Verdades a oscuras

Verdades a oscuras

Epimo

03/02/2025

S. 26 años. Año y medio ejerciendo la profesión.

Dos meses han pasado desde la última entrevista. Dos meses que, naturalmente, han pasado muy rápido. No se sabe con certeza cuando pasaron, pero pasaron. Como un día cualquiera, como otro tanto. Dos meses en que se han hecho cosas y se han dejado de hacer otras tantas. Bueno, eso de que se han hecho cosas es un comentario suelto, sin fundamento. La verdad es que se ha hecho lo debido, lo normal, lo cotidiano. Eso es mucho para los tantos que tienen que sobrevivir. Para los más desocupados y ligeros, cualquier actividad extracurricular es una novedad, es una excusa para darle sustento a esa idea de aprovechar el tiempo que, singularmente, parece un requisito inequívoco de aquellos que buscan apropiarse del apelativo exitoso. A estas alturas, ya no se sabe si dicho éxito se puede lograr. De hecho, ya ni importa. Lo que se hace, básicamente, es vivir, como a cada quien le toca. Y se vive de esa manera repetitiva y cotidiana, casi indiferente, mecánica. Se saluda con indiferencia, sin saber realmente a quien se saluda. Se dan los buenos días por cortesía, se dan las gracias por costumbre. Una que otra vez se dan picos o abrazos, más por iniciativa ajena que propia. Solo se sabe seguir el ejemplo. La iniciativa poco hace en estos días.

Una de esas tantas cosas que se han dejado de hacer, corresponde al proyecto aquí expuesto. El desinterés, el tedio, el desprendimiento, ¡La tragedia!

Considérese como se deba considerar. El aparente desentendimiento ha contribuido a reavivar el fuego de la ignorancia, la ingenuidad. Si algo se pretendía aprender, ya se ha olvidado. Solo quedan las experiencias desligadas de un par de mujeres que dijeron algo, que opinaron algo. El cansancio, brutal enemigo de todo propósito que pretende preservarse en el tiempo, hizo lo que mejor sabe hacer: sepultar en un presente largo, cansino, lento, apagado. Ese presente baño en tinieblas todos los presuntos conocimientos de meses de trabajo, dedicación, esfuerzo. En ese sentido, la favorabilidad dada al proyecto demostraba dos cosas: lo fácil que es olvidar, lo fácil que es rendirse.

Ese mismo cansancio sugiere que la respuesta se mostrará como una empresa del doble de envergadura. No se trata simplemente de retomar un proyecto estancado, se trata de retomar todos sus antecedentes, razones, causas y propósitos. Ese mismo cansancio despertó el apetito voraz que había empujado el ánimo del proyecto. Sólo hacía falta un empujón más, un sacudón, un golpecito de sugerencia.

Los últimos días han pasado así, sumergidos en lecturas, repasos, revisiones, retroalimentaciones, reestructuraciones.

¡Qué diferente se ve todo! ¡Como se nota que ha pasado el tiempo, tanto en la persona como en su entorno!

Vuelve el interés, el deseo, la ambición, la excitación, la emoción. Vuelve la vida, que curiosa y grande maravilla. Tanto por hacer y tan poco tiempo queda.

Sin perder ni un minuto más, se retoma a la plataforma mileróticos. Ciertamente, una novedad que se sabe conocida. Los filtros, los perfiles, las experiencias. El análisis, las selecciones, los contactos. La experiencia sugiere que un solo contacto no basta, curiosamente, el primer contacto y la primera invitación ofrecida es respondida favorablemente. Sin muchas preguntas, aclaraciones o cuestionamientos. Un sí seco, rápido y rotundo. Un sí que introducía una vez más en el juego.

Se programa el día, la hora, el lugar del encuentro.

El lugar no es el habitual. No es la ya conocida casa de dos pisos, ladrillo rojo, apachurrada por dos casas que la doblan en altura. Esta nueva ubicación es más cercana a la zona comercial, más concurrida, menos discreta. Se encuentra en un segundo piso, encima de un concesionario de motos muy conocido, muy concurrido.

El calor de los días de las primeras entrevistas ya ha apaciguado un poco, lo reemplaza la frescura de una brisa ligera, suave y acogedora. El verano, que aquí se describe como la incertidumbre de un clima en perpetuo cambio, recoge a todos los transeúntes con una tarde alegre, ligera, fresca y muy acogedora. La caminata es un acto sensato que sabe aclarar las ideas, calmar el espíritu, regocijar el alma, alegrar el ánimo. Los repasos precedentes han hecho de calmante. De esta forma, la espera a la nueva entrevista parece un acto ya rutinario, dominado casi a la perfección.

Una vez en la ubicación, se espera a que la puerta se abra. Un rubor siniestro, dada la sorpresa de su advenimiento, sube por la espalda. Se sienten las miradas alrededor, pesan como una fatiga consecuente de un gran esfuerzo aplicado.

