Una niñez feliz me define. Imágenes nítidas de ese tiempo se volvieron atemporales en mi mente, son parte de mi esencia, de mi paz y de mi libertad. Mi mano, pequeña sobre el pelo tibio del animal, se hizo grande y se recrea una y otra vez en cada acto placentero de mi vida. Una emoción niña me invade cada vez que acaricio a Praia, mi compañera canina. El aire, el sol, el horizonte, un extenso dorado son partes móviles de esas imágenes, no importa cuándo y cómo ellas se instalaron en mi memoria, aparecen actuales, tibias, coloridas, alegres cada vez que mi mente las evoca, porque las sabe usar a mi favor. Vienen de la mano de mi padre o con el olor de la cocina de mi madre. Vienen de la mano del calor del verano y del pasamontañas del invierno. Fieles a la realidad o tal vez adornadas por sus distintas celebraciones, me llevan a mi parte soleada. Me gusta quedarme y moverme en ese lugar al que a veces llego pedaleando mi pequeño sulkyciclo. También tengo mi parte con sombra, pero de esa no tengo imágenes nítidas que contar. Sé que está y solo a veces la evoco, cuando es necesario o cuando me encuentra a través del espejo de otras sombras.

Con frecuencia me encuentro en mi parte soleada, me gusta ese lugar porque acumula la risa, los amigos, las palabras fluidas, me siento cómoda allí.

Ese es el lugar de mí que quiero presentar y compartir, y que deseo se quede en las imágenes nítidas de otras memorias soleadas.

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