Voces

¿Acaso crees que estoy loco? Escucha.

Ella iba todas las tardes al parque y cerca de los columpios en un banco comenzaba a fumar. A veces de su abrigo cogía una mini agenda y anotaba cosas. Era difícil no mirarla, esos ojos verdes, el cabello rubio recogido en un moño, sus facciones de modelo. Pensé que se iría en cualquier momento y tendría que hacerle lo mismo que a las otras, pero para mi sorpresa no se marchó. ¿Habrá sido una casualidad encontrarnos ahí? Todavía me lo pregunto.

Comencé a jugar: hacía suposiciones basándome en su forma de vestir: trajes sexys como los de una aeromoza; y la manera de hablar: ese acento de oriente distinguido en los que vienen a la capital.

¿Cómo olvidar esa tarde? Fue cuando las voces se fueron de control, sí, enloquecían a cada segundo que pasaba. Evité mirarla, no quise verla, para sosegar las voces, pero ellas solo incrementaban. «Invítala a un café, llevan días mirándose, es hora de presentársela a mamá, seguro querrá verla, recuerda que sin su aprobación no podemos estar con nadie. Mamá nunca nos dio su aprobación, siempre nos gritaba y a las chicas. ¿Recuerdas qué sucedía cada vez que le presentábamos una? Nos daba con el bastón hasta que desfallecíamos. Ninguna novia es suficiente para ella. Verás que esta sí. Invítala a un café». La tarde se nubló de improviso, los árboles del parque comenzaron agitarse por las ráfagas feroces del viento, y el olor a lluvia impregnó el aire. «Es ahora o nunca, puede que ella mañana no vuelva, entonces tendríamos que hacerle lo mismo que a las otras».

—Hola, soy Alejandro —dije con timidez. Estaba parado delante suyo, ella escribía en su agenda. Levantó la vista del cuaderno. Sonrió.

—Hola, mucho gusto, soy Eva —contestó y estrechó mi mano. «Al fin ya pasaron la parte de la presentación… invítala a un café».

—Hay un lugar cerca, es pequeño… —dije y creí estar ruborizándome—. ¿Te parece si te llevo? Se nota que no eres de por aquí.

—Mi acento me delata, ¿verdad? —Asentí. Eva guardó la agenda en su bolso. Intenté echar una ojeada dentro para ver si podía obtener más pistas acerca de ella, pero la abrió y cerró con rapidez; luego observándome con ojos de víbora asesina contestó: —Vámonos…

El café era una casa con algunas mesas distribuidas en el portal. Un jardín con pequeñas flores adornaba el camino adoquinado que iba hasta la entrada, donde una muchacha vestida de camarera esperaba paciente.

—Buenas —dijo con voz suave.

—Venimos por un café —dije. La camarera asintió y nos llevó a una de las mesas. Dejó la carta por si queríamos pedir otra cosa.

El techo que era una lona comenzó a repiquetear por las gotas de lluvia. En la sala del café un barman apuesto servía varios tragos a una pareja, mientras distante sonaba una melodía instrumental.

—¿Qué te trajo a La Habana? —pregunté.

—El amor… —contestó. Bajó las manos hacia su bolso que descansaba en los muslos y comenzó a mover las piernas nerviosamente.

—Aquí tienen su café —dijo la muchacha dejando las dos tazas, luego se marchó.

—¿Tienes novio?

—No, nos peleamos hace tres años, pero sigo cargando con él.

—Pero ya no están ¿verdad?

—No… para mí es como si estuviera muerto… —contestó Eva bebiendo de un sorbo todo el café.

—Siempre sucede que nos enamoramos y luego vienen las desilusiones, y el bastón, siempre el bastón.

—¿Cómo? —preguntó ella con una sonrisa, pensaba que era una broma. No supuso que mamá siempre me golpeaba con el bastón hasta desfallecer.

—Que siempre nos llevamos palos en el amor —dije ruborizándome.

—¿Tú tienes novia?

—No, por ahora me gusta estar soltero, no he hallado a nadie capaz de estar a mi altura —«A la de mamá» —¿En qué trabajas?

—De editora en una revista. Ahora tratando de hacer un artículo.

—¡Eso es genial!

—Sí, pero también un poco agotador. Estoy buscando historias impactantes de personas. ¿Tú no conoces a nadie?

—Mamá —dije. «Mamá no va a querer que la entrevisten, no como está ahora. Seguro así no te da su aprobación» —. Mi mamá tiene varias historias que contar, quizás alguna te interese.

—¡Genial! ¿Hoy mismo podemos verla?

—¿Ahora?

—Sí, ahora mismo.