¡Qué difícil es estar allí de pie, esperando!

Hay mucha gente, muchos que se mueven alrededor. Pasan silbando, tarareando, los que no hacen sonido alguno, pisan fuerte o hablan por celular. Dejan una brisa fría y pesada tras de sí, totalmente ajena al frescor de la tarde misma. El cielo está gris. La puerta, al igual que la pared, es blanca. El ritmo es rápido, constante. Un frenesí colectivo, movimiento en todos lados. Chaquetas, gorras, vestidos, zapatos. Todos igual y alguien que espera a que la puerta blanca se abra.

¡Cómo han cambiado las cosas en un par de meses!

Finalmente, la puerta se abre.

Se muestra detrás unas escaleras de baldosa rojiza que ascienden, y tímidamente, el rostro de S asomando su perfil cuidadosamente maquillado, bien definido y delicadamente cuidado. Las escaleras dan a un pasillo amplio y ciertamente descuidado, iluminado por un par de claraboyas muy estrechas y que puede servir de sala o comedor. Se alcanzan a reconocer cuatro puertas, dos a cada lado, que esconden en su interior, seguramente, la intimidad de aquellas mujeres que ofrecen su cuerpo, espíritu, persona, voluntad y carácter por unos cuantos pesos. Una de las puertas está abierta. Es el lugar de S. Este cuarto, a diferencia de los cuartos de las entrevistas precedentes, se caracteriza por su amplitud y espacio. En la pared del fondo está empotrado un enorme closet de madera aglomerada. Una cama, con una particular sensación de amplitud y confort. Tal vez sea la blanca sábana diligentemente tendida, tal vez sean los enormes cojines que la acompañan, tal vez sea efecto del mismo cuarto grande y espacioso. Ese primer vistazo queda limitado a causa de la inexistente luz que ilumina el cuarto que está, prioritariamente, sumergido en las penumbras. A pesar de que la tarde lanza sus últimos vestigios de luz a través de las nubes grisáceas, no se sobrepone a la cortina echada que cubre la única ventana del cuarto. La única luz que sabe espantar algo de la penumbra proviene de un aro de luz led, de esos tan comunes en los días recientes y que usan con mucha frecuencia los ahora creadores de contenido virtual en directo, elegantemente soportado por su respectivo trípode y estratégicamente ubicado para que ilumine la cama. Sus coloridos y llamativos destellos fluorescentes, que parecen el arco iris en un aro perfecto, adornan el cuarto con un ambiente psicodélico, festivo, similar a un bar nocturno. Este riguroso análisis rápido y estricto del entorno queda contundentemente relegado a un segundo plano al momento de descubrir la belleza de S, que no necesita más luz que la del aro fluorescente para que se exhiba en todo su esplendor.

En este momento, surge una curiosa consideración. Es ciertamente particular la forma de presentarse de estas mujeres. Aunque S sabe de antemano que la cita allí establecida corresponde a un asunto investigativo antes que el carácter sexual típico de su profesión, ella asume las dinámicas propias de su profesión que, hay que decirlo, le sientan de maravilla.

Lleva un vestido rosa, ajustado al talle de su bien formado cuerpo, lo suficientemente corto para dejar en evidencia sus anchas piernas, y lo suficientemente transparente para dejar poco a la imaginación. Tacones altos y la delicadeza y coquetería características en sus maneras terminan de configurar al personaje. Hay que decirlo, es una mujer sumamente hermosa.

El saludo corresponde a las presentaciones cordiales y amistosas. Inmediatamente, S pregunta la razón específica de la cita. La explicación consecuente es resumida y sucinta, sin dejar de ser clara y certera. Además, cierto ánimo y entusiasmo otorgado tal vez por el día, por la novedad del lugar, el entorno intencionadamente establecido o la mujer en sí misma motivan la confesión del caso de la mujer de la librería, la ignorancia propia del que poco sabe, la curiosidad viva que desea liberarse de esa ignorancia que lo encadena. Adicionalmente, un extraño deseo anhelante también sabe empujar esta iniciativa, correspondiente a una misteriosa y anormal casualidad que vincule a S y la mujer de la librería, pero, a estas alturas, resulta mucho pedir.

No se ofrecen muchos más detalles ya que el tiempo, como suele ocurrir en estos contextos, cuesta.

S, al preguntar el tiempo requerido para el propósito, incrementa las dudas ya incipientes nacidas en la espera en la apertura de la puerta. Aunque se considera el uso de una hora, como respuesta surge una leve pero clara certeza de que aquel tiempo es una exageración. Puede que solo baste media hora, incluso menos. Es la extraña sensación, disfrazada de certeza, de que aquello no durará mucho.

En medio de los dos interlocutores, se posa la siniestra certeza de dos desconocidos que hablarán de cosas ciertamente íntimas. Aunque S tenga la experiencia de su lado, puede que el interés al frente sentado no alcance.

