Espera, cierra los ojos. No aprietes los párpados, relájate. Así, bien, no se te ocurra abrirlos.
Ahora imagínate, imagínanos. Estamos en un campo de rosas verdes con tallos rojos. El cielo amarillo se deja azular por la luz del sol y las hojas blancas del árbol lila bajo el que nos escondemos se mecen lentamente en su caída interminable hacia el suelo. La brisa del aire nos moja pero no nos importa. Tú cara parece una obra maestra de Van Gogh, miles de soles giran sin cesar siguiendo un camino aleatorio pero que no se olvidan de la forma de tu rostro. Tus ojos son dos uvas negras, tan negras que me aterra mirarlas. Las miro igualmente, estoy imaginando. Me pierdo en su oscuridad y me doy cuenta que nunca antes me había sentido más encontrado.
Yo no me veo, sólo me ves tú. Tus uvas me observan fijamente en un punto determinado de mi cara pero no sé exactamente cuál, no sé cómo es mi cara. No sé siquiera si tengo cara, quizás tan sólo me estés observando el corazón.
OPINIONES Y COMENTARIOS