¡Vivan los novios!

Los invitados a la boda de Ignacio y Penélope los esperaban en el atrio de la iglesia de San Manuel y San Benito en la que acababan de unir sus vidas, los hombres tenían una bolsa con arroz y las mujeres con pétalos de rosa rojos, preparados para lanzárselos a la feliz pareja cuando aparecieran por la puerta, con este gesto deseaban a los novios una vida entera de felicidad y buenos deseos.

¡Vivan los novios! Gritaba uno de los invitados, a lo que el resto, todos a la vez como si lo hubieran ensayado, contestaban ¡Viva!

Todo fueron felicitaciones y deseos de felicidad para los recién casados que agradecían de corazón sus buenas intenciones.

Lo celebraron con un gran banquete en los Salones Copacabana que acogía con holgura a los casi trescientos invitados.

Subieron los novios por la escalera de honor que estaba decorada con una alfombra roja salpicada con dibujos de anillos entrelazados y sujeta a los escalones por una barra dorada rematada con ángeles con arco representando a Cupido. Las paredes decoradas con telas pintadas con motivos florales le daban un ambiente acogedor a la entrada. En el salón estaban ya esperando los invitados, que al oír la Marcha Nupcial se pusieron en pie para recibir a la pareja que hicieron el recorrido hasta la mesa de los novios agarrados de la mano entre aplausos y piropos.

—Impresionante como está saliendo todo hasta ahora —comenta Ignacio, en el oído de su, ya, mujer.

—Sí Ignacio, estoy emocionada, pero ya tengo ganas de que todo acabe para poder estar solos.

—Ya falta poco, cariño —la anima Ignacio.

Después de la cena empezó el tradicional baile, que como es costumbre lo abrieron los recién casados al ritmo de un bonito vals, finalizado cambiaron de pareja bailando la siguiente pieza la novia con su padre que era el padrino y el novio con su madre que a la vez era su madrina. Acabada la apertura del baile, salieron los invitados con ganas de bailar y divertirse a la pista, cuando quisieron darse cuenta los novios habían desaparecido.

La feliz pareja estaba ya en su nuevo piso disfrutando del momento, habían preferido pasar la noche de bodas en el calor del hogar en vez de en la fría habitación de un hotel, así también tendrían más tiempo para preparar todo para el viaje a la India donde habían planeado pasar la Luna de Miel.

El piso lo tenían sin amueblar, los pocos muebles que habían llevado se los había prestado la familia, pues entre el ajetreo con los preparativos de la boda y el retraso que la constructora había tenido en la firma de la hipoteca y la entrega de llaves, se le había juntado todo.

Ya bien entrada la mañana salió Ignacio de la habitación, por la cara que tenía, era fácil deducir que mucho no había dormido, pero en la mirada se le veía una luz de felicidad infinita.

La imagen de Penélope al salir no se diferenciaba mucho de la de él, la felicidad era palpable en su rostro. Buscó a su marido y lo encontró en la cocina terminando de preparar el desayuno, se dieron un apasionado beso de buenos días y se sentaron a la mesa, que les había prestado la hermana de Penélope, en dos sillas de tijera.

—Buenos días cielo —saluda Ignacio.

—Hola mi amor, uff que cuerpo tengo —comenta Penélope, estirando el cuerpo de tal manera que parece que se va a romper.

—Precioso —la piropea Ignacio.

—Que rico es mi niño —contesta complacida Penélope.

Dieron buena cuenta del desayuno, los dos tenían buen apetito después de una noche de muy agradables ejercicios amorosos.

—¿Sigues pensado en pintar cada habitación de un color diferente? —dijo de repente Ignacio, que seguía intentando quitarle esa idea de la cabeza a su mujer.

—No estoy ahora para muchas pinturas, la verdad cielo, si lo que quieres saber es sigo con la misma idea, te diré que sí.

—Cuando regresemos del viaje —sugiere Ignacio—, tendremos que ponernos manos a la obra con la decoración del piso.

