Hace más de 200 años que se produjo el último despegue en avión, no se puede decir que fuese un vuelo o un viaje porque nunca llegó a su destino. El incidente del vuelo 461839-M salió un lunes a las 9 de la mañana desde Moscú con destino a Pekín. En ese avión murieron más de 800 personas entre ellas se encontraba la princesa Anya quien nunca llegó a casarse con su prometido, el emperador Chang. Fue tal esa desgracia que esas dos grandes potencias pactaron e impusieron un régimen en el que nunca jamás se iba a volver a ver un avión despegar. Hasta hoy.

Hoy hacia exactamente 225 años desde ese despegue. Unos años atrás una gran sucursal norte americana empezó a patrocinar uno de los aviones que iba a revolucionarlo todo. Iba a ser el más lujoso y seguro de todos los aviones pero lo que más llamo la atención fue que nadie podría comprar los billetes. Estos iban a ser sorteados unos meses antes del despegue de este avión, el avión 461840-N. Se iban a escoger a dos personas de cada país aleatoriamente sin importar cual fuera su raza, edad, estatus social, origen… cosa que no a todo el mundo le hizo mucha gracia. Los billetes no se podían revender, ya que una vez hecho el sorteo solo aquellas 388 afortunadas personas serían las que subieran al avión. Y es aquí donde entro yo.

El día del sorteo lo pasé en el hospital, mi bisabuela se estaba muriendo de una enfermedad desconocida a sus 189 años. Parecerán muchos pero la esperanza de vida del siglo XXIV estaba entre los 250 y los 300 años, ella aún era muy joven para morir. Recuerdo que simplemente se acabó todo, sus pulmones dejaron de estirarse y contraerse, su corazón dejó de bombear sangre a sus venas y su cerebro simplemente se durmió y entro en un sueño del que ella nunca iba a despertar. Al llegar a casa no tenía ni fuerza para subir los 96 pisos para llegar a mi apartamento, ni aunque fuese utilizando el ascensor. Por eso cuando entré en mi apartamento acristalado y me encontré a un hombre alto de traje negro sentado en mi sofá de cuero sintético, no reaccioné ni me pregunté ni quién era ni como había entrado. Solamente me descalcé y me metí en mi habitación cerrando la puerta tras de mí. No fue hasta dos días más tarde que me enteré de que había ganado uno de esos billetes que a tanta gente le hubiera gustado tener pero que yo simplemente menospreciaba.

Ahora me encontraba en el aeropuerto de Nueva York sentada en una de las mesas más alejadas de todo con mis auriculares puestos y un café ardiendo en mano. Veía a gente de toda clase pasar por delante de mí sin siquiera percatarse de mi presencia, solo era una más entre tantas y mucha gente me diría lo afortunada que era por tener uno de esos billetes pero yo simplemente notaba que era la misma de siempre. Lo que muchos no sabían era que ese billete estaba condenando a 399 personas a la muerte porque ese vuelo no era un simple vuelo a medianoche si no que ese vuelo iba a ser el vuelo que matará a 400 personas pero también será el vuelo que me salvará a mí de mí misma.

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