Zardak: Hijos del Exilio

La siguiente historia de ficción sucede dentro de mi cabeza solamente y va revelándose poco a poco. Inspirada en los escritores Edgard Rice Burroughs y Michael Crichton.

Se agradecen lecturas y comentarios.

Introducción.

Corrió hasta alcanzar la selva, decidido a seguir la máquina que conocía como un helicóptero.

Se internó en ella apartando gruesas hojas y ramas. El corazón agitándose ante el esfuerzo de ser un fantasma para ese muro de vegetación. Los sonidos de la noche eran acallados por el rugido del helicóptero cuya luz se movía fugaz entre las copas de los árboles, en un cielo nocturno. Sumido en aquella vorágine que era la persecución, no se percató de la facilidad con la que se movía en tierras hasta entonces desconocidas.

La máquina alcanzó más velocidad antes de desaparecer, pero la siguió a partir del sonido de las hélices que retumbaban con claridad en su cabeza. Su abstracción de cualquier cosa que no fuera la persecución se interrumpió cuando un arbusto se rehusó a hacerse a un lado. Al contrario, este lo empujó con fuerza suficiente como para derribarlo.

Yaciendo en el suelo, un repentino mareo se adueño de su cabeza. Fue seguida por un dolor lacerante que bajaba en diagonal desde su hombro derecho hasta el estómago. Algo húmedo y cálido empapó sus ropas, oscureciendo la tela a medida que brotaba de su cuerpo. Reconoció el olor de la sangre cuando un horrendo bufido llegó a sus oídos mezclando con un aroma agridulce.

Sus ojos húmedos por el dolor vieron como el arbusto se movía a medida que sus hojas cambiaban de color. Dos pupilas ambarinas brillaron entre el follaje que cambió de color hasta revelarse como un conjunto de gruesas escamas. Una garra ensangrentada de unos veinte centímetros se exhibía como el arma que lo había herido.

Una exhalación nauseabunda brotó de las fosas nasales mientras las fauces se abrían revelando hileras de dientes filosos. La hediondez de la muerte se movía entre ellos y supo que aquel sería su final.

Una detonación estalló cerca de él.

La bestia levantó su cabeza y dio un bufido a medida que se apartaba sin darle la espalda a la fuente del sonido. Una segunda detonación, un rápido movimiento del monstruo y una rama quebrándose donde antes estaba su cabeza. Lo último que vio fue una cola de cuatro metros de largo desapareciendo entre las hojas reales.

—¿Qué le parece esto señor Micks? No alcanzamos al rykar, pero esta es una pieza igual de peculiar.

Capitulo 1

Nicole se reclinó en la silla y dirigió una mirada cansada al bosque que se extendía del otro lado de la ventana. El anaranjado horizonte se extendía con magnificencia mientras una bandada de aves negras sobrevolaba las copas de los árboles buscando refugio. El canto de las cigarras y el susurro del viento reemplazaban las bocinas de los autos y el bullicio propio de las grandes ciudades. Ni siquiera el pueblo más cercano, a unos cinco kilómetros, podía jactarse de tener esos sonidos.

Encendió la grabadora de mano y comenzó a hablar.

«Día quince. Aquí estoy de nuevo, tratando de entender las notas que dejaste, papá. Entiendo que trabajabas mejor con un desorden controlado, pero ¿Tenías que llevar esa práctica a tus cuadernos? Todavía no sé qué era tan importante en este lugar como para construir esta cabaña. Se nota que no pensaste este lugar para tener compañía, ni visitas. Lo que es extraño porque siempre hablabas de estar listo para todo. Es una suerte que nadie haya entrado en todos estos años. Incluso encontré las sobras de tus últimas comidas… Tus últimas comidas aquí. Sé que estás en algún lado. Te reirías de esto pero puedo sentirlo.»

