Futuro pretérito en construcción de un presente.
El tiempo sin tiempo fue lo que les permitió vivir la felicidad del último encuentro. Todo sucede bajo un lente. Su historia de amor queda eternizada al momento del click. El presente se hace pasado, y ya nada puede cambiarlo. Cada instante, cada segundo capturado, robado, queda allí eternizado, vivo por siempre y para siempre. Así fue como esta historia de amor se convirtió en un recuerdo indestructible. Ya no solo permanece en sus corazones, en la memoria de cada una de sus células, en sus pieles, en sus alientos, en sus miradas. El secreto está, y siempre estuvo, en ese objetivo cazador del brillo y la luminosidad del perfume de sus almas.
Amarse, darse en sus múltiples formas, entregarse, reírse, brindarse, mientras se observa y se es observado. Lograron un trío perfecto. El, Ella y la Cámara.
No necesitaban nada más. La cazadora -“la cámara”- con su diminuto obturador, se convirtió en el personaje principal de esta historia, de este eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Ya nada podrá cambiar entre ellos. Todo está allí, gracias al juego de tres. Los recuerdos ya no podrán borrarse, desvanecerse, olvidarse. Permanecerán por siempre en las imborrables imágenes del punto final. A diferencia de las palabras llevadas por el viento, olvidadas, desvirtuadas, descontextualizadas, y hasta malinterpretadas.
No es lo mismo decir “te amo”, que ver los rostros del “amor” en una de aquellas fotos. Hablan con su lenguaje indescriptible que solo unos pocos pueden descifrar, cobran vida al mirarlas, cuentan, relatan, escriben, y también delatan. Solo el amor ama de esa manera, la única que ellos conocen.
En un mundo colapsado por el terror de la muerte que acecha, esa tarde “Ellos” se fugaron atravesando el tiempo, a otra dimensión, a un espacio inexistente, desconocido. Se inventaron en un mundo de sueños, sumergidos en burbujas de luz, placer y amor, con un mar de sublimes guitarras enalteciendo el misterio emanado de la profundidad de aquel cristal. Ellos se escaparon, lo lograron. El gran secreto de este encuentro fue esa fuga.
Magníficamente, detuvieron el tiempo, el espacio, hicieron un paréntesis, se bajaron del planeta, accedieron a otro universo. Sin gravedad flotaron, el cuadrilátero dejó de existir, y sus cuerpos solo pudieron ser vistos en imágenes apresadas. Sus manos en la piel del otro, sus lenguas enlazadas, sus rostros de placer en un orgasmo, penetración en sus múltiples verbos, el ensamble perfecto de la naturaleza, sexo oral en su máxima expresión, sus piernas sobre su torso, su semblante indescriptible al verse en su mirada, el desorden de sus cabellos y el sudor en todo su cuerpo, allí están presentes, aunque solo son un pasado único e irrepetible.
En el preciso instante en que ese presente se hizo pasado en milésimas de segundos, el futuro de una nueva fuga quedaba anulado. Todo era tan perfecto, que no cabía la posibilidad de algo mejor.
Ambos sin proponerlo, sin palabras que obstaculizan, sin programas preparados, sin proyectos futuros, se entregaron al juego del instante decisivo, momento de esplendor cuando la cámara tiene el poder de un arma mortal sabiendo que de ahí no hay retorno. Se entregaron a “ella”, desafiándola. El climax de su felicidad fue al revivir ese amor, al verse en una pantalla ensamblados en cuerpo y alma. Al descubrirse. Las imágenes no mienten. No hubo simulación, ambos en su naturalidad, transparencia y autenticidad se mostraron dejándose robar, permitiendo ser eternizados, e inmortalizados. La imperiosa necesidad de vencerle a la muerte se hizo presente. Vivir en el preciso instante que se muere, violados por una Cámara, magia de vida y muerte.
Unidos por el miedo a la vejez, nuevamente la crueldad del tiempo. En este trío sus cuerpos y el brillo de sus miradas, sus deseos, se congelan, venciendo por apenas un momento el temor terrorífico de padecer la degradación y humillación del transcurrir de los años. Y aunque el tiempo no para, no se detiene, ellos quedaron allí freezados, tal como son, tal como sienten, tal como huelen, en un ahora pretérito y futuro.
