Me introduzco en aquel pesado silencio, observándolo desde mi lugar. Él no hace más que intentar liberarse de sus ataduras. Pero yo no comprendo ¿Qué tan difícil es desatar los nudos que tú mismo ataste?
Mi silencio parece comenzar a pesarle cada instante más. Sus hombros caen cansados y aun no pudo desatar ni un nudo.
— ¿Por qué quieres desatarlos?—pregunto, inocente— Si después de todo son tuyos.
Me mira con ira. Quiere abalanzarse sobre mí y arrancarme la yugular con sus dientes podridos.
—Tú no lo entiendes, ¿Verdad?—su voz cargada de veneno me produce un cosquilleo en el estómago.
— ¿Tengo que comprender algo más? Tengo el conocimiento de que tus cadenas fueron atadas por ti mismo.
— ¡No! Ellos me obligaron.
Observo la habitación. Encantada por el eco que su voz produjo.
— ¿Será que no tienes autocontrol?
Me levanto, limpiando mi blanco vestido con mis pequeñas manos.
—No eres más que una niña, y no te debo ninguna explicación.
—Esto no es por mí, hombre, es por ti—digo, caminando hasta él—. No te hago preguntas para saber qué coño es de tu vida, porque sinceramente no me interesa, lo hago porque quiero que entiendas el peso de lo que está atado en tu cuello.
— ¿No dijiste que mi vida no te interesaba?
Sonrío.
—No, es verdad—farfullo, con mi voz inocente—. Me interesa el futuro que esto llevará si logras comprender lo que ellas pesan en tu cuello. Si lo haces entonces otras personas podrán hacerlo y podrán mejorar.
—Pero te digo que estas no me las até yo—gimotea.
—Siempre ha sido más fácil culpar a los demás, ¿No? Déjame decirte que tú permitiste que lo hiciera.
—No.
Su voz suena ahogada, como un pedido de ayuda. Pero no puedo siquiera tocar alguna de sus cadenas, yo no puedo desatar algo que no es mío.
—Tenías las tijeras para cortar los hilos que te convertían en su marioneta—susurro contra su oído—, pero decidiste convencerte de que era más fácil que los demás hicieran por ti todo, pero al final todo lo que pasó terminó cayendo en ti por no ponerte de pie.
Llora. Grita. Patalea.
Su torturara más grande es saber que pudo hacerlo y se negó. Siempre supo, pero como dije; resultaba más fácil que otro lo hiciera por él. Ahora está aquí, destruido y sin poder escapar.
Me levanto, rendida. Quizás sus cadenas pesan mucho más que él y sus ganas de salir adelante. Salgo de la habitación, escuchando sus gritos de ayuda, pero yo no puedo ayudar a quien no quiere ayudarse. Nadie puede hacerlo.
OPINIONES Y COMENTARIOS