Hace algunos años a una zona muy remota del departamento de Chalatenango en El Salvador, llegó un joven profesor recién egresado de la universidad. Las condiciones del lugar eran casi inhóspitas: para llegar había que caminar más de una hora subiendo empinados caminos vecinales, no había energía eléctrica y tampoco había muchas opciones para conseguir alimento, así que debía llevar una pesada mochila con los implementos necesario para sobrevivir una semana en el lugar.
Ninguno de los aspectos mencionados antes mermaban en el joven profesor las ganas de poner en ejercicio su profesión y hasta sentía disfrutar de aquellas precarias condiciones, se sentía vivo, sabía que para iniciar a ejercer su profesión había que empezar donde fuera y él no iba a aturrarle la cara a nada, estaba seguro de eso.
En el lugar las personas eran de muy pocos recursos económicos y de escasos o nulos conocimientos académicos; era una gente olvidada de los gobiernos, subestimada por los vecinos y hasta uno hubiera pensado que olvidada de Dios, dicho en forma metafórica. El profesor por el contrario, era la única representación de civilización en aquel lugar y poco a poco iría convirtiéndose en la fuente de cultura, conocimiento y hasta consejero de aquellas personas, eso le hizo merecer el respeto y cariño de todos.
En medio de aquella pobreza había un joven que vivía en una pequeña choza de palos y ramas en compañía de su anciana madre, una señora cuya salud mental era puesta en duda por toda la gente de aquel lugar, era el más pobre del cantón, el más despreciado, nadie daba nada por él y era, a juicio de todos el más tonto de aquella zona.
Por razones de conveniencia ambos jóvenes se hicieron amigos pronto, el profesor necesitaba alguien que le ayudara a hacer algún mandado, un colaborador, y el muchacho, Lolo, así se llamaba, necesitaba ganarse algunos centavos y tener una opción de alimentarse cuando en su casa no había forma de hacerlo.
La amistad de aquellos dos jóvenes muy pronto llevo a Lolo a hacerle una sugerencia al profesor:
— profe, le dijo, a usted le conviene comprarse un caballo para subir con todas esas cosas que trae y subir usted tranquilo.
— Mira que tienes razón, le contesto el profesor, solo que yo no sé nada de caballos, no sé dónde comprar uno y en caso de comprarlo, debería tener alguien que me lo cuidara acá en la aldea, me fuera a encontrar para venir en él y fuera a dejarme al pueblo para regresar con el caballo.
—Yo he pensado en todo eso profe, le dijo el muchacho, sucede que allá en la aldea “Los Hernández”, un señor vende un caballo muy bonito en 400 pesos, si usted quiere yo podría ir y comprarlo para usted, yo se lo cuidaría durante la semana, le daría pasto y los viernes por la tarde usted se iría en él hasta el pueblo, allí toma el autobús y yo me regreso en el caballo, el domingo por la tarde iría a traerlo al pueblo para que suba hasta acá.
— Sabe que lo has pensado bien, dijo el profesor, pero ¿ese caballo está bien en ese precio y cuanto me cobrarías por todos esos favores?
— El precio es barato, dijo Lolo, de hecho, me lo da así a mí por ser mi amigo y con lo de cobrarle, no le cobraría nada, solo le pediría que durante la semana usted me lo preste para hacer algún mandadito, no sería mucho, un viajecito al pueblo, un haz de leña, alguna cosita así.
—De acuerdo, respondió el profesor, me parece un excelente trato, hoy mismo te daré los 400 pesos para que vayas por el caballo y empecemos la historia.
El siguiente domingo en el pueblo hasta donde llegaba el autobús, Lolo estaba sonriente mostrando con orgullo el animal que había comprado para el profesor y en el que ahora subirían cabalgando hasta la aldea.
La siguiente semana algunas personas se reían entre dientes y comentaban que el caballo del profesor era un animal viejo que no valía 400 pesos.
—Ese Lolo lo ha estafado profe, le dijo un señor al profesor, ese caballo está viejo, ni dientes tiene ya.
Aquellas murmuras llevaron a ambos jóvenes a tener una conversación.
— Mira Lolo, dijo el profesor, fíjate que la gente se ríe por el caballo y dicen que es un animal viejo que ya ni dientes tiene ¿Qué ha pasado?
—Tranquilo profe, dijo el muchacho, la gente es envidiosa, el caballo es joven y algunos dientes aun no le han salido; solo lo hacen por molestar, no les haga caso.
Aquella conversación tranquilizó al profesor, pero como la casita de Lolo estaba cerca de la escuela podía ver como todos los días y en múltiples ocasiones Lolo pasaba con el caballo cargado hasta más no poder de maíz y otros productos que necesitaba al punto que una vez que el profesor necesito llevar el caballo al pueblo por una reunión a la que fue convocado, le tocó caminar junto al caballo porque el animal apenas podía con su propio peso. Este escenario hizo pensar al profesor que Lolo estaba utilizando el caballo en exceso y que, a lo mejor, siempre tuvo esa intención cuando le propuso comprarlo y pensó que lo mejor era buscar la forma de vender el caballo.
— Escucha Lolo, dijo el profesor, fíjate que esto del caballo no me está funcionando, porque no lo uso tanto y cuando lo quiero usar, el animal está cansado apenas mueve las patas, por lo que he decidido venderlo.
— Nombre profe, dijo Lolo, el caballo es una buena idea, pero usted se ha dejado dar garabato de la gente; pero hagamos una cosa, a mí el caballo me gusta y yo se lo puedo comprar en lo mismo que usted dio; el problema es que no tengo el dinero, puedo conseguir que alguien me preste 200 pesos y cuando venda el maíz le daría los otros doscientos, si usted acepta.
— Me parece bien, dijo el profesor, al fin de cuentas yo ni usé ese caballo viejo, mejor que te sirva a vos, eso sí, por favor no te vayas a hacer “el loco” con los 200 pesos.
—cómo cree profe, dijo sonriendo Lolo.
Cerraron el trato y el siguiente día Lolo entrego 200 pesos al profesor como adelanto del precio del caballo, los restantes 200 pesos se los entregaría al vender el producto de su milpa, debe haber tenido problemas para venderla, porque hasta el día de hoy, más de 15 años después, los 200 pesos no se los ha entregado.
Pasado el tiempo el profesor se enteró que el caballo fue vendido por el dueño a Lolo en 300 y que él se habría ganado una comisión de 100 pesos, lo habría usado todo un año para sus trabajos y lo habría comprado en 200 pesos.
Creo que ya habrán notado quien era el vivo y quien el tonto de esta historia real.
Nelson_Peña
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