Sobre el esqueleto de un cuento

Podríamos decir que un cuento tiene un esqueleto muy sencillo. Hablamos de estructuras universales, eternas, de las que ya Aristóteles nos hablaba. En lo esencial nada ha cambiado. Supongo que estas estructuras, como pasa con el propio lenguaje son así porque nosotros somos así. Podríamos decir que las historias que la humanidad ha creado las ha creado de acuerdo a su propia estructura intelectual y psicológica.

A pesar de las diferencias, todas las historias tienen algo en común, todas cuentan las peripecias de un personaje que quiere conseguir algo y debe enfrentarse para ello a una serie de obstáculos. El motor de ese deseo del héroe, el desencadenante de todo, será un problema, algún tipo de conflicto. Toda historia nos presenta a un personaje frente a su conflicto. Éste es uno de sus elementos fundamentales.

Sin conflicto no hay cuento, del mismo modo que no hay cuento sin personaje. Gracias al conflicto el personaje ve rota su cotidianeidad, lo que genera algún tipo de deseo. Será este deseo por conseguir algo el que ponga en marcha al héroe.

Los manuales nos hablan de tres tipos de conflicto:

-Conflictos con otros hombres
-Conflictos con fuerzas superiores: de la naturaleza, como terremotos, o de cualquier otra índole: guerras, incendios, etc.
-Conflictos consigo mismo

Para conseguir su objetivo, para solucionar su problema, para sobreponerse a la situación que le ha trastocado la vida, el personaje deberá luchar. La lucha del personaje contra aquello o aquél que se opone a que consiga su objetivo debe ser reñida. A más dificultad, a más riesgo, más fuerza tendrá el relato. No habrá relato si el personaje quiere algo y lo consigue sin dificultad; no habrá relato si el personaje no se juega nada, del mismo modo que no habrá relato si el personaje es feliz y, por lo tanto, no tiene nada que conseguir. De una situación estática, donde no pasa nada, no saldrá un relato.

Con frecuencia, un fallo que impide que nuestras historias cobren vida es que carecen de un buen armazón, un esqueleto que las sostenga. Para armar este esqueleto partiremos de este pequeño esquema: un relato surge siempre de una situación inicial y acaba en otra, la situación final, que es distinta de la primera. Entre esa primara situación y la última ocurren una serie de sucesos que son la materia de la trama.

Llamamos trama, por lo tanto, a lo que ocurre entre esa situación inicial, con la que empieza un cuento, y la situación final, en la que acaba. La trama, lógicamente, se desarrolla en el tiempo. La trama organiza los sucesos de un modo determinado, da cuenta de las acciones del personaje, la lucha contra su oponente, sea quien sea, la búsqueda de solución a su conflicto. A diferencia del argumento que cuenta los sucesos de modo cronológico, la trama los organiza de acuerdo a una intención, como, por ejemplo, conseguir un efecto, intrigar al lector u otras necesidades del propio relato.

El resultado de la lucha entre el protagonista y su oponente puede acabar con la victoria del personaje, si consigue lo que quiere, o con su derrota, si no lo consigue. Estamos ante el desenlace, el punto donde se da una solución al problema, donde se resuelve el conflicto y donde se satisface la curiosidad del lector. Y donde se cumple esa curva de transformación del personaje.

No debemos olvidar que el primer objetivo de todo relato es atrapar la atención y el interés del lector. Lo conseguirá gracias a la intriga, que funciona suscitando preguntas y retrasando las respuestas. Esas preguntas sin respuesta se convierten en una fuerza retadora, en un enigma que el lector querrá resolver: ¿qué?, ¿por qué? Y cuando el enigma se aclara, el texto se termina. La solución pone el límite a la historia.

Para aplazar las respuestas, el escritor puede valerse del engaño, la simulación; o puede usar el equívoco, una mezcla de verdad y mentira; puede dar la sensación de que no hay salida, de que el enigma es irresoluble; puede jugar con una respuesta suspendida, empezar a darla, pero interrumpirse por algún motivo; también puede dar una respuesta parcial.