—Si cielo —contesta Penélope— déjalo para después, me parece que vamos a tener más de una discusión, nuestros gustos en decoración son muy diferentes.

—Tienes razón —contesta él—, no empecemos nuestra vida de casados discutiendo.

Disfrutaron de su viaje de novios a Sri Lanka, llamada Lágrima de la India, donde visitaron el Bazar de las esposas, donde miles de niñas y jóvenes de entre 12 y 21 años son vendidas como esposas en el norte de la India por poco dinero a familias pobres. Se iniciaron en el placer que supone comer con las manos con el thali, que es un plato combinado regional servido en una hoja de banano. La base común de este plato es el arroz y el chapati (tortilla india), acompañados con roti (pan indio).

Una vez de vuelta y después de descansar del viaje, visitaron a la familia para darles los regalos que les habían traído para que tuvieran un recuerdo de su viaje.

Ya asentados, querían aprovechar los días que les quedaban, antes de empezar a trabajar, para adelantar lo más posible la decoración del piso.

—¿Qué te parece —sugiere Penélope— si nos ponemos las pilas con el piso y vamos haciendo algo?

—Estoy de acuerdo, cielo ¿por dónde empezamos?

—Creo que lo primero es pintar —opina Penélope— ahora que no hay muebles.

—Estoy de acuerdo —contesta Ignacio—, después tendríamos que mirar las lámparas y por último los muebles.

—Más o menos ese sería el orden —acepta Penélope.

—Sigues en tus trece de colores diferentes para las habitaciones —le pregunta Ignacio, sabiendo que es un tema que les va a llevar más tiempo ponerse de acuerdo.

—A ti ¿qué color te gusta para el salón —intenta escabullirse Penélope de responder, contestándole con otra pregunta.

Ignacio se da cuenta de la maniobra de Penélope, pero le sigue el juego —un tono pastel para el zócalo y sepia para la parte de arriba, le contesta.

—Por favor Ignacio, que horterada.

—Podías respetar al menos mis gustos —contesta Ignacio algo molesto.

—Perdona, no pude evitar el comentario —se disculpa Penélope—, me parece que en este tema no nos pondremos de acuerdo.

—Pues no estoy dispuesto a que sea así —corta tajante Ignacio.

—Pues dame una solución —le pide Penélope.

—La única solución es contratar una empresa de decoración —opina Ignacio.

—No me parece mala idea —acepta Penélope.

—¡Vaya! En algo estamos de acuerdo —comenta con una sonrisa Ignacio.

Después de mucho mirar por internet, en revistas especializadas y de preguntar a familiares y amigos, se decidieron por una que les gusto los servicios que ofrecían y los precios no eran especialmente altos. Concertaron una cita para el viernes de esa semana y puntual como un reloj, a las diez de la mañana llamaron al timbre.

—Buenos días, mi nombre es Leonor y soy de la empresa de decoración, hablamos por teléfono hace unos días.

—Buenos días —la saludó Penélope, dándole dos besos—, pasa por favor. Te presento a mi marido, Ignacio.

—Encantado —contesta Ignacio— ¿le apetece un café u otra cosa?

—No gracias, eres muy amable.

Leonor tendría unos veinticinco años, una cara bonita en la que destacaban unos ojos verdes, los labios bien formados, gruesos y sensuales que cuando los abría dejaban ver una dentadura blanca como las casas andaluzas y muy bien cuidada, el pelo de color castaño y liso le llegaba a los hombros, el cuerpo muy bien torneado con unas piernas largas bien formadas.

La impresión que le causó a Ignacio fue tal, que no podía apartar sus ojos de ella.

—Bien, exponerme —les pregunta Leonor—, qué es exactamente lo que queréis.

—La idea —contesta Penélope—es que nos asesores en la mejor combinación de colores para las habitaciones y el salón y la distribución de los muebles y accesorios.

—En cuanto a la pintura —les pregunta Leonor—, que preferencias tenéis, tonos fríos o calientes.

