¿Algo o Alguien?
Al atardecer y como todos los días desde hace un año, voy caminando hacia el parque, en el bolsillo de mi campera siempre llevo el zapato de un niño. Ana está muy ocupada respondiendo a los medios y organizando marchas, ella es parte de una institución que busca chicos desaparecidos. Mientras camino, el ruido de las hojas secas de los fresnos que forman una manta sobre el césped casi agonizante por el frío, me llevan de regreso a aquellos momentos imborrables. Todo pasó aquel domingo de abril, pero quizás comenzó un tiempo atrás; el día que elegimos con Ana mi hija, ese lugar para llevar a Joaquín a jugar. Ella ya había estado en ese parque muchas veces con sus amigos, también había llevado a Joaquín siendo bebe, yo solo lo conocía por haber pasado alguna que otra vez por el lugar. En la ciudad donde vivo, hay muchos parques, uno muy cerca de mi casa, pero no es el que más me gusta, al igual que Ana prefiero el que está frente a la iglesia, y cerca de la vieja estación de trenes. A mí como a casi todos los que vamos regularmente a este lugar me atrajo el ambiente tranquilo, el toque distintivo son las personas que ahí se encuentran, niños con bicicletas, monopatines o solo el típico baldecito con pala para jugar con la arena, junto al arenero también hay toboganes, calesitas y hamacas. El parque es grande, está cruzado en sus lados y diagonales por veredas amplias y bancos dispuestos a en sus alrededores, hay árboles enormes y añejos, gran cantidad de espacios verdes con plantas y flores, también seis pérgolas cada una ubicada en las veredas que cruzan el parque.
Los jóvenes llegan en grupo o también solos a encontrarse con sus amigos, siempre llevan el mate y las ganas de pasar una tarde de charla y encuentro, nunca falta una guitarra entre algunos de ellos, otros hacen circo y teatro callejero para divertir a los niños y obtener una retribución al finalizar la función; a cambio de su labor. Los más adultos algunos vienen solos con un libro de turno a disfrutar de su lectura, otros llegan con sus hijos y más de uno con sus ancianos padres, entre este grupo me encuentro yo que vengo con Ana, Joaquín y algunas veces con mi madre y también con algún viejo libro. A todos se nos nota en el rostro que disfrutamos del lugar y de la gente que allí concurre. Están los puestos de venta de productos artesanales, Leo un joven de unos 30 años, amigo de Ana, vende comidas, María una señora de más de 80 años teje y arma muñecos, y así se van desplegando puestos que van desde comidas, plantas, ropas hasta las infaltables y llamativas artesanías decorativas. Están también los que son habituales visitantes pero que, si bien no son parte de los “Habitantes” del interior del parque, son personas del lugar que vienen a hacer sus caminatas y actividades aeróbicas o a pasear sus mascotas, alrededor del parque. En algún sentido ellos son los habitantes de los márgenes del lugar, también están los que pasean por la zona solo para ver o comprar los productos que se venden y los que vienen ocasionalmente; entre todos conformamos el paisaje humano del lugar. Ese día como otras veces, yo me había sentado cerca del arenero para que Joaquín jugara con sus baldes en la arena, esa vez había muchos niños, si bien estaba fresco el sol se sumaba como uno más e invitaba a permanecer. Ana estaba acompañando a Leo en el puesto de comidas. Mientras Joaquín jugaba de espaldas a mí lo miré y sentí como la felicidad y el amor por ese niño, quién es mi único nieto, corría por mis venas y lo abrazaba con los ojos colmados de ternura. Me invadió en ese momento la necesidad de observarlo todo el tiempo, Joaquín todavía no había cumplido los 3 años, lo veía tan pequeño y vulnerable como si en un segundo algo o alguien pudieran sacarlo de mi vista, de mi amor, por esta razón mi viejo libro permaneció cerrado sobre el banco ese día. Joaquín quiso ir a las hamacas, así que lo acompañé para estar con él, una función de circo estaba por comenzar, la mayoría de los niños se disponían a ubicarse alrededor del escenario improvisado por el payaso de turno; quien era un joven vestido para la ocasión con un atuendo rojo, una maleta negra de viaje, un sombrero también rojo, su rostro maquillado a tono y la típica nariz de payaso, con Joaquín podíamos verlo desde la hamaca donde él estaba, cuando la función comenzó también vino Ana para acompañarnos, el payaso se presentó de una manera artística y elegante con el nombre de Frutillita, haciendo