La clave de un buen tratamiento de la intriga está en separar las pistas y en que en narrador engañe lo menos posible al lector.

Desde este punto de vista, el de la intriga, podemos ver el texto de este modo:

Planteamiento: Formulación de las preguntas

Desarrollo del texto: Dilación de las respuestas

Desenlace: La revelación. Final del texto

A la hora de organizar nuestras historias debemos tener presente la estructura del cuento clásico: planteamiento, nudo o desarrollo y desenlace.

En el planteamiento se dan algunos de estos hechos:

-Muestra la situación de la que arranca el cuento.

-Presenta al personaje.

-Muestra el lugar y el tiempo donde ocurren los acontecimientos.

-Nos presenta un hecho que revela el conflicto.

En el nudo veremos a los personajes en acción, enfrentándose con los obstáculos. La progresión de los incidentes va en aumento:

-dilaciones

-algún accidente

-una noticia oculta

-nuevos peligros

-luchas físicas y psíquicas

-momentos de inquietud porque el personaje no sabe lo que ocurrirá -interrupción de alguna revelación del personaje por la aparición de alguien

-digresiones que desvían la atención

-indecisión del personaje
Así hasta llegar a su punto de máxima tensión: el clímax.
El resultado de la lucha no tardará en resolverse. Y tiene que resolverse de algún modo. A esa solución llamamos desenlace.

Dice Anderson Imbert: “Ese personaje, sea que luche con otro personaje o consigo mismo, con las fuerzas de la naturaleza o de la sociedad, con el azar o con la fatalidad, nos interesa porque queremos saber cómo su lucha ha de terminar. Un problema nos hace esperar la solución; una pregunta, la respuesta; una tensión, la distensión; un misterio, la revelación; un conflicto, el reposo; un nudo, el desenlace que nos satisface o nos sorprende.”

Para asegurarnos de que no falta ninguna de las piezas que hasta ahora hemos visto como fundamentales podríamos someter el cuento a un primer interrogatorio:

¿Quién es?: personaje

¿Qué quiere conseguir?: deseo

¿Quién se lo impide?: oponente, dificultad

¿Cómo luchará para conseguirlo?: acciones que realizará para acercarse a su objetivo

¿Lo conseguirá?: solución

A estas preguntas podríamos añadir dos más:

Si lo consigue, ¿qué pierde, a cambio?

Si no lo consigue, ¿qué gana en compensación? La posibilidad de que, si lo consigue, pierda algo, o que, si no lo consigue, encuentre alguna compensación es una manera de dar profundidad y trascendencia a los hechos. El riesgo hace que los personajes adquieran peso cuando actúan y así facilitan el cumplimiento de esa otra regla de todo cuento, la transformación del personaje.

El personaje que encontramos en la situación inicial nunca es el mismo que encontramos en la situación final, como decíamos antes. Como pasa en la vida, los sucesos marcan. Y, aunque el personaje decidiera seguir siendo el de antes y volver a su vida anterior, inevitablemente será otro, puesto que tiene en su haber una nueva experiencia, la que le proporciona la reflexión tras la que podrá decidir dejar o no las cosas como estaban.

Esta compensación, este “extra” que gana o pierde que viene de la mano del desenlace puede ser algo abstracto, la culpa, por ejemplo, que haga que el personaje se modifique interiormente.

Con un pequeño esquema como éste nos ayudaremos a formar el esqueleto del relato. Teniéndolo es más fácil ponerse a escribir. Incluso, antes de coger el bolígrafo, podemos saber si la historia, de acuerdo a este cuestionario, está descompensada, si está resuelta, o si el conflicto es suficientemente poderoso como para que merezca la pena ser contado.

Sí, claro, al esqueleto luego hay que añadirle los músculos, los nervios, el cerebro y el corazón. Pero es mucho más fácil si el esqueleto ya se sostiene solo.