¿Cómo iba a saber que estabas dentro del bolso? No, no me juzgues. En ese momento solo pensaba en mamá y su aprobación, porque si no me la daba tenía que hacerle daño a Eva, y no quería hacerlo.

Apenas estaba cayendo la noche y el aire gélido impregnado de lluvia nos hizo caminar de prisa. Recuerdo que paramos bajo un techo porque el agua apretó. Ella, con el pelo medio húmedo, no dejaba de observarme, sus ojos verdes relucían como un árbol en pleno desierto. Entonces fue cuando me habló un poco de ti.

—Mi marido era escritor, yo su editora… nos íbamos a casar, nos queríamos… pero me dejó y las voces… fueron ellas… que no se callan… —Eva agachó la cabeza para mirar al suelo. Acaricié su mejilla con mis dedos mientras la noche, fría y lluviosa, empapaba la acera. Ella levantó la mirada, esos ojos verdes eran tan hermosos, que me estremecí. El silencio fue definitivo, absoluto para aquel beso que vino después. Al separarnos la vi igual de triste, incluso más.

—Yo también escucho voces —dije. Eva rebuscó en su bolso y sacó un enorme cuchillo. No retrocedí al verla con tal arma.

—¿De verdad?… Odio la mentira… ¡la odio! —dijo apuntándome. Su mirada de víbora asesina se apagaba.

—Sí, y no se callan, son estúpidas —comenté y ambos reímos. Ella guardó el cuchillo en su bolso, el agua aminoró y seguimos nuestro camino.

Al encender la luz del salón creí que Eva saldría huyendo, pero para mi sorpresa se quedó perpleja viendo las cabelleras de mis antiguas novias en la pared. «Coge el bate detrás de la puerta por si quiere huir». La dama, después de contemplar los cabellos, caminó hasta el sofá para coger un periódico, todavía abierto por donde lo dejé: era el artículo del asesino en serie que a sus víctimas las mataba con un bastón, luego las dejaba calvas, para abandonarlas en cualquier sitio. El caso lo estaban cerrando porque, según dijeron, ya había aparecido el criminal. Eva dejó el periódico en el sofá.

—Me gusta como huele aquí —dijo.

—¿A que es increíble el olor? Una vecina llegó los otros días quejándose de la peste… dice que todo olía mal. Al fin que se mudó la vieja, porque me tenía cansado ya… las voces… —Me detuve. La dama me miraba con brillo en sus ojos, sujetando fuerte el bolso.

—Llévame con la señora para entrevistarla.

La llevé por un pasillo hasta el dormitorio. La puerta estaba medio abierta y al empujarla, vi la silueta de mamá sentada en el butacón frente a la ventana tapizada acariciando a su gato. Entramos en el cuarto y encendí la luz. Eva permanecía a mi lado cogiéndome de la mano.

—¿Para qué me despiertas? —preguntó mamá. Su voz sonaba ronca como otras veces. Tosió un poco sin quitarme la vista de encima. El bastón siempre a su lado.

—Lo sentimos, señorita… —dijo Eva mirándome. Quedé sorprendido porque era la primera novia que podía hablar con mamá—. Retrasé a su hijo porque necesito un reportaje.

—Me caes bien niña —comentó mamá mostrando una sonrisa—. Son novios, ¿no? ¿Te quedarás a dormir aquí? Ya es muy tarde y la calle es peligrosa… venga, quédate y mañana hacemos el reportaje —Eva asintió a la propuesta de mamá—. Bien, ahora déjenme tranquila y vayan a hacer sus cosas».

Regresamos a la sala y después de charlar varios minutos en el sofá entramos en un frenesí de besos.

—Espera —dijo Eva queriendo controlar las ganas de besarme, yo no dejaba de manosearla—, antes tengo que darle de comer a mi exmarido —Me detuvo con la mano—. Cálmate, espera, ¿tienes algo por ahí?

—Lo de mamá… que nunca come.

—¿Sí? Yo la vi de lo mejor…

—Sí, está de lo mejor, pero perdió el apetito hace cincuenta años cuando el médico le dijo que tenía cáncer terminal en los pulmones… —dije levantándome para coger un plato de verduras—. Es lo único fresco que tengo…

—No importa… Jorge come lo que sea —dijo Eva sacándote del bolso, te puso el plato con las verduras, además, le agregó un poco de agua porque tenías los labios resecos. Luego yo y ella continuamos en nuestros besos.

¿Todavía crees que estoy loco? Jorge, necesito que me digas cómo dejarla, desde que Eva está aquí no escucho las voces, es como si su compañía las anulara, y ya comienzo a preocuparme, porque mamá parece estar muerta en su cuarto y tú aparentas ser una cabeza sin vida, a la cual estoy alimentando.

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