
Llueve sobre mojado en Honduras: El devastador impacto de los huracanes Eta e Iota
Juana Tabora sabía que tenía que ayudar a sus vecinos cuando el agua empezaba a inundar las calles, bloqueando las salidas de La Lima, su ciudad en el noroeste de Honduras.
“Estamos rodeados de agua, la gente comenzó a decir ‘ayúdennos, queremos entrar’, entonces abrimos el portón de abajo para que las personas pudieran entrar,” dice Tabora, la dueña de una casa funeraria de dos pisos que convirtió en un albergue improvisado. Ahí se refugiaron alrededor de 30 familias que perdieron sus hogares con la llegada de los huracanes Eta y Iota, los cuales devastaron gran parte de Honduras, Guatemala y Nicaragua en las primeras semanas de noviembre.
Ha llovido sobre mojado en Honduras, un país que ya había sufrido múltiples crisis durante los últimos años: represión estatal, violencia pandillera, problemas económicos, devastación ambiental, emigración masiva y, más recientemente, la pandemia de COVID-19. Los dos huracanes dejaron al menos 94 muertos y casi 4 millones de damnificados en el país y, según analistas, podrían provocar un incremento del nivel de la pobreza de un 10%, superando el 70% de la población.
Si bien la llegada de dos tormentas tan fuertes, separadas por solo dos semanas, fue un desastre natural casi sin precedentes en Honduras, muchas de las personas afectadas consideran que las autoridades les han abandonado a su suerte.
‘Lo peor que hemos vivido’
El impacto de los huracanes fue tan grave que hizo que mucha gente se olvidara, al menos por un momento, de la pandemia que ha cambiado el mundo. Juana Tabora ya había enterrado a muchas víctimas de COVID-19 e incluso tuvo que cerrar su negocio durante un tiempo por la pandemia, pero dejó sus preocupaciones de inmediato para refugiar a quienes necesitaban su ayuda.
“Entiendo que hay personas que vinieron con sus niños pequeños, salvando sus bebés, y la gente no se acuerda de sus mascarillas por la angustia”, dice Tabora. “Al ver la aflicción de las personas ni pensamos en estas cosas… pues venga, puede ser que pueden salvarse aquí, aunque sea un rinconcito”.
Muchas de las personas damnificadas han sufrido estrés postraumático por todo lo que han vivido desde que Eta, el primer huracán, se acercaba. “Uno vive un nerviosismo, una tensión en nosotros,” refleja Tabora. “Preocupación al saber lo que viene por los medios que anuncian que es algo grande y peligrosísimo.”
Sergio Donaire, tapicero de 35 años, llegó a la casa funeraria con su esposa y sus tres hijas, con el agua hasta su pecho, luego de abandonar su hogar, lo cual quedó prácticamente destruido. Dos semanas después, continúa lloviendo fuerte y la familia permanece en la casa funeraria, sin recibir apoyo estatal. “No hay alimentos, no hay donde bañarse, no hay luz,” dice
Por; Fairon Aguilar
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