Perturbadora Obsesión

Perturbadora Obsesión

Alan Berger

14/09/2020

¿Qué pasa si lo mato?

Julio miraba preocupado a su primogénito, mientras se acurrucaba dulcemente contra su mullido colchón.

Sí…. ¿Qué pasaría si tomo su dulce cuellito, lo aprieto, y lo rompo?

–Julioooooooo –una voz femenina hizo acto de presencia.

Nooooo, ¿en qué estoy pensando? Si Rafa es todo para mí.

–Julio, ¡por favor! Te pedí que aproveches a lavar los platos mientras Rafi dormía.

De pronto, Rafael rompió en llanto.

–Julio, encargate vos, yo tengo que terminar de darle los últimos retoques a los vestidos de la próxima temporada.

–Emi, por favor…

– ¡Por favor! ¡Nada, Julio! Desde que te mandaron a seguro de paro, yo soy el único sostén de esta familia. Al menos, uno de los dos tiene que servir para algo.

Sin titubear, Julio bajó la cabeza, se lavó las manos y, con mucho cuidado, levantó a su criatura.

Rafael, como si estuviese de parte de su madre, empezó a gritar de una forma que temblaron los esbeltos cristales de los ventanales.

Es mi oportunidad, es mi oportunidad, mirá ese cuello tan chiquito, tan suave, tan frágil.

Como si de un acto de telepatía se tratase, su hijo dejó de llorar y lo miró con tal ternura que le faltó frío para no derretirse.

No puedo seguir así.

Sacó su celular, abrió el WhatChat y le envió un mensaje a su mejor amigo:

–Manuel, ¿Cómo va? ¿No tendrás un colega para recomendarme?

–Julio, querido, ¿todo bien? ¿Y ese pedido?

–Prefiero que no hagas preguntas, me está pasando algo horrible y necesito ayuda.

–Bueno, por un lado, me duele que no me lo cuentes, pero te conozco, y sé que tenés tus reservas. Te paso el contacto de Adriano, un gran colega y amigo mío.

– ¿Y es bueno? ¿Cuánto cuesta? ¿Tendrá disponibilidad?

–Tranquilo, amigo, cualquier cosa me avisas y te consigo a otro, anotá:

Rafa ya estaba dormido en su cuna y, a su lado, en una butaca, se encontraba Julio roncando a todo vapor.

– ¡Julioooooooooo! –la voz de su esposa, atravesó como una flecha eléctrica la mente del padre primerizo.

– ¿Qué? ¿Cómo? Los platos, ¡ya voy!

Emilia se golpeó la cara con su mano.

–Menos mal que te pedí que cuides a Rafa, ¿no?

–Pero sí está dormidito en la cuna…

– ¿Qué pasa si se da vuelta? ¿Y si se ahoga con la almohada? o ¿si se lleva el rebozo a la cara? ¿Vos tenés algún mínimo de consciencia?

Por un minuto, Julio sintió como si una plaga de langostas estuviese haciendo estragos en su pecho, pero apenas se dio cuenta de eso, y como si fuese tan fácil, las encerró en un frasco.

–No va a volver a pasar…

–Sí, siempre me decís lo mismo. No sé cómo terminé con alguien tan inútil… Ufffff, bueno, me voy a trabajar, hacele la mamadera en 15 minutos, que en 20 tiene que comer.

Colocó el frasco junto con los otros miles de frascos que había guardado a lo largo de toda su vida.

Uno más para la colección.

Ya no quedaba casi espacio para guardar más plaga, y, donde llegase a mover el más mínimo contenedor, todos los males se escaparían al mismo tiempo, eso no podía suceder.

La mamadera ya estaba pronta. Rafa, como siempre, llorando como un condenado. Le insertó el biberón, no tanto para alimentarlo, sino para callarlo, logrando su cometido, y con creces.

Qué divino… cuando no grita, es un angelito, tan tranquilito, calladito, ojalá fuese siempre así. ¿Y sí lo ahogo? Seguro así no me rompe más los huevos; sí, seguro le puedo hacer una mamadera de un litro y ahogarlo en leche.

Un gran eructo lo hizo volver a sus cabales.

–No, pará, se me está yendo la cabeza para cualquier lado. ¡Cómo voy a querer matar a mi hijo! Si yo lo amo… ¿Soy un asesino? ¿Lo odio? ¿Te odio, Rafa? –el niño, que ya había terminado de eructar, empezó a llorar, esta vez, a unos decibeles que deberían ser ilegales.

– ¡Juliooooooooooooooooooo, no te puedo dejar solo un segundo que ya la cagas!

De pronto, uno de los frascos en su interior perdió el equilibrio, golpeando al de al lado y generando el efecto dominó más catastrófico de su vida.

– ¡BAAAAAAAAAAAAAAAASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! –gritó entre lágrimas. Por suerte, había podido controlar la mayoría de la plaga, habiéndose escapado solo la plaga del frasco de hoy.

–Nunca me había pasado algo así, perdí totalmente el control…

El terapeuta se acomodó en su sillón, sonrió y le dijo:

–Julio, ¿Cómo te sentiste después de esa descarga que tuviste?

Claramente, todavía no se lo había preguntado, ya que estuvo muy ocupado lidiando con los gritos tanto de su hijo y como de su esposa. La pregunta se la tomó como una gran caricia al alma, un alivio que pocas veces había sentido en su vida.

–Espectacular, Adriano. En ese momento sentí como si estuviese escupiendo bilis por la boca a chorros.

–Es bueno escuchar eso, aunque hay que buscar maneras más efectivas para sentirte bien.

– ¿Cómo que más efectivas? –lo miró incrédulo

–Básicamente, que hagan que no te divorcies, ni que te saquen a tu hijo.

–Ah… claro, me pasé un poco, ¿no?

Adriano sonrió.

–Sí, bastante, pero… ¿Quién no se pasó alguna vez?

Julio se quedó en silencio.

Esta es la segunda vez que me pasa, y la primera fue cuando tenía 5 años.

Bueno, si te parece bien, vamos a empezar a trabajar sobre cómo descargar todo eso que tenés dentro sin lastimar a nadie. Cuando me refiero a nadie, te incluyo a vos, Julio.

–Estoy de acuerdo, pero hay algo más…

– ¿Qué?

–Últimamente, cada vez que veo a mi hijo, me dan ganas de…

El terapeuta lo miró fijo.

–… me dan ganas de…

– ¿De qué, Julio? –preguntó, tragándose su impaciencia.

–Ya son las 20, mejor te cuento la próxima, ¡chau!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS