Volver a Vivir

Volver a Vivir

Paula BM.

03/01/2019

Me he perdido. No sé donde estoy.

Mi madre y yo estábamos en una calle llena de puestos navideños, abarrotada de gente, cuando me quedé mirando un puesto y me giré para llamarla, ya ni estaba. Empecé a entrar en pánico y a agobiarme entre tanta gente, eché a correr, salí de la calle y llegué al lugar donde me encuentro. Recuerdo las palabras de mamá de que si algún día me perdía le hablara a alguien para que la llamara al número de teléfono que me había hecho aprenderme. Voy a acercarme a una mujer cuando en un callejón veo a mi papá con un hombre alto, parece que están discutiendo, pero, ¿mi papá no estaba trabajando? Con alegría voy hacia él.

– ¡Papá! –Grito, haciendo que mi papá y el hombre se giren y que mi papá ponga cara de miedo.
– Patricia, ¡corre! –Me ordena mi papá, señalando calle arriba.
Voy a echar a correr cuando el hombre viene hacia mí y me coge con fuerza del brazo, haciéndome daño, pegando mi espalda a su cuerpo.
– Tranquila cariño, todo va a ir bien. –Dice mi padre para intentar tranquilizarme, pero yo me altero más. –John, suéltala por favor, te devolveré todo, de verdad.
– ¡Suéltame! ¡Papá! ¡Papá! ¿Qué está pasando? –Exclamo derramando miles de lágrimas e intentando escapar del agarre de sus fuertes y musculosos brazos.
– ¡Estate quieta, niña! –’ Grita enfadado y pone una navaja en mi cuello. Cuando siento el frío metal sobre mi cuello, dejo de respirar y lloro en silencio con un miedo inmenso recorriendo todo mi ser.
A partir de ahí, todo pasa a cámara lenta, mi padre corriendo hacia mí gritando e intentando quitarle la navaja, pero esta acabando sobre mi costado haciendo que me desvanezca.

Me despierto con el mismo sudor frío y habiendo soñado la misma pesadilla de siempre. La del día que coloreó de negro toda mi vida y me marcó, me marca y me marcará para siempre, tras el cual estuve al borde de la muerte, 5 días en coma y el cual me hizo madurar con tan solo 9 años. Y todo esto provocado porque mi padre tenía líos con drogas y debía dinero. Mis padres se separaron y yo guardo mucho rencor a mi padre, por su culpa vivo con un repugnante pánico de ser de nuevo atacada y tras ese día, ningún niño se acercó a mí en el colegio porque sus padres se lo prohibían, al pensar que juntándose conmigo podían correr algún peligro.
Yo tuve que pagar duramente por sus malas decisiones y eso nunca se lo perdonaré.

– ¡Baja ya, Patricia! Qué vas a llegar tarde. –Me grita mi madre asomando la cabeza por las escaleras.
Y es que hoy mi madre me obliga a ir a un grupo de apoyo para chicos que según ella han vivido situaciones parecidas a la mía, ya que piensa que estoy demasiado encerrada en mi misma y necesito relacionarme y salir de ese encierro. Pero lo que ella no sabe es que aunque de pequeña me dolía mucho el hecho de estar sola, ya no, ha llegado un momento de mi vida en el que la soledad me gusta y disfruto con ella, por muy extraño que suene, esa es la dura realidad.

Mi madre me mira con cansancio y esperanza. –Por favor, inténtalo. –Me dice antes de bajarme del coche, y sé que se refiere a que intente sacar algo de provecho de todo esto.
– Lo dudo, pero lo intentaré. –Cierro la puerta y me adentro en el Hospital el Carmen, sin saber que ese acto haría cambiar mi vida.

Voy recorriendo los pasillos hasta encontrar la sala que pone Terapias de grupo, desde fuera se escucha jaleo de risas. Inhalo y exhalo hondo y entro.

Al entrar puedo ver a tres chicos, una chica y un hombre más mayor quien supongo que será el psicólogo que dirige la terapia, sentados en sillas colocadas en círculo. Cuando son conscientes de mi presencia, se callan y me miran.

– ¡Hola! Supongo qué eres Patricia, ¿no?, –asiento con la cabeza –yo soy Matías, por favor siéntate y bienvenida.–Me sonríe y me señala la silla vacía, al lado del chico con el pelo rizado y la chica rubia.

Me siento, soltando la mochila a un lado en el suelo. – Gracias.

– Bueno, aunque nosotros ya nos conocemos, – Matías mira a los presentes en la habitación antes de yo entrar- sería bueno presentarnos a Patricia ¿verdad?

– Yo empiezo, soy Silvia, tengo 17 años y cuando tenía 13 años, fui violada numerosas veces por mi tío hasta que un día lo descubrieron mis padres y mi sufrimiento acabó. –Cuenta Silvia con una sonrisa triste.

– Me llamo David, tengo 18 años y mi madre intentó asfixiarme una de las muchas noches que llegaba borracha a casa, porque decía que tenerme le había arruinado su vida. – Dice David, el chico del pelo rizado, mirando a un punto fijo.

– Mi nombre es Jorge, tengo 16 años y sufrí bullying en la escuela cuando tenía 10 años por ser gay y un día una paliza casi acaba conmigo.– Dice Jorge mirándome y dejándome adentrarme en su alma a través de sus ojos que transmiten tristeza pero compasión.

– Y yo soy Julián, tengo 19 años y mis padres murieron en un accidente de tráfico y mi hermana y yo íbamos montados en ese coche. –Cuenta Julián con naturalidad pero con enfado hacia la vida, supongo.

No sé como reaccionar ante todas sus confesiones, porque a pesar de todo lo vivido se nota que han sabido seguir adelante y sin conocerme me han abierto su alma y corazón, por eso los miro con admiración. – Yo todavía… no puedo, pero gracias por abriros a mí y hacerme saber a través de vuestras palabras que hay que seguir adelante. –Expreso con total sinceridad derramando miles de sentimientos en lágrimas contenidas.

– Tranquila cuando estés preparada estaremos ahí para escucharte. – Me sonríe y apoya Matías.

Mientrasyo sigo llorando, todos se levantan y me abrazan, – tú también vas a seguir adelante– me susurra David en el oído.

Después de ese día, empecé a conocer un grupo de amigos a quienes los había unido la terapia pero que ahora les unía la gran amistad que tienen entre ellos. Y ahora, yo puedo decir lo mismo porque también pertenezco a ese grupo. Y a pesar de que todos nosotros somos muy diferentes entre nosotros y cargamos con nuestro pasado, encajamos a la perfección porque recuerda, las piezas de un puzzle no son iguales, mas, encajan a la perfección formando un conjunto.

Gracias a ellos, volví a vivir, a renacer, a disfrutar y sobre todo, aprendí a perdonar y a seguir adelante dejando el pasado atrás. Porque con Silvia, David, Jorge y Julián, todo eran risas, aprendizaje, adrenalina, lágrimas, sonrisas y sobre todo, ganas de vivir; tampoco me olvido de Matías, quien en las sesiones de terapia nos ayudó muchísimo, especialmente, la sesión en la que pude contar el suceso que me hizo encerrarme y el apoyo de todos fue sensacional.
Por todo esto, todos ellos han hecho cicatrizar mi horrible herida, aunque todavía exista una pequeña marca y recuerda se puede volver a vivir.

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