Las lágrimas del yacaré

Las lágrimas del yacaré

Enrique Casanovas

05/12/2022

Las lágrimas del yacaré

En Corrientes cuentan la historia.
Ocurrió cerca de Bella Vista.

Marcelino (un gurí) había salido con su gomera a cazar pajaritos.
A lo lejos, como colgando de una rama, vio que algo se movía.
Se acercó con cautela hasta que fue capaz de ver bien. Se trataba de un pequeño yacaré que, enredado en los restos de una red de pesca, luchaba por escapar.
Marcelino no dudó, se trepó al árbol y deslizándose hábilmente entre las ramas, llegó hasta el lugar.
Al verlo, el pequeño yacaré empenzó a moverse frenéticamente, tal vez por ese instintivo pavor que los yacarés sienten por los seres humanos.
Pero pronto no pudo más, había pasado largas horas luchando y ya no le quedaban fuerzas.
Así, ya no pudo moverse mientras veía a Marcelino sacar un cuchillito y extender su brazo hasta casi tocarlo.
¿Qué pasará por la mente de los animales? ¿Serán capaces de comprender?
Lo cierto es que, como si hubiera entendido, el yacaré-niño dejó que aquel humano-niño fuera cortando, una a una, las cuerdas que lo atrapaban.
Finalmente, luego de unos minutos que le parecieron eternos, Marcelino consiguió cortar la útima cuerda y el pequeño yacaré se alejó por el terreno pantanoso sin mirar hacia atrás.
Pasaron los días y Marcelino volvió al lugar, tal vez con la esperanza de encontrar a su yacaré. Y fue grande su sorpresa cuando, luego de un rato, lo vio aparecer entre las aguas. Se movía en círculos, como si quisiera llamar su atención. El niño le arrojó algo de comida que le había sobrado de la merienda y el pequeño yacaré fue tras ella y desapareció.
Fue el comienzo de una verdadera amistad. Por las tardes, tras volver de la escuela y sin decirle nada a nadie, iba a sentarse sobre aquella rama hasta que su amigo aparecía. Y luego le arrojaba algo de comida o, simplemente, jugaban: Marcelino golpeaba el agua con una caña y el pequeño yacaré aparecía justo debajo.
Pero la tragedia llegó a la vida de Marcelino: durante una tormenta eléctrica, su padre fue alcanzado por un rayo.Fue el día más triste de su vida, tanto que ya no quiso volver al pantano.
Poco después, su madre decidió que volverían a Buenos Aires.

Pasaron los años, Marcelino se destacó en sus estudios y llegó a ser un importante ingeniero agrónomo, consultado por las más importantes empresas del país.

Cierto día, el destino lo llevó a aquel paraje de su infancia.

Como suele ocurrir en esos casos, todo le pareció más pequeño: el caserón de sus recuerdos era ahora apenas una casa. Pero los aromas eran los mismos, ¿será el olfato el único sentido que desafía al tiempo?

Como sea, los dueños del lugar habían preparado una comida para agasajar al ahora distinguido visitante.Y fue mientras disfrutaban de ese encuentro que ocurrió.

De la espesura emergió un verdadero monstruo, un yacaré de más de tres metros de largo que se dirigía directamente hacia donde se hallaban los comensales.

Las mujeres gritaron, un hombre alcanzó a disparar un arma. Pero todo fue en vano, la bestia siguió acercándose, al parecer, con la intención de devorar a alguien.

¿Quién sabe qué estrella iluminó a Marcelino en ese instante?

Lo cierto es que el ingeniero se irguió de golpe, gritó ¡no disparen! y, casi corriendo, fue al encuentro del monstruo.

Nadie entendía lo que sucedía.

Marcelino se detuvo a un metro de la fiera.

Pero en su interior ya no era el ingeniero, algo había pasado, se sintió de nuevo aquel gurí que, emocionado, iba al encuentro de su amigo al regreso de la escuela.

Fue así que, ante el asombro de todos, se reclinó y abrazó al monstruo convertido ahora en dócil mascota.

Las lágrimas rodaron por el rostro de Marcelino y alguien creyó verlas, también, en los ojos de aquel que jamás lo había olvidado: su fiel amigo, el yacaré.

Etiquetas: yacaré

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