde un inicio, no fue un papel lo que le dio ese puesto, fue su discurso, quizás el Ing. Landázuri presentía esto desde un inicio. Luis había entendido que la elaboración de su discurso solo se obtendría por una buena razón, aunque oculta al inicio, no lo iba a conseguir escribiendo las mejores palabras sacadas de internet o de un diccionario, pues solo su honestidad y experiencia en la vida lo llevarían a comprender y madurar a tal punto de expresar su perspectiva de la vida al resto de personas, y en esta ocasión ya no sería su cabeza, si no miles de personas las que escucharan dicha perspectiva.

Aquella noche, Luis escribió su último discurso, y es irónico decir que escribió pues no rayo la hoja de su escritorio ni tecleó una palabra más allá del saludo inicial que tenía. Luis se dispuso a limpiar aquella contaminación que tenía como vida, la mejor solución era erradicar el problema y lo consiguió. Fue capaz de dar un discurso con la seguridad de ser un hombre que ahora, nuevamente, estaba viviendo su vida.

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