chistes y dirigiéndose siempre a los niños. Sacó de la maleta una radio encendida, para el asombro de todos los presentes en especial los niños, la radio respondía los interrogantes de Frutillita, como si fuera una persona, por lo cual pensamos con Ana que alguien en otro lado lo hacía, o que era una grabación ajustada a los tiempos de los diálogos previamente armados. De todos modos, parecía muy real la situación; la radio tenía vida propia. El show tenia actos de magia con trucos típicos El último número fue anunciado por la radio de forma muy entusiasta y con mucho suspenso consistía en un gran acto de magia, Frutillita saco de su maleta una tela roja con la que cubrió a la radio y con su barita mágica toco sobre la tela, se escuchó un grito de la radio, y al levantar la tela esta ya no estaba, algunos niños comenzaron a tener miedo, otros más acostumbrados a los trucos, aplaudían al payaso, luego tomo la maleta la cubrió con la tela, la toco con sus barita mágica nuevamente, pero esta vez al levantar la tela la maletea estaba en el mismo lugar, los niños rieron ya que la valija no había desaparecido, inmediatamente se escuchó una fuerte risa, era la radio que estaba dentro de la maleta, esto recuperó la confianza de todos los niños que sin saber cómo lo hizo quedaba claro que la radio no había desaparecido definitivamente. Frutillita viendo el entusiasmo en su público, redoblo la apuesta, pidió que un niño fuera al escenario, muchos levantaron la mano, así que eligió a una nena de unos cinco años que estaba adelante, la hizo sentar en el piso la cubrió con su tela roja y al realizar su pase mágico la tela se desplomó demostrando que bajo de ella ya no había nadie, todos miramos la maleta convencidos sin saber como pero que allí estaría la niña, el misterio crecía la radio comenzó a reír cada vez más fuerte, viendo que Joaquín estaba solo entusiasmado en su hamaca y no en el espectáculo, Ana y yo nos acercamos para ver más lo que sucedería, los padres de la niña comenzaron a increpar al payaso ya que su hija no aparecía, esto hizo que el público también comenzara a incomodarse, en ese momento la radio grita miren en las hamacas, al mirar todos hacia el lugar, vimos que ahí estaba la niña que reía mientras sus padres corrían a buscarla, todos aplaudían y festejaban al payaso, mientras Ana y yo comenzamos a desesperarnos la niña estaba en la misma hamaca donde habíamos dejado a Joaquín, y a él no lo veíamos, mientras en el tumulto el payaso juntaba sus cosas y se retiraba del lugar, nosotros corríamos y llamábamos en a los gritos a Joaquín, la desesperación nos invadió por completo los demás nos ayudaban a buscarlo, alguien inmediatamente llamo a la policía, la que al llegar, cercaron la zona, pero Joaquín no aparecía. El dolor que vino después es indescriptible, mientras Ana acompañó a la policía para hacer la denuncia y contar los hechos, yo me quede en el parque acurrucado por el temor, al anochecer desde donde estaba se podía ver el mi viejo libro sobre el banco del parque, dos personas pasaban caminando a mi lado, una de ellas dijo –¿una hamaca se columpia sola la ves? –debe haber estado un niño jugando recientemente, respondió la otra, yo mire inmediatamente mientras ellos se alejaban, cuando me acerque a la hamaca que se seguía moviendo vi que un zapato de Joaquín estaba sobre ella, lo tomé entre mis manos mientras las lágrimas y la angustia se instalaban en mi rostro. Desde entonces todos los días llego al parque cuando ya la gente se ha ido, solo quedan los de los márgenes, coloco el pequeño zapato sobre la hamaca, esta se comienza a columpiar y a partir de ese momento Joaquín se dibuja en la hamaca, me extiende sus bracitos, yo lo levanto para abrazarlo, me pide ir a los otros juegos, y luego a jugar en la arena, mi viejo libro hace rato desapareció del banco.
Al llegar la noche tomo a Joaquín entre mis brazos, y le canto aquella canción de cuna con la que también hacía dormir a Ana.
Abuela Santana porque llora el niño, por una manzana que se le ha perdido, ven para mi huerto yo te daré dos una para el niño y otra para vos, yo no quiero una yo no quiero dos yo quiero la mía que se me perdió.
Ana llega como siempre a buscarme, me abraza fuertemente, pongo el zapato de Joaquín en el bolsillo de la campera nuevamente y me voy con Ana.
Mientras volvemos me pregunto ¿Por qué se perdió la manzana? ¿Por qué se perdió? ¿Por qué?
Enrique Lara
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