—Refréscame la memoria —reacciona Ignacio—cuáles son los tonos calientes.

—Son los que van del rojo al amarillo pasando por naranjas, marrones y dorados —le responde Leonor—, hay diferentes combinaciones posibles, queda bien combinar colores calientes y fríos en un mismo espacio, me explico, un color frio en las paredes y uno caliente en el techo o, al contrario, o bien dividir las paredes en dos colores o también un color para cada pared o el mismo para todas las paredes.

—Que lio —comenta Ignacio—, que no está concentrado en lo que dice Leonor, sus ojos están puestos en ella, no en lo que dice.

—Como tenéis tres habitaciones, mi consejo es que elijáis los mismos colores con diferentes combinaciones ¿me entiendes Ignacio? Se dirige a él pues se estaba dando cuenta que no la quitaba ojo de encima desde que había llegado.

—Me parece buena idea —contesta Ignacio.

—Ignacio, creo que no era eso lo que te preguntaba Leonor —le reprende Penélope— que se empieza a dar cuenta de la situación.

—Que sí mujer que la he entendido —contesta Ignacio.

—¿Y el comedor? —quiere saber Penélope.

—El comedor —le explica Leonor—, está muy bien situado por lo que mi consejo es que le pongáis un tono más bien oscuro.

Leonor se estaba dando cuenta de la actitud de Ignacio y aunque intentaba disimular la estaba poniendo nerviosa.

Ignacio era un hombre rubio, muy agradecido de rostro y con un cuerpo muy bien proporcionado, no era muy alto, tenía mucho éxito con las mujeres, a sus encantos físicos unía un don de palabra que conseguía atraer la atención de todos los que estaban a su lado.

Desde que conoció a Penélope no había tenido ojos para otras mujeres, estaba profundamente enamorado de ella. Por eso no entendía que le estaba pasando desde que Leonor traspasó la puerta de su casa.

—Ya tengo más o menos claro lo que queréis —les informa Leonor, después de haber estado repasando los apuntes que había ido tomando—darme unos días para presentaros un proyecto y el presupuesto para que lo valoréis.

—No es por meterte prisa —le comenta Ignacio—, nos gustaría, si llegamos a un acuerdo, que estuviera todo organizado antes de último de mes, a primeros empezamos a trabajar y ya tendremos poco tiempo.

—No os preocupéis, le daré prioridad para que esté cuanto antes.

—¿Qué te ha parecido? —le pregunta Penélope a Ignacio una vez que Leonor había salido.

—Parece competente y con buenas ideas —contesta Ignacio.

—Si no se sale de nuestro presupuesto —comenta Penélope—, me ha parecido muy bien, se ve que conoce su trabajo.

Leonor no conseguía quitarse a Ignacio de la cabeza, no podía olvidar la forma de mirarla, como si la quisiera desnudar con esos ojos marrones claros tan bonitos.

Por su trabajo conocía y trataba con muchos hombres, pero ninguno la había llegado a impresionar tanto como Ignacio y no podía explicarse exactamente por qué, apenas habían cruzado unas docenas de palabras y todas referentes al trabajo, pero tenía algo en su forma de hablar, de mirar, que la tenían perturbada.

Ignacio no pudo dormir por el mismo motivo, no se quitaba de sus pensamientos la imagen de Leonor, había puesto la excusa de que estaba muy cansado para que su mujer no le pidiera hacer el amor, como hacían cada noche desde que se habían casado, pues no quería que notara que estaba pensando en Leonor. En el fondo tenía miedo de lo que estaba sintiendo ¡por favor! me acabo de casar enamorado de mi mujer —se reprochaba a sí mismo.

Leonor les avisó que ya tenía terminado el proyecto, a lo largo del día pasaría a llevárselo si estaban en casa.

Penélope e Ignacio veían una película en el ordenador sentados cómodamente en el sofá, cuando sonó el timbre de la puerta, Ignacio dio un salto para ir a abrir, no podía disimular las ganas que tenía de ver de nuevo a Leonor.