Apagó el aparato y lo dejó sobre la mesa llena de cuadernos escritos a mano y mapas de la zona. Los segundos los había comprado ella en el pueblo para ayudarse en las exploraciones de los alrededores. Apagó la lámpara de mesa y bajó las escaleras que llevaban a la planta baja. En una habitación cuadrada se mezclaban sala de estar, cocina y biblioteca. Años de descuido deterioraron el lugar dejando ilegibles los libros, las cortinas apolilladas y paredes manchadas de humedad y de numerosas grietas imperceptibles a simple vista. Una revisión cercana hubiera demostrado que no era un lugar seguro. Ni que decir del generador que le había dado problemas una vez al día amenazando con dejarla a merced de la oscuridad de ese bosque primigenio.

Se sentó junto a la chimenea encendida y dejó que el calor de las llamas la reconfortara.

No dejaba de preguntarse qué hacía allí. Parte de ella sabía que estaba perdiendo el tiempo, que no encontraría a su padre de esa forma. Pero al mismo tiempo, esa era una manera de no pensar en la vida que la aguardaba en la ciudad. El periódico para el que trabajaba se había visto implicado en un escándalo político y muchos miembros fueron cortados para salvar a las cabezas. Como resultado había sido incapaz de pagar el alquiler de su piso y se había visto forzada a vivir en la casa de una amiga. Ella llevaba poco de casada y pese a la honesta hospitalidad, la joven pareja quería disfrutar de algo de intimidad.

Una semana después recordó la cabaña de su padre al ver una fotografía y decidió dejar de ser una carga. No le molestaba vivir sola y lejos de otras personas, pero le desagradaba que su nueva casa estuviera a pasos de caerse en pedazos.El problema era que desde el momento en que puso un pie en la cabaña, quedó atrapada en la fantasmal certeza de que pronto volvería a ver a su padre. Como si la presencia de Emile Credence estuviera allí, atrapada entre las paredes y filtrándose por las viejas grietas.

Cerró los ojos mientras reclinaba el rostro sobre un puño y dejó escapar un suspiró. No sentía deseos de seguir revisando los intrincados papeles de su padre que hasta ahora no eran más que un montón de divagaciones sueltas. El hombre había desaparecido dos meses atrás, casi como si la tierra lo hubiera tragado. La policía no fue de ayuda y tras un mes de búsqueda, la llamaron para decirle que su única alternativa ahora era recurrir al sector privado. Desde luego no contaba con el dinero, así que su único consuelo de momento era esa sensación de inminencia que florecía en la cabaña.

Abrió los ojos al sentir una mirada clavada en su nuca. Detrás del sillón se encontraba una ventana de cristales rayados y por ella podía verse la oscura silueta del bosque. A esa hora apenas se distinguían los árboles, todo era una mancha voluptuosa en la que se enredaba la neblina nocturna y el ulular de los búhos. Si pensaba en ello, la cabaña podía considerarse un sitio aterrador en cuyos peligros no reflexionó lo suficiente.

Nicole no se atrevía a voltear y en lugar de eso hundía sus uñas en los brazos del sillón, desprendiendo tiritas de tapiz rojo. No era la primera vez que algo así sucedía, pero a diferencia de las otras veces aquí no se trataba de un búho o un ciervo. Había una sensación de peligro, algo que enturbiaba el aire y hacía que cada movimiento a su alrededor fuera torpe y pesado: los golpecitos de su reloj de pulsera, el vuelo de las moscas.

Se puso de pie sin atreverse a mirar a la ventana y con tanta naturalidad como pudo subió las escaleras. Un manto de silencio se adueñó de la casa y del exterior, interrumpido por los chillidos de los escalones bajo sus botas.

Un sonido como nunca antes había escuchado llegó hasta sus oídosdesde el baño del primer piso. Casi como el ulular burlón de un ave. Recordó que había dejado la ventana abierta después de bañarse.

Ni siquiera en las clases de gimnasia había corrido como lo en esa ocasión. Casi tropieza al llegar al rellano, pero eso no la detuvo de lanzarse contra la puerta entreabierta. Tomó el picaporte y con toda la fuerza de la que disponía cerró de un golpe que hizo retumbar las paredes. Dentro se escuchó un alboroto, como de algo lanzándose contra el lavabo para derribar los frascos de plástico y los peines. Sus dedos dieron con la llave y un click indicó que lo que fuera que hubiera del otro lado solo podría volver a salir por la ventana. O eso esperaba.

