El director del coro
El intérprete silencioso construye una ilusión de voces, todo debe ser armónico, palabras danzadas se sincronizan con los silencios cómplices mientras con sus manos va desmadejando el sortilegio.
Amordazado por su religión desmadrada y parado ante los sentimientos de la obra; el director presta más atención a las voces de los coreutas que su propia voz interior; colmante de deseos balbuceados, son sus propias emociones tremoladas las que no se sincronizan con el coro y con las creencias emergidas del lugar.
Es el día esperado, todo está preparado, el corifeo mantiene el contacto visual con el acampanado coro de la iglesia, mientras va perdiendo la conexión con su propia vida dubitada; una parte de ella no se irradia con ese dios vertido de ensoñación y asombrasia.
El canto es para él la propia fuerza de su voz girante, la que será ofrendada a los feligreses, donde también están algunos agitados y a veces excluidos, solo para sentirse abrazados por aquellos ángeles invisibles.
El director mira a su alrededor, sus ojos se estrellan en las imágenes de los santos, inesperadamente su voz se ahoga en su garganta e irrumpe en llanto, en el agudizado silencio del coro se pierde la poemizacion del canto.
¿Qué pena expresa su desmesurado llanto?
¿Qué miedos invaden su sentipensada forma de esconder sus secretos?
No se oye otra cosa que el espumado llanto, mientras un descolorido cristo inmóvil mira desde al altar y una luz sale de su garganta y lo abraza.
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