Hasta donde la vista alcanzaba se extendía una llanura llena de pequeños montículos casi imperceptibles. La recorrió meditando cada paso, avanzando despacio. Poco a poco se fue acercando a lo que parecía un paso entre dos montañas que se alzaban gemelas en el paisaje. Todavía titubeando, se adentró en él sin calcular con exactitud la dirección a la que le llevaban sus pasos. Admiró los relieves que se levantaban a ambos lados, anhelando recorrerlos. Sin embargo, no desvió su camino; siguió avanzando ganando seguridad, pero sin celeridad. El sendero se estrechaba justo en el punto en que dejaba atrás las dos montañas. Una pendiente ascendente, ligera al principio y pronunciada en último término, le introdujo casi sin darse cuenta en un espeso bosque. Continuó su avance mientras se detenía de vez en cuando para hundir sus dedos entre el follaje. La apariencia fuerte contrastaba con el suave tacto de las hojas. Era fácil y tentador perderse entre sus ramas como si de un laberinto se tratara, pero, aun dando algún que otro rodeo, siguió avanzando. De repente, la vegetación se extinguía más bruscamente de lo que había aparecido. Una superficie lisa y sinuosa se abría ahora ante sus pies. En una diminuta hondonada decide dar un quiebro para dirigirse hacia un valle en cuyo fondo cree ver un resplandor. Al acercarse descubre un lago en el que puede observar su reflejo, pero en el que también hay una pequeña isla central que parece advertirle desafiante que se está aventurando en un mundo muy particular. A pesar de la callada amenaza y del deseo a gritos, la sensación de regocijo le invade y apremia sus pasos, que por un momento había detenido en la cuenca de ese mar en miniatura. Sus pies le acercan hasta un acantilado que observa sin detenerse. Sigue el borde concienzudamente, casi son esmero y precisión. Sus huellas dibujan la línea de costa, abrupta, rocosa. Un brusco recodo da una nueva dirección a sus pasos. Continúa al borde del precipicio intentado refrenar la prisa desasosegada que siente que le empieza a invadir por dentro. Se para de golpe. Las dudas vuelven a abordarle como una ráfaga de viento que, tan pronto se ha levantado, también se calma. Gira sobre sus propios talones para quedarse frente a frente con lo que estaba deseando encontrar desde que comenzó su viaje.

Ni el tacto de su espalda, ni el de su pelo, ni el de la línea de su mandíbula era comparable al tacto de sus labios. Electrizantes, suaves. Atrayentes, aterradores. Su dedo los recorrió como el resto de su cuerpo, despacio y apresurado al mismo tiempo, intentando dominar el ligero temblor que le producía tenerlos tan cerca. Por fin, sus labios se funden como los colores de un paisaje impresionista. Saben a sal, y sabe que por allí se desborda el mar que poco antes había admirado a la altura de sus ojos.

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