El sol asoma tímidamente, surgiendo entre los edificios del pequeño pueblo.
Débiles y fríos rayos de luz dan claridad sobre los montones de cuerpos que yacen en el suelo.
La joven luchadora está sentada sobre una pila de ellos.
Una interminable batalla nocturna ha acabado, ella lo ha conseguido.
Las ratas mordisquean los cráneos, dándose un festín con los cerebros zombi.
«Qué ironía», piensa ella. La superviviente se encuentra cansada y extenuada.
Mira la profunda herida en su brazo. Cierra los ojos y respira hondo.
Sabe que la pugna más dura va a comenzar ahora: la lucha contra sí misma.
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