Se levantó más temprano de lo normal, aun sintiéndose profundamente emocionado, sintiendo el afán de un soñador que acaba de despertar del sueño más hermoso y que lucha por dormir y soñar de nuevo el mismo sueño una y otra vez y para siempre.Sin embargo, su realidad lo levantó de golpe, debía correr a su trabajo, una larga jornada le esperaba. “Ya habrá tiempo para soñar y añorar la noche de anoche”, pensó para sí mismo.
Rápidamente, tomó un baño, se vistió, ató sus zapatos, comió un pan y café como todas las mañanas, cepilló sus dientes y esbozó una pequeña oración al salir de casa, un poco más por costumbre que por convicción.
Comenzó a caminar por las mismas calles, las mismas luces, las mismas casas, bajo el mismo cielo de estrellas atenuadas por el amanecer, y, aun así, parecían otras, las calles más coloridas, más alegres y las estrellas parecían apenas estar saliendo de una fiesta de estrellas y soles y galaxias y cometas, y en medio de toda esa algarabía, inevitablemente pensó en ella, y la vio de nuevo, vestida de azul, con su hermoso cabello, negro como noche sin estrellascayendo sobre sus hombros, y la contempló como si estuviera de nuevo frente a ella, recordó cuanto había añorado ese momento, cuántos años, cuántas lunas, cuántos inviernos rogando encontrarla.
Javier caminaba por el parque y la vio por primera vez y para siempre, sentada en una de las bancas leyendo un libro, totalmente inmersa en el mundo que su mente creaba mientras leía, lo que le dio la oportunidad a Javier de contemplarla, de memorizar cada centímetro de su belleza, usaba lentes que enmarcaban sus hermosos ojos claros, claros como su piel, que resaltaba aún más su pelo negro que descansaba sobre su hombro izquierdo, apenas inquieto por el viento de las 5 de la tarde, sus labios inertes adornaban su rostro cual delicados pétalos de rosa, aún la contemplaba, cuando ella alzó la vista y lo sorprendió viéndola, Javier no supo si desviar la vista o correr, así que simplemente continuó viéndola, sin saber que decir, la distancia era demasiado corta para disimular que estaba allí por otra razón, así que dijo lo primero que se le vino a la mente, “¿Te gusta García Márquez?”, ella no contestó, lo que lo puso aún más nervioso, volvió a hablar, “perdona, me llamó la atención verte totalmente concentrada en tu lectura, Márquez tiene esa capacidad” finalmente ella cambio su expresión hasta ese momento inmutable, y esbozó una leve sonrisa, como asintiendo, a Javier el corazón le dio un vuelco.
Apenas una semana había pasado desde aquella mágica tarde, y mientras continuaba caminando hacia la estación del bus, pensaba en lo afortunado que era de haberla encontrado, se pasó la mano sobre la cara para borrar la sonrisa que le llenaba el rostro sin aparente razón, y sin proponérselo la pensó de nuevo, pero esta vez su pensamiento lo llevó a la noche anterior donde luego de cenar, de reír, de charlar de todo y de nada, la acompañó hacia su casa, la noche era perfecta, la luna como fiel centinela iluminaba su rostro, ambos de pie frente a su casa, él la vio, como la vio la primera vez, perdido en la majestad de la belleza de su rostro, y se sintió tan bendecido por estar en aquel preciso lugar, en aquel único momento, y la contempló como jamás había contemplado nada más y como jamás lo volvería a hacer, ella lo veía igual, ambos perdidos mirándose el uno al otro, el silencio parecía en ese momento la mejor conversación que hubiesen tenido jamás, no eran necesarias la palabras, sin pensarlo Javier se inclinó hacia ella hasta que el espacio entre sus rostros se hizo inexistente.
Javier estaba todavía absorto en el pensamiento de anoche cuando el eco de un sonido apenas lejano le despertó de su letargo, no entendía muy bien que era, inmediatamente lo escuchó de nuevo, eran disparos, ahora más cerca, era normal escuchar disparos, sobre todo en los últimos años que la situación política y social estaba en decadencia, sin embargo esta vez estaba demasiado cerca, entonces alcanzó a ver a varios hombres correr hacia donde él se encontraba, nuevas detonaciones, esta vez podía verlas a través de las ráfagas de las balas al salir de las armas, iluminando la noche como enormes luciérnagas, su instinto de supervivencia le hizo buscar refugio, sin embargo no parecía haber un solo lugar dónde esconderse, corrió hacia el final de la calle y dobló hacia su izquierda, finalmente al dar la vuelta se tiró al suelo, esperando poder evadir las balas que destellaban en todas direcciones. Luego de unos segundos que parecieron eternos los hombres seguidos por un grupo de policías se perdió entre las calles, dejando escuchar nuevas detonaciones, esta vez más lejanas.
Javier todavía agitado por la carrera que emprendió, intentó levantarse, al hacerlo un terrible dolor en la espalda se lo impidió, comenzó a sudar, acaso era posible que una bala perdida lo hubiese alcanzado, miles de pensamientos inundaron su cabeza en ese momento, de nuevo intentó levantarse, sin embargo, el dolor se hizo más fuerte, finalmente en un esfuerzo titánico logró dar la vuelta y quedar boca arriba, levantó su cabeza con las últimas fuerzas que le quedaban y vio la sangre que cubría su ropa, al parecer la bala le atravesó por completo, su respiración cada vez más agitada le impedía escuchar, no había nadie cerca, nadie parecía estar consciente de su fatal situación. Su respiración lentamente comenzó a bajar de ritmo, sus fuerzas menguaron, quiso alcanzar su celular, sin embargo, ya no pudo mover sus brazos, alzó su vista al cielo y contempló las mismas estrellas que apenas hace unos minutos había visto, el sol ahora más despierto estaba por borrarlas del firmamento, y entre la luz del sol y la tenue luz de las estrellas, la vio de nuevo, sentada en aquella banca del parque, sonriéndole, escuchó su voz que en ese justo momento resonaba como una sutil melodía, “hola, soy Isabela” le dijo extendiendo su mano para saludarlo. En tanto que el sonido de una ambulancia a lo lejos y gente acercándose comenzó a llenar aquel lugar. Javier extendió su mano para tomar la de Isabela y el tiempo se detuvo en aquel momento.
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