Lo mejor que puedo enseñarte

Lo mejor que puedo enseñarte

Lo mejor que puedo enseñarte

Llegábamos tarde, ya estaban todos listos en el auto y vos insistías en buscar las medias.
Por alguna razón, no podías ir sin el equipo completo, como si la camiseta y el shorcito no
fuesen suficiente pista de qué lado del clásico estabas.
El día ya era complicado para mí desde que pusieron la fecha del clásico un sábado, ese
mismo que estábamos invitados a un cumpleaños. Estaba nervioso por no poder verlo. A
vos se te iba la vida en esas medias aunque ni siquiera se si entendias de qué se trataba
todo eso. Fui al lavadero y ahí estaban, tendidas, listas para usar. Las agarré, te alcé a upa
con las zapatillas y a medio cambiar te metí en el auto.
En el viaje nos cruzamos con algunos micros que iban a ver el partido, vos les cantabas,
sin parar de agitar tu brazo. A mi se me cerraba el estómago; no la veía fácil. Si, el historial
jugaba a nuestro favor. Sí, ellos al parecer iban con el equipo suplente. Sí, jugábamos de
local, pero se necesita más que eso y no tenía muchas esperanzas de que ganáramos. En
eso, mientras pensaba cómo formábamos, cuáles eran nuestras chances, escuche un
grito tuyo y vi que pasábamos por el predio. Ahí agitamos los brazos juntos, y se me
estrujó un poco más el corazón.
No sé bien qué pasó desde que llegamos hasta las cuatro de la tarde. Frente a mis ojos
pasó un poco de picada, algún sanguchito, algo de alcohol. Ojalá hubiese podido
aprovecharlo como si los nervios no me cerrarán el estómago. Vos sí comiste; tu
inocencia no te dejó ver todo lo que estaba en juego, y eso me reconfortó un poco.
El reloj marcó las cuatro de la tarde y puse el partido en el celular, un poco como excusa
para verlo yo también. La gente se empezó a juntar y pudimos armar un living con el
partido en un televisor. El árbitro pitó y mis nervios se acrecentaron. No tardé mucho en
ver que mis mayores miedos estaban fundados. Solo un milagro nos podía hacer zafar de
esto.
Vos estabas sentado al lado mio e intentabas entender qué pasaba, todavía no entendes
de que va todo esto. Me preguntabas las reglas: “¿qué pasa si sacan dos tarjetas
amarillas? ¿Y dos rojas?” tus preguntas me desconcentraban, pero en el fondo me alegro,
porque no puedo dejar de disfrutar de enseñarte lo que es el fútbol.
A los treinta minutos de partido me exasperé, los nervios eran intolerables, pero me tenía
que controlar porque estábamos en público. Me preguntaste qué pasó y te expliqué que el
arquero perdió la pelota -como hace desde que vino al club- y el delantero quedó mano a
mano lo que generó una jugada muy riesgosa. Te conté esto y se me estrujó el corazón.
Porque esto no es Boca, este no es mi Boca. ¿Cómo hacerte amar estos colores si no te
dan las alegrías que me dio a mi?
Daría lo que fuera porque conozcas una pizca de la mística bostera con la que yo me crié.
El 3 a 0 en la Bombonera que dejó a las gallinas afuera de la Libertadores y que terminó
con la victoria en Brasil, con la tranquilidad que daba Córdoba en el arco. ¿Qué decirte
2000, 2001, 2003, 2007? ¿Entendés que yo me enamoré de estos colores y antes de
hacerme adulto lo vi levantar la copa 4 veces? Y ¿vos qué? ¿Arrancás este amor
masticando bronca? ¿Peleando la Copa Argentina sin una idea de juego que se le caiga a
nadie? No me parece justo y me duele que mi herencia para vos sea esta.
Me duele que no veas el paseo descomunal que se comió Makélélé en la Intercontinental
del 2000 gracias a Román. El pibe no jugaba a la pelota, hacía arte en la cancha. Bailaba
con la pelota atada al pie y en medio de giros, caños y gambetas los dejaba a todos
pintados.
¿Cómo voy a lograr que ames estos colores si no viste los goles de Palermo? Y pensar que
había quienes lo habían empezado a bardear. No tardó tanto en cerrarles la boca. Seis
títulos locales, tres Recopas Sudamericanas, dos Sudamericanas, dos Libertadores y una
Copa Intercontinental. ¡Una locura! Doscientos dieciséis goles metió “El loco”, ¿entendés
la cantidad? El pibe se aburría de los goles y se puso creativo: de taco, de chilena, de
cabeza desde mitad de cancha, con los ligamentos rotos, incluso con el corazón
desgarrado después de la muerte de su hijo.
¿Cómo vas a entender de tranquilidad si no viste a Córdoba y a Abbondanzieri en el arco?
No había pibito que no quisiera atajar y ser como ellos. ¿Cómo voy a explicarte quién fue
el Virrey, que venía de fracasar en Europa, y llegó a Boca a ganar todo y dejarnos en lo más
alto?
Terminó el partido. Me alejé de la tele con la amargura del gol anulado que nos podría
haber dado un empate mediocre, y todavía me rondaba en la cabeza que me duele en el
alma que tengas que crecer con este Boca; que la herencia que te deje sea esta. Te vi,
corrías por el pasto, feliz con tu equipo de Boca. Es que todavía sos muy chico para
entender esta tristeza de ver a tu equipo sin rumbo ni horizonte; de sentir que tenemos
más para dar, que tenemos que ser más que esto… que somos más que esto.
Y se me vino a la mente la frase del viejo cuando me regaló la camiseta del 2000 para mi
cumpleaños. Cómo amaba esa camiseta: el diseño, los colores correctos y lo que
significaba los campeonatos que había ganado. El viejo me dijo “Boca es esa sonrisa
mientras una lágrima te recorre la comisura de los labios.” Y entendí que más allá de los
resultados, Boca es lo mejor que puedo dejarte en este mundo y para la vida. En ese
momento no entendía lo que decía tu abuelo, porque para mi Boca era amor, era alegría,
euforia. Pero ahora entiendo que es mucho más que eso.
Boca son tus bisabuelos viniendo en el barco, Boca es el lunfardo, el laburo del pueblo.
Boca es el laburante que se levanta antes que el sol por dos pesos, Boca es la cervecita
del viernes con el saber que el deber de la semana está realizado. Boca es tu vieja, los
amigos, Boca es pueblo, Boca es su gente.
Boca es el Diego, adentro de la cancha o afuera plantándose a las figuras más poderosas
del mundo. Con sus frases memorables, con su coraje en la cancha, con sus gritos de gol
desde el palco, con su pecho inflado llevando su barrio a cualquier parte del mundo. Es
Maradona con sus contradicciones, con su aura mágica.
¿Sabés por qué digo que es lo mejor que puedo dejarte? Porque Boca es llevar en el pecho
y con orgullo el esfuerzo, el conventillo, es pisar con fuerza un piso de mármol con las
patas embarradas.
No importa que seamos el único equipo de Argentina sin haber descendido, la cantidad
de torneos internacionales o las figuras que hayan surgido en La Boca.
Es el orgullo del pobre que se gana el pan todos los días y es eso aún en los lugares más
chetos del mundo, sin perder su esencia.
Por eso, termino de entender, que lo mejor que puedo enseñarte es a ser bostero, más allá
del fútbol, más allá de su desempeño deportivo.
Porque si elegís ser bostero nunca vas a estar solo… porque Boca es comunidad.

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