
Vudú
La mujer negra de muchos años de edad, tomo el muñeco que semejaba un ser humano, vestido con algunos jirones de prendas de vestir de alguien, lo observo un instante y le introdujo una aguja, en una pierna, luego le dijo a la mujer más joven ahora coloca el muñeco en la nevera, veremos como el maldito va a saber lo que es frio en el cuerpo.
Escenas como esta son comunes en las casas de los negros que practican el vudú, que más allá de su dimensión espiritual y curativa, también tiene un lado oscuro que a menudo se revela en prácticas de brujería. En este contexto, se convierte en un instrumento de venganza o manipulación, donde los rituales buscan causar daño a otros. En el exuberante Chocó, Colombia, estas prácticas se tejen en el tejido social, como sombras que se deslizan entre los árboles de la selva.
Uno de los rituales más temidos es la creación de un muñeco vudú, símbolo de la persona objetivo. Este acto es meticuloso y cargado de intención; se elige cuidadosamente un trozo de tela, a veces negro, que se convierte en el cuerpo del destinatario del mal. Cada punto en la costura es un susurro de intenciones malignas, un hilo que une al practicante y quien encarga el hechizo con su víctima.
Para llevar a cabo el ritual, el muñeco se personaliza, incorporando elementos que representan a la persona: cabellos, prendas o incluso un nombre escrito en un papel. En la penumbra, el practicante invoca espíritus mientras clava alfileres en el muñeco, cada puñalada simbolizando un deseo de causar sufrimiento, un acto que transforma el amor y la comunidad en un mar de oscuridad.
Al caer la noche, en el corazón del Chocó, se conjuran sombras y susurros mientras la selva se llena de ecos lejanos. La brujería se despliega como un canto siniestro que recorre el viento, recordando que, en el Vudú, la línea entre la sanación y el daño es a menudo tenue y peligrosa. En esta dualidad descansa el verdadero poder de esta práctica ancestral, capaz tanto de sanar como de herir, de unir y de separar, un recordatorio constante de las complejidades del ser humano.
En una vivienda del Chocó, rodeada de selva, que parece susurrar nacientes secretos entre sus hojas verdes, en una comunidad que vive en armonía con la tierra y con sus creencias. Sin embargo, como en toda historia humana, a veces la oscuridad se presenta en forma de resentimientos y deseos de venganza. Allí, entre danzas y rezos, el Vudú se convierte en un arma de doble filo.
Un día, en medio de la intensidad de la vida cotidiana, Marisol se sintió atrapada en las redes del odio, ella ansiaba el amor de un hombre, el compañero de una amiga suya, hizo hasta lo imposible por poseerlo, hasta le busco un nuevo marido a su rival, pero pasaron los años y el hombre, siguió con la esposa, esa rivalidad antigua la llevó a buscar el poder del Vudú, guiada por la promesa de venganza, la solución era desaparecer al ingrato, una noche silenciosa, con el corazón acelerado y las manos temblando, asesorada por una bruja experta, reunió todos los elementos para conjurar un hechizo maligno. Pronto su altar estuvo adornado con el muñeco, representando a su amante fallido, y bajo la luz de la luna, empezó a clavar alfileres, cada uno simbolizando un deseo de daño. Fue tal su fe que el hombre enfermo gravemente sin razón aparente para las dolencias.
Afortunadamente aquel hombre mientras se sumergía en la oscuridad de la muerte, una luz inesperada irrumpió en su corazón. Una mujer creyente y predicadora le enseñó que la verdadera fuerza reside en Dios y la fe en su bondad. Lo entrego a Dios en sus oraciones de amor, perdón y redención. Y así vio regresar la luz, que deshizo las tinieblas del mal las hechiceras del vudú se dieron cuenta de que el hechizo que había lanzado estaba teñido de un veneno aún más mortal: el retorno de lo que ellas habían deseado. Mientras que la persona a quien habían querido hacer daño le sucedieron cosas extraordinarias; la buena fortuna parecía estar a su lado, pues recupero prontamente la salud. En cambio, ellas se sumían en un caos cada vez mayor. La oscuridad que habían invocado comenzó a volver hacia ellas. Su salud se deterioró demasiado, y las sombras que una vez eran figuras de venganza se convirtieron en espectros que las acechaban, para llevarlas a los confines de la muerte.
Aquello era el poder del amor divino, disolviendo el mal que el vudú había liberado.
La conexión con lo sagrado fungió como un escudo, devolviendo el mal.
Aquella experiencia se convirtió en una lección palpable para toda la comunidad: el amor y la oración pueden cambiar el rumbo de lo negativo. En la lucha entre el bien y el mal, el poder de Dios se manifiesta cuando las voces se elevan en unidad, transformando los corazones y castigando aquellos que una vez transitaron por senderos oscuros. Así, el Vudú, aunque cargado de grandes peligros, fue dominado por la luz de la fe, recordando a Marisol y a todos, que el verdadero poder reside en la elección de hacer el bien y no de herir.
Seudónimo: Fernando Barbosa Guaviare febrero 2025.
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