El jardín del olvido Parte 1 y 2 (Febrero 2017)

El jardín del olvido Parte 1 y 2 (Febrero 2017)

Dimas Gallardo

04/01/2018

El jardín del olvido
Parte 1.

Todos los días pasaba puntualmente a las ocho camino de la empresa frente a la casa de las flores, una casa con personalidad propia, con carácter, carcomida por el tiempo que la ha olvidado en este remoto barrio de una ciudad cualquiera. Desprendía una fragancia de limón suave que se olía desde la esquina de la manzana, despertando en todo el que pasaba un volcán de aroma y sabor que alegraba el alma. Así debía oler el paraíso, a una mezcla de olor a limón y sexo.
Durante mucho tiempo me pregunté en la mesa de trabajo quién sería el responsable de tal explosión de vida. De pronto me di cuenta que pasaba largos ratos con la mirada perdida cuando llegaba al límite de capacidad de atención entre documento, llamada, formulario, documento, formulario y llamada, pensando en los colores vivientes de las flores, en su propia viveza inanimada; en su estado vegetal. Se me congelaba la sangre sólo de pensarlo y un estremecimiento que nacía de las entrañas terminaba siempre por sacarme del profundo trance en el que había entrado. Una vez intenté cerrar fuerte los ojos para alejar esos pensamientos insanos pero solo pude verme entre penumbras con el corazón por cabeza chequeando documentos, llamando a los clientes y arreglando papeles, sobre un reloj sin números por mesa y mi jefe con la voz de mi padre dándome quince minutos para comer.
Después de salir del baño pálido como una hoja, tomé la firme decisión de averiguar quién vivía ahí y de que me contara como conseguía que las flores hablaran con el aroma y la voz de los pájaros sonara más dulce en su jardín. Eldepeso, jefe de planta, no pudo evitar verme salir del baño en ese lamentable estado y acudió inmediatamente a mi mesa para decirme con su particular condescendencia paternal <<Estás hecho un desastre, tómate un ibuprofeno y vete a casa a trabajar>>, y me entregó un dossier interminable que cargué a mi espalda hasta que me rocó volver.
Varios días estuve en la soledad de mi escritorio al margen del murmullo familiar que ebullía dos habitaciones más allá, con dos niños y una mujer insuperable. Las pesadillas de las plantas en estado vegetal no me dejaban tranquilo ni en la seguridad del hogar, bajo la protección de la intimidad, sino que se colaban por las ventanas y aparecían en mis sueños; tan surrealista que despertaba con los ojos abiertos todos los días puntualmente a las ocho de la mañana. Mi desesperante frustración la desahogaba a pequeños chorros de severidad y nerviosismo que proyectaba sobre mis seres queridos. Ordenaba a mis hijos, en lugar de pedirles por favor, como si hubieran firmado alguna cláusula de compromiso ilimitado en el contrato de cooperación interparental. Mi secretaria Becky, que hacía solo tres días era mi mujer, ahora me traía el café puntualmente a las ocho y a las seis de cada día, además de ser mi amuleto antiestrés, aguantando gran cantidad de malos modos que iba yo acumulando en el día. Así fue durante los siguientes nueve días que tuve permiso para realizar el trabajo en casa, me sentía como el jefe de mi propia empresa, el amo y señor, el que marcaba el ritmo de vida de una familia entera.

El jardín del olvido
Parte 2.

El día número trece por la mañana salí como hacía muchísimo tiempo no salía para ir al trabajo. Las nubes amenazaban lluvia, el día estaba gris y las caras apagadas y acurrucadas, como encogidas buscando su propio calor corporal. Las miradas eran flechas perdidas con punta de hielo tan pulidas y mimadas que se podía ver el reflejo de la mía propia. Seguí caminando por mi acera envuelto en una bufanda comprada en la sucursal de algún famoso mayorista internacional por mi ex-secretaria, ahora mujer, Becky, sabiendo que iba a volver a pasar por ese jardín terroríficamente vivo de mis pesadillas con la lógica seguridad de que su viveza estaría ahora enterrada bajo la decadencia que pronosticaba el día que acababa de despuntar. De pronto ese algo que sentía al subir por las escaleras al paraíso de las flores volvió a revolotear por todos los nervios de mi cuerpo hasta llegar a mis orejas, agudizándome el sentido del oído al límite.
Un saxofón gemía de placer como a una manzana de distancia, soltando orgasmos que quebraban el atento silencio de los viandantes sin ningún tipo de prejuicios. La gente me miraba con asombro mientras iba caminando con la boca abierta como un cocodrilo que huele comida y avanza tanteando con los sentidos, sintiendo la vibración en el pecho. Cuando llegué al sitio de donde provenía la música, no me lo podía creer. No solo las plantas no estaban apagadas sino que además ellas mismas desprendían una luz blanca que inundaba todo el espacio colindante llenándolo de vida, fruto de la mezcla de todos los colores. La música parecía que emanaba de la propia casa, desde los cimientos al cielo hasta que se perdía en el infinito. Me acerqué a un naranjo que había frente a la puerta, al borde de la carretera. Toda esa calle estaba llena de naranjos contaminados de pesticidas, abonos químicos y polución, pero ese tenía una vigorosidad especial, las naranjas eran grandes y de un color vivo y natural y olían como si besaras la luna en una noche estrellada. Quise coger una, pero con la torpeza del éxtasis que recorría mis venas, se me resbaló y cayó rodando hasta la puerta, que para mi sorpresa se encontraba abierta. Volví en mí tras un respingo por lo inesperado de la situación y entonces pude comprobar a ciencia cierta que el orgasmo saxofónico provenía efectivamente de las profundidades del edificio, donde debía haber probablemente una banda de Blues del mismo Mississippi compuesta por anacrónicas leyendas de la época.

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