Es claro que, en estos contextos, la responsabilidad es de los dos implicados. Afortunadamente, la sensación se disipa pronto. La alegría cómoda de la cama recibe con agrado a los implicados. Uno al frente del otro, lo suficientemente cerca para percibir el aroma, sentir el calor, reconocer el brillo de los ojos. Los llamativos colores del aro fosforescente rodean y envuelven la escena, como para hacer énfasis, resaltar el acto que allí se ejecutará.

El primer movimiento lo ejecuta el invitado. Con tono lento, firme y claro, explica la intención en arrojar luz, sentido, razón y veracidad al concepto escort a partir de las opiniones, confesiones y relatos de los actores directamente implicados. De la misma manera, eliminar ciertos prejuicios, estereotipos, enigmas que circundan alrededor del trabajo sexual, reducir tanto estigma propio de la sexualidad.

Convencida o no, S se muestra dispuesta en hacer parte de la iniciativa.

Tratando de aprovechar dicha disposición, se solicita a S su permiso para que la conversación sea grabada. Ella lo niega. El primer elemento a tratar, como bien ya se sabe, es conocer la idea, opinión y concepto de S relacionado con el término escort. S manifiesta que se trata, básicamente, de un acompañamiento, donde la interacción sexual resume su principal objetivo. Consecuentemente, se pregunta si ella, desde su perspectiva, logra identificar, reconocer o validar alguna diferencia con la prostitución. A este respecto, S menciona que, evidentemente, existen diferencias.

—No se trata de la prostitución de calle como la conocemos.

De la misma forma, S manifiesta la vulnerabilidad a la cual están sometidas las personas implicadas en la prostitución de calle. Como ejemplo, menciona la situación del barrio Santafé en Bogotá.

—Cuando yo llegué allí y las vi por primera vez, me dije a mi misma que esas mujeres debían pasar por muchas cosas horrorosas.

De esta forma, S confirma la propuesta escort como una variante mucho más independiente, libre, personal y discreta que la prostitución en sí misma. Puede entonces interpretarse esto como una confirmación a la aparente vulnerabilidad y necesidad ligadas a la prostitución a las que hace referencia el psicólogo en su articulo.

Esta intervención propia de S funciona como elemento impulsador para que ella comparta, de una forma íntima y personal, su historia que vale mucho la pena enfatizar.

S es de origen venezolano. Allí, cursa estudios profesionales. Dada la precariedad surgida en el país vecino, S se plantea mirar otros horizontes, más allá de las fronteras propias de su país. Así, conoce a una mujer (la mona) que le promete trabajo digno y estabilidad económica en Colombia, específicamente en la ciudad de Barranquilla. S, anhelando un futuro más estable y digno para ella y su familia, acepta la oferta sin pensárselo mucho. Desafortunadamente, lo que pretendía ser una oportunidad digna para preparar un mejor futuro, terminó siendo una experiencia de pesadilla. Sin saberlo, S estaba ingresando a una red de prostitución y trata de personas, muy similar a la que el psicólogo relata en su proyecto investigativo.

S menciona que, una vez llegada a Barranquilla, la mujer que le ofreció la oportunidad de trabajo le quita su documento de identidad, su pasaporte, su teléfono móvil. La clausura a ella (S) y otras tantas mujeres más en una forma de aislamiento en la cual todas las mujeres estaban sometidas a realizar trabajos sexuales las veinticuatro horas del día. S, sin temor a equivocarse, menciona que se trataba de una forma de secuestro.

Al preguntar por un poco más de detalles del estilo de aislamiento al cual estaba sometida, S menciona que estaban encerradas cada una en una cuarto que se les había asignado. No podían salir del edificio en el cual estaban clausuradas, a menos que se tratara de un trabajo en la modalidad de domicilio, o escoltadas por alguien. Adicionalmente, el edificio estaba anexo a un bar, donde todas las mujeres bajaban en la noche para recibir a los clientes y complacerlos en sus requerimientos sexuales y carnales.

Dadas las similitudes que esta confesión comparte con lo expuesto en el ejercicio investigativo del psicólogo, se comparte con S dichas similitudes. Esto motiva a S detallar la forma de sometimiento aplicada.

—Esta mujer nos tenía amenazadas. Un día mencionó que, si pretendíamos decir algo o intentar escapar, podría hacer algo con nuestras familias.

S argumenta que dichas amenazas no eran infundadas por el simple hecho de que la mujer en cuestión tenía los contactos de las familias. Además, y como forma de confirmación a sus amenazas, S confiesa que la mujer, aparentemente, había hecho algo con una de sus compañeras clausuradas que se había intentado fugar. Esto con el fin de demostrar a las demás que las amenazas eran reales y no se tenía prejuicio o miedo alguno a la hora de aplicar castigos.

Evidentemente, es una historia difícil de creer. Finalmente, S menciona que logra salir de allí con la ayuda de uