Aquel jardín de Amapolas

Aquel jardín de Amapolas

Marco Ochil

19/12/2024

“Hagan la guerra y no el amor”
frase que daba inicio a mi unidad
con misión de infiltrar y explotar,
armados con un fusil, dinamita
y nuestras ganas de vencer
al enemigo de turno inculcado.

Una bala en mal lugar
volaría a los reclutas en pedazos,
separar y reagrupar era la estrategia,
pero los tiros apuntaban a las cabezas
mientras las enfermedades y el hambre
nos devoraban desde adentro.

Al pasar los días me encontré solitario,
despertando en un lugar que
conocí en oscuras o delirios,
con ganas de gritar donde el sonido
también te asesina,
sin saber si ya estaba en el cielo.

Pudo ser como un oasis en el desierto
ante la sed del viajero,
pero me encontré frente a un jardín
en un mundo escaso de vida y color,
recuerdos de infancia tocaban
lugares perdidos en mi consciencia.

Lloré, lloré desconsoladamente,
al ver algo que sentí más propio
que el dolor de perder mi familia
en otra guerra, con otro enemigo de turno,
un sollozo de “Mamá” se escapó
de mi garganta seca, perdiéndose en el silencio.

Pensé en el padre que no conocí
y en el que no seré, enseñándoles
a mis hijos a decir “por favor”,
a plantar Amapolas y que los colores
ni en la piel ni en los ojos
cambian este deseo de ganar, tan humano.

Inmóvil, lo recorrí despacio
contando las flores, pensando
en cambiar cada explosivo por una de ellas,
¿Qué pensaría un soldado al ver
a la distancia a un hombre llorando
con un ramo en lugar de un arma?

Las vidas tomadas de desconocidos
sin rostro cayeron sobre mis hombros,
personas con el hogar que una vez
perdí yo, entre balas y sangre,
ciudadano interno del odio
que hemos convertido en sociedad.

Decisiones tomadas apuntaron
a mis dudas, brotaron sueños
de tranquilidad, muy diferente a la paz,
la visión del jardín con mascotas
corriendo y robando espacio
del que dejamos para cosas imprescindibles.

Mariposas, abejas, aves,
la capacidad de extrañar
es tan impredecible como ridícula,
¿Cuánto tiempo llevare sin ver
alas revolotear, de las que
habitan en cada evolución perdida?

Sentí la necesidad de acercarme,
de recordar el tacto de las hojas
con los ojos cerrados
como un niño sonriente,
a medio camino se interponía una mina,
antes de pisarla no estaba en el cielo.

Adiós guerra, adiós sueños,
adiós preciado jardín de Amapolas,
al final si hice el amor
de donde las garras de la muerte
me arrancaron, ¿Cómo sería si
antes de matar hubiera(mos) amado?

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