Voz de Pueblo
José E. Díaz
A la orden, dijeron muchos,
porque el viento traía palabras
que no nacieron en su pecho,
sino en la sombra lejana
de quienes mueven hilos
sin conocer la tierra que pisan.
Sembraron obediencias en silencio,
y callaron las bocas cansadas,
mientras otros, con tinta ajena,
escribían destino y vergüenza
como si el alma del pueblo
fuera arcilla para moldear caprichos.
Hablaron de engrandecimientos,
de sueños que no eran nuestros,
y de manos mandonas
que todo lo toman y nada devuelven.
Dijeron que el pueblo era dócil,
que la miseria lo hacía manejable,
que la sed lo empujaba
a las cantinas del olvido.
Pero no conocen la raíz del trueno,
ni el silencio que respira profundo
antes de romperse en grito.
Porque un día —y ese día llega—
la voz junta de los humillados
subirá por las montañas,
reventará los muros,
y estremecerá el cielo
con un canto que no se vende.
Ese día diremos:
somos lo que somos,
hijos del lodo y la esperanza,
y seremos lo que elijamos ser,
sin permiso, sin cadenas,
con la dignidad alzada
como bandera que nadie doble.
Porque el pueblo,
cuando despierta,
no obedece al viento:
lo transforma.
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