Inmensa locura. Hermosa alienación da paso a un más allá desconocido donde “Ella” fue feliz, por “Ella” y por “Él”.
Tanto el amor como la pasión no se pueden ocultar ni disimular en aquellas fotos. Están allí, y cualquiera con la suficiente sensibilidad que habilite el saber mirar la secuencia de los infinitos clicks podrá revelar su devenir. Imposible de esconder los genuinos sentimientos, la complicidad en sintonía, y el desborde pulsional. La Cámara nunca traiciona.
La Cámara lo hizo, las fotos son su gran historia, y de allí no se regresa.
“Ella” prefiere no verlo más, a cambio de mantener la perfección de esa fuga a un más allá. Sabe fehacientemente que los sucesos no se pueden repetir, serán nuevos, serán otros, pero nunca serán los mismos. Por eso la necesidad de la inmortalidad en imágenes. Nunca más se volverá a aquel momento, y “Ella” lo sabe.
“Él” prefiere nuevos encuentros, mejores o peores. No le importa. “Él” quiere escaparse de este asqueroso mundo en sus brazos, aunque sea solo por un pequeño momento. “Él” necesita fugarse, subirse a una burbuja y viajar al espacio, traspasar universos, y regresar al infierno.
“Ella” desea no dejar de sentir lo perfecto de lo que fueron. Y el costo de mantenerlo vivo es nunca más volver a verlo. La posibilidad de futuros encuentros destruiría aquel suceder. El precio de la vida es la muerte.
“Ella” necesita guardarlo en su memoria así, como lo tuvo después de muchos años de desear verlo nuevamente seguro de sí mismo, con brillo en los ojos, ávido de placer, sabiéndose único y el mejor, como aquel “Así no hay” que alguna vez conoció, rebalsando de líbido por los poros, con entrega absoluta y conexión total. “Él” volvió a ser “Él”. Después de eso, ya no hay nada.
“Ella” logró su objetivo. “The cure promised”. Señales, que muchas veces no vemos. Todo está en saber mirar, el secreto de la vida es la mirada. Pasó por diversos roles, momentos, tensiones, sentimientos, acercamientos, distanciamientos, pero nunca desistió, la claridad de su objetivo nunca se desvaneció. “Él” acudió en busca de ayuda, aferrándose en plena caída. “Ella” lo atajó con sus dos brazos y su pequeño cuerpo, pero la fuerza del amor lo sostuvo. Le prometió sacarlo de la profundidad de aquel pozo que lo absorbía como un pantano. Lo llevó al pasado, lo subió a una nube, lo bajó con un golpe inesperado, lo abrazó, lo soltó, y fue probando cada camino de ese laberinto intensamente emocional para ambos.
El último encuentro fue el logro de su promesa, y al mismo tiempo su despedida.
“Él” lo sabe, ya recobró su integridad. Atravesar el camino fue doloroso. “Ella” lo tenía claro. “Él” no tanto, entraba en confusión, en contradicción permanente.
Hoy es momento de soltar. Siempre a la distancia lo cuidó, estuvo atenta a su suceder, a su sentir, a su vida.
Hoy, el amor le susurra al oído un triste “Adiós”. Todo quedó en una cámara, y su sentir indiscutible ante el mundo entero. Hoy, ya es ayer, y un posible mañana. Nunca se sabe cuándo es hoy.
¿Quién después de verlos juntos en ese presente, pasado, futuro, burbuja atemporal llena de sol, se atrevería a discutir el brillo de esa pasión?
¿Será cuestión de apelar a sus valentías para poder ver lo que nunca se atrevieron a ver?
¿Será cuestión de mostrarles al mundo y preguntar que ven cuando los ven?
¿Será cuestión de saber que no existe nada más que aquello que se les impone a pesar de sus propias resistencias?
La realidad no existe, solo existe la construida por ambos en este delirio donde el tiempo -su peor enemigo- y la cámara son los protagonistas indiscutibles de esta historia de amor. ¿Conclusa, inconclusa? ¿Posible, imposible? ¿Hoy, ayer o mañana? Preguntas y más preguntas no cesarán de girar en sus mentes en tanto vivan.
Mientras “La Cámara” captura un Punto final con la intensidad de un Click.
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