Crecí en un barrio pequeño en la ciudad de Manizales-Caldas, la casa donde nací era una finquita o bueno así la llamaban mis hermanos aunque en realidad era un solar donde se cultivaba cilantro y coles. Pasé los mejores años de mi vida en la 30 (Así se le conoce a la zona donde vivía) Me crié en la finquita como hasta los 5 años, de ahí nos mudamos a una casa más grande a media cuadra de mi antigua casa, la verdad no me fuí tan lejos. Le decíamos la casa de Rodri porque como a unos 8 pasos había una tienda y su dueño se llamaba Rodrigo; creo que especialmente tengo recuerdos en esa tienda, jugando como un niño y acompañando a mis abuelos a mercar.
Solía jugar en las tardes cuando salía del colegio con mis amigos del barrio; éramos como 15 pelaos corriendo y gritando «pido» o «Booy» a todo pulmón, cada familia que vivía en la zona era familiar o conocido de otra familia. En las festividades siempre decorábamos toda la cuadra y las casas, en diciembre hacíamos un enorme pesebre y rezábamos la novena y el niño Dios nos traía regalos. Aunque todo de un momento a otro cambió, aquella tienda que me había dado tantos recuerdos felices fue robada y su dueño decidió cerrar, aquél lugar que me dió tantos amigos, tantas lecciones de vida y tantas cicatrices en la piel (de caídas absurdas) se había convertido en un lugar peligroso, pero dejó de ser mi hogar cuando tuve que dejar ir a una persona que estuvo conmigo y ayudó demasiado en mi proceso formativo; mí abuelo. A los 7 tuve que afrontar algo duro para cualquier ser humano «la separación de sus padres» pero realmente a los 12 sentí la cachetada más dura «la muerte de la persona que más me acompañó en esos momentos tristes»
En ese instante entendí que la vida es una fracción de segundo que se nos va sin darnos cuenta y que la persona que más espera que se quede contigo, es la primera en abandonarla.
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