—Buenas tardes —saluda un hombre con una cartera de piel— vengo de la Casa de decoración a entregarles un proyecto de parte de nuestra directora.

Ignacio no pudo disimular su sorpresa y su decepción. —le ha pasado algo a Leonor, le pregunta al hombre.

—No señor, tiene mucho trabajo en la oficina, como solo era para entregarles el proyecto para que lo estudiaran, me indicó que lo trajera yo, aquí les dejo una tarjeta para que se puedan poner en contacto con ella si tienen alguna duda.

—Muchas gracias —contesta Ignacio—, dígale que así lo haremos.

Entró en el comedor en el que esperaba Penélope y no perdieron tiempo en abrir el sobre y ver el proyecto.

En un despacho amplio, con grandes ventanales por donde entraban rayos de sol que daban una gran luminosidad, destacaba una gran mesa de madera de caoba que descansaba sobre unas patas labradas con motivos geométricos combinados con motivos alusivos a las artes, estaba colocada en el centro, llena de papeles que casi tapaban un ordenador portátil que tenía en el lado derecho. Sentada en un confortable sillón de piel marrón estaba trabajando Leonor cuando sonó el teléfono negro que había encima de la mesa.

—Buenas tardes, dígame.

—Hola, soy Ignacio del piso de la calle Espinar 6.

—Hola Ignacio —le saluda Leonor—, ¿a qué se debe la llamada, algún problema?

—No —contesta Ignacio—, simplemente estaba preocupado.

—¿Por qué? —pregunta extrañada Leonor.

—Como dijiste que llevarías personalmente el proyecto y lo llevó un empleado, muy amable, por cierto —le explica Ignacio.

—Que tal te viene comer mañana y hablamos tranquilamente —le propone Leonor.

Ignacio no da crédito a lo que está oyendo, pues era lo mismo que él tenía pensado plantearle, no se le había ocurrido mejor forma de concertar una cita con ella.

—Por supuesto —contesta Ignacio—, me parece perfecto.

—Eliges tú el sitio —casi le ordena Leonor.

—Te parece el Asador Extremeño, sus migas son exquisitas.

—Me gusta, soy descendiente de extremeños —le explica Leonor—, y la cocina extremeña me encanta.

—Una cosa Ignacio.

—Dime

—¿A Penélope no le molestará que comamos juntos?

—Por el momento preferiría que no lo supiera —comenta Ignacio.

Leonor se quedó pensativa y tardó un buen rato en contestar.

—No sé si estamos haciendo bien —contesta al fin Leonor—, pero respeto tu decisión.

—Gracias —le agradece Ignacio—, mañana sobre las dos nos vemos en la puerta del Asador.

—De acuerdo, hasta mañana —se despide Leonor y cuelga el teléfono.

Penélope había quedado con su mejor amiga en una cafetería del barrio donde vivía de soltera, llevaba unos días algo alterada, le parecía que la visita de Leonor a su casa había cambiado la vida tanto de su marido como de ella. Tenía ganas de hablar de eso con alguien y con quien mejor que con Vero, su mejor amiga, sabía que en ella podía confiar.

—¿Qué tal Pe? —la saluda Vero con el nombre que la conocían las amigas—, cuanto me alegro de verte. Cuéntame qué tal te va la vida de casada.

—Hasta hace unos días muy bien.

—¿Cómo que hasta hace unos días? explícame.

Penélope le cuenta la visita de Leonor y cómo ha despertado en ella un sentimiento que no podía imaginarse que sentiría nunca.

—Haber si lo he entendido —comenta Vero—, me estás diciendo que te has enamorado de esa tal Leonor.

—No sé lo que es, solo la he visto una vez, pero su presencia despertó en mí sensaciones que nunca antes había sentido.

—Me quedas que no sé que decirte, Pe.

—Pues espera, aún no he terminado, ahora viene lo más fuerte —anuncia Penélope a su amiga.

—¡Hija por Dios! Que es lo que pasa —dice sorprendida Vero.

