Cuando rugen las voces

y se incrementan los supiros

cuando el aire cristaliza

y sólo se respira el ruido.

Entonces me trago un puñado
de palabras

decido qué máscara encajarme

y me congelo.

De mayor me preguntaré por qué:

lo hago para que la tormenta no agriete las paredes

para que los vidrios no me salpiquen

y para desapercibirme el tiempo necesario

hasta que las palabras se calmen,

los suspiros alivien,

el aire me alimente,

y desaparezca el ruido.

Algunos los llaman prudencia.

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