No soltó el picaporte de inmediato. El miedo la paralizó al oír por segunda vez el siniestro ulular, solo que esta vez parecía más furioso que burlón. El inconfundible sonido de un aleteo llegó hasta sus oídos transportándola al desagradable encuentro con un murciélago en el ático a los ocho años.

Esto era diferente.

Retrocedió unos pasos sin dejar de ver la puerta de una casa repentinamente ruidosa. Y entonces las luces se apagaron. La oscuridad se adueñó de todo y aún con las paredes de la cabaña, no podía notar diferencia entre el exterior y el interior. Al menos no en su estado. Un sudor frío recorrió su cuerpo, pera esta vez no dejó que el miedo la paralizara. En lugar de eso giró hacía el umbral de su cuarto, el cual todavía podía diferenciar gracias a la luz platinada que llegaba por la ventana. Entró y cerró la puerta tras de sí, satisfecha de haber puesto otra barrera entre ella y el visitante.

Respiró agitada, pero aliviada de haber llegado. Se lanzó sobre la cama y buscó su teléfono entre las sabanas. Una sonrisa se formó en sus labios cuando palpó la forma rectangular del aparato. El brilló de la pantalla fue un faro en un mar de sombras vivas. Tres pérdidas; lo había dejado en silencio sin darse cuenta. No les dio importancia. Marcó el número de la jefatura del pueblo pero antes de llamar un destelló de racionalidad se adueñó de ella. Lo que había en el baño podía ser un ave de la región que ella desconocía. El generador de la casa era viejo y estaba afuera, le había dado problemas antes y sabía que era cuestión de tiempo antes de que se descompusiera. Además estaba viviendo en un lugar nada apetecible y su imaginación podía estar haciendo las cosas peor.

Se arrodilló en la cama y miró la pantalla con más tranquilidad. De repente se sentía ridícula por la forma en que había sobrellevado la situación, pero su pulgar seguía a centímetros del botón de llamada.

La ventana estalló y una lluvia de vidrios cayó a su alrededor. Algo la golpeó en el rostro lanzándola de espalda al suelo. El teléfono se escapó de su mano y se deslizó al otro extremo del cuarto. Pero eso no le importaba. No cuando luchaba para mantener lejos de su rostro una cosa con alas y pico que trataba de alcanzar sus ojos. Empezó a gritar desesperada, pero sus gritos eran devorados por el ulular de la criatura.

La fuerza de su agresor le impedía ponerse de pie y en medio de aquella confusión sintió un golpe en la sien izquierda. Su piel había sido cortada y la sangre corría por ella tibia y veloz, salpicando el suelo de madera. Fue una explosión de adrenalina. Llegó a cubrirse el rostro con un brazo y con el otro capturó al pequeño monstruo por lo que supuso era su cuello. Los músculos cedieron bajo su agarré y pudo sentir los frágiles huesos que sostenían aquel cuerpo.

Nicole dejó escapar un nuevo grito, uno feroz y lleno de ira. Azotó el cuerpo contra el suelo sintiendo como sus movimientos se volvieron más lentos tras el impacto. Logró ponerse de rodillas y nuevamente estrelló a la criatura contra el suelo una y otra vez hasta que perdió la cuenta. El ulular no tardó en convertirse en un gemido ahogado, el batir de las alas reemplazado por las convulsiones finales.

La sangre corría por el rostro de la joven que sostenía una masa sanguinolenta entre sus dedos. Las uñas se habían hundido en la carne del pequeño monstruo como ganchos de acero y al sacarlas Nicole sintió como desgarraban los músculos y tendones de su presa hasta casi partirla en dos. Sin darse cuenta, al ver el cadáver de su enemigo destazado a sus pies, volvió a sonreír.

El cuarto se desvaneció tras la oscuridad de sus parpados y sus piernas perdieron la fuerza que las había mantenido firmes hasta entonces. El sueño llegó sin más.

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