—Pues que creo que Ignacio está en la misma situación, no es el mismo desde ese día.

—¡Madre del amor hermoso! —exclama incrédula Vero—, ahora resulta que tu marido es tu rival y tú el suyo.

—No lo podías haber expresado mejor —reconoce Penélope—, esa es la situación en la que me encuentro.

—Pe, me gustaría ayudarte, pero ahora mismo estoy bloqueada, tengo que asimilar todo lo que me has contado.

—Te entiendo amiga.

—Estoy pensando en la decoradora —comenta Vero—, tiene una papeleta complicada.

—Pues sí —reconoce Penélope—, a ver como salimos de esta.

Leonor e Ignacio llegaron puntuales al restaurante, una vez acomodados en una mesa grande de mármol con pies de hierro forjado situada en una zona apartada donde podrían hablar tranquilamente.

Eligieron platos típicos extremeños, de primero para los dos unas migas y de segundo Ignacio eligió una caldereta de cordero y Leonor chanfaina, para acompañar eligieron una ensalada de limón de las Hurdes, todo ello regado con un vino Ribera del Guadiana.

—Después de esta maravillosa comida —comenta Leonor—, creo que es el momento para explicarte el porqué de mi comportamiento.

—Soy todo oídos, aunque tampoco estás obligada.

—Después de salir de tu casa —empieza explicando Leonor—, me sentí muy incómoda, tú te pasaste todo el rato desnudándome con la mirada y tu esposa, aunque de manera más disimulada, otro tanto.

—¿Qué dices? ¿Penélope? Me parece que estás muy confundida.

—Las mujeres como yo, sabemos interpretar la mirada de otra mujer y la de Penélope era de deseo.

Sorprendido Ignacio por lo que acaba de escuchar le pregunta a Leonor —¿tú que sensación sacaste?

—Complicada Ignacio, hasta ahora solo he tenido relaciones personales con mujeres, los hombres nunca me interesaron para una relación de pareja, pero debo reconocer que tu forma de mirarme me gustó, despertó en mí sensaciones que creía dormidas, me costó unos días asimilar la situación emocional en la que me encontraba, Penélope me gustó desde el momento en que la vi.

—¿Entiendes ahora por que evite ir a tu casa a llevar el proyecto?

Ignacio no entendía nada, no podía dar crédito a lo que había escuchado, no podía ser posible ¿qué hacer? La cabeza le daba vueltas.

Estuvieron un buen rato callados, cada uno absorto en sus pensamientos.

—¿Qué te parece que hagamos? —reacciona preguntando Ignacio.

—Tus sentimientos y los míos ya los conocemos —responde Leonor—, creo que lo correcto será hablar con Penélope.

—¿Y si no es cierto lo que tú crees?

—Hasta ahora mi intuición en esos temas nunca me ha fallado Ignacio.

—A ver cómo se lo planteo a mi mujer.

Pasaron los días sin que Ignacio encontrara el momento oportuno para hablar del tema que le martirizaba con Penélope, más bien tenía pánico a planteárselo.

Acabadas las vacaciones sin haber hecho nada en el piso, empezaron con la rutina, pero cómo se podía imaginar Ignacio que la rutina le iba a durar poco, justo el tiempo que tardara en llegar a su casa.

Le extrañó que estuviera cerrada la puerta con dos vueltas de llave, solo lo hacían cuando ninguno de los dos estaba dentro, y por la hora Penélope ya debería haber vuelto del trabajo.

Sintió miedo de entrar, algo le decía que no le esperaba nada bueno, miró el móvil por si tenía alguna llamada de su mujer, no había nada. Pensó en llamarla, tampoco lo hizo, estaba paralizado.

Después de muchas dudas, entró, en el cristal de la puerta del comedor vio pegado un post-it que le quedó la sangre helada al leerlo “Fue bonito mientras duró” el futuro es más interesante. Fdo: Penélope & Leonor.

Se dejó caer en el suelo y llorando se sintió tremendamente solo.

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