Segundo Blanco está casi totalmente calvo y sus exiguos rizos, pegados a la nuca cual dibujos de sortija, completamente canos. Conserva su alta estatura –aun estando él enjuto-; no así, la mayoría de sus dientes –algo muy evidente siempre que sonríe-. Además, anda arrastrando los pies, tal como lo ven los pocos viandantes despiertos a las seis de cada mañana por las calles del pueblo de Santa Eduvigis. Sin embargo, esos pasos a rastras van seguros y sin lenta pausa.
Segundo va para setenta años en julio. Es comerciante y tiene seis hijos, los tuvo con la que fue su mujer por treinta años, hasta hace un decenio cuando ella partió de este plano. Desde entonces, permanecen con él tres de ellos, siempre solidarios con él en todo lo que requiera, y cuatro nietos –de los doce que hasta ahora tiene, a quienes consiente como todo buen abuelo-, mientras los otros tres decidieron montar tienda aparte (uno en el mismo pueblo y dos hijas en ciudades cercanas) y desde allá también ellos le ayudan en lo posible, sobre todo con las medicinas.
Como ya se ha dicho, Segundo es comerciante. Empero, hace ya cosa de dos años desde que la principal compañía distribuidora de alimentos no le despacha nada de mercancía, se sabe, los altos precios de los productos, lo consabido y lo oculto en esta área, los que decaen y los que ahora progresan. Y entre los que decaen se ve Segundo Blanco, leyenda viva del comercio en el campestre caserío Santa Eduvigis, quien heredó el modesto abasto “Los Canarios”, propiedad de su padre –un inmigrante canario, de allí el nombre el local-, otra leyenda, hace más de cuatro décadas, y convirtió la bodega (que incluso tuvo un club de apuestas para las bolas criollas y las carreras hípicas de los fines de semana) en el ícono del pueblo donde siempre ha vivido.
Entre los que decaen…pues sí, monetariamente hablando, así es. No así anímicamente. Algo que demuestra con creces la fortaleza emocional de Segundo ocurre cada vez que lo aborda o visita alguien y le pregunta cómo anda todo –el día, el cuerpo, la salud, la familia, el negocio…- y su contesta resulta siempre la misma, con variantes pocas: “Bien, compa’e, llevándola”, o bien, “aquí para’o como siempre” y demás por el estilo. Si el otro interlocutor le expresa sus angustias por la crisis y el futuro, es Segundo quien lo secunda con palabras de consuelo: “Hay que aguantar hasta que todo esto pase porque si uno se deprime se jode y más rápido con esta pandemia, ya tú sabes cómo es”.
Es que como su cardiólogo de cabecera por más de una treintena de años se fue del país un lustro atrás, vive tomando cuanto remedio natural conoce: que si la cáscara de berenjena y las barbas de maíz para la hipertensión, que si el orégano orejón para los cálculos renales, que si el jengibre y el malojillo para la gripe… y mejor parar de contar porque no es este el móvil del relato presente. Lo que interesa en este aaspecto es cuánto combina Segundo la farmacopea industrial, necesaria a juro, con el naturismo lo mejor posible, paliando así los altibajos de salud.
Pero económicamente, ¿qué? Durante muchos años su expendio de víveres, licores, quincalla y más fue estimado como el mejor surtido de Santa Eduvigis, de modo tal que a su familia nunca le faltó lo necesario para nutrir la vida; mercancía que se rompía, mercancía destinada al uso familiar, y todos tan contentos. No obstante, esta relativa bonanza fue decreciendo casi sin que Segundo se diese cuenta. Es cierto que se aficionaba mucho a la lotería y a los caballos, aunque esos juegos de envite eran solo una parte del problema, pues hubo otros factores, los más, fuera de control, como el de la opresión política interna disfrazada de bloqueo externo, lo cual es prudente no detallar.
¿Y de qué vive ahora Segundo? Primero y principal, de la pichirre pensión que ele corresponde como adulto desde la edad reglamentaria, renta válida a duras penas para la comida y acaso para algún fármaco. Además, de vez en vez, arreglando o revisando algún que otro electrodoméstico que sus vecinos le envían. ¿Y qué vende ahora? También exprime su pensión para vender al detal, en efectivo (bolívares u otra divisa), chimó, tabaco, condimentos varios, encendedores y, a veces, arroz y leche en polvo, sin ninguna intención de competir con el joven Yoiner, quien ni bien volvió de Colombia el año pasado arrancó de frente con su negocio, ni con Damaris, la jefa comunal que también cuenta con su tiendita, ambos bien surtiditos y con punto electrónico de venta.
Ahora está Segundo Blanco, dedicándose a esta hora, ocho de la mañana de un viernes, y con el tapabocas puesto, a barrer la esquina conformada por su casa –fortaleza cercada por medios muros y rejas- y su abasto cerrado, demostrando una vez más al pueblo que lo saluda y lo admira cómo esos pasos a rastras van seguros y sin lenta pausa.
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