“Yo hice de la calle, mi hogar”

“Yo hice de la calle, mi hogar”

Echando la vista atrás, recuerdo el día en que comencé a vivir en la calle. Me convertí en un indigente, o lo que es lo mismo, en alguien invisible para el resto de la sociedad. No es una opción, como muchos creen; a veces, simplemente es necesario. Yo lo tenía todo en la vida, pero una mala racha me dejó sin nada. Un buen día, me vi en la calle, tal cual. Mi historia es una herida que no cicatriza, y os la voy a contar.

Quizás hubiera sido más fácil pedir ayuda, pero en esos momentos elegí refugiarme en mi soledad. Me fui hundiendo en mi propio pozo y escogí esta salida. La calle es una vida donde aprendes a valorar todo, donde con nada puedes hacer un mundo. Vas conociendo gente: algunos empatizan contigo, otros no tanto. Aprendes a separar lo bueno de lo malo, lo ético de lo no ético. Pero al final, por muy jodido que sea, vives.

Recuerdo mi primera noche. No tenía nada; me sentía una mierda, un despojo humano. Miré mis bolsillos y estaban vacíos. Tenía frío, hambre, y pensaba que solo necesitaba esperar a que amaneciera, que quizás mañana sería diferente. Me arrinconé entre una pared y el suelo, cubriéndome con mi chaqueta. Poco a poco, cerré los ojos y me quedé dormido. En mis sueños seguía en mi casa, con mi familia, mi vida acomodada. Pero un soplo de aire me sacó de mis sueños y, al mirar a mi alrededor, la cruda realidad me golpeó: era mi primera noche en la calle.

Pasaron unos días y una señora se acercó a mí preguntando si tenía frío; era mediados de noviembre. Le respondí que las estaciones son iguales para todos. Se fue y, al cabo de media hora, regresó con una manta y un caldo que me supo a gloria. Estas son las personas que a veces encuentras en este camino, aunque son las menos. Otros te empujan, se ríen de ti, te roban lo poco que has acumulado. Yo no me meto con nadie, pero he sufrido vejaciones por parte de muchos.

En la calle no hay amigos. A veces, encuentras a otra persona en la misma situación que tú, que te invita a beber o fumar, pero la amistad es algo que no existe aquí. Ellos cuentan su vida y, al final, te das cuenta de que eso no te ayuda; es más de lo mismo, terminando por hundirte más en el fango. Puedes buscar compañía para que pasar la noche no sea tan duro, pero al final, estás solo.

Las noches son duras, llenas de droga, prostitución y jóvenes que, al parecer, consideran que tú eres su juguete. Deseas que llegue pronto el día porque la luz del sol te brinda esa tranquilidad (entre comillas) que tanto necesitas. Nos convertimos un poco en psicólogos de la vida. Recuerdo aquel día cuando una adolescente, a altas horas de la madrugada, pidió sentarse a mi lado en el banco que era mi cama ese día.

La verdad es que no entiendo a estas chicas que vagan solas por la calle y mucho menos que se acerquen a un desconocido como yo. Comenzó a llorar y, al intentar consolarla, me contó que había descubierto a su novio con su mejor amiga, que no quería vivir, que sin él su vida no tenía sentido. Terminas mediando como si fueras un psicólogo, escuchando sus problemas e intentando darle soluciones, pero luego te das cuenta de que haces lo mismo con ellos, sin aplicártelo a ti mismo. Aprendes mucho de sus vidas, que al final están tan jodidas como la tuya.

También están los clásicos que te denuncian a la policía, diciendo que hueles mal y que no das buena impresión. Llega la policía y no pueden hacer nada porque al final no tienen fundamento para detenerte. No me meto con nadie; puede que huela mal, no lo voy a negar. Son muchos años ya en la calle. De vez en cuando visito un comedor social, donde además de comida nos ofrecen ropa limpia y la oportunidad de asearnos, pero no soy asiduo, pues intentan insertemos en la sociedad y yo, en este momento, no quiero porque no estoy preparado.

Cuántas veces he escuchado que soy un desequilibrado mental. Pues no, señores, soy abogado… o lo fui. En la calle encuentras muchas personas con carreras, padres de familia que han perdido todo, mujeres desahuciadas con niños. No por ello deberían incapacitarse. Es una forma de vida como cualquier otra. Habrá personas con verdaderos desequilibrios, pero cada uno tiene su historia, su vida, y quizás sí, una locura propia por no ser igual que tú.

La calle me enseñó que somos más que etiquetas, que nuestras historias son valiosas, incluso cuando parecen perdidas. Y aunque la vida en la calle no es fácil, nos resulta más difícil olvidarnos de nuestra humanidad, de la conexión con otros, incluso en la oscuridad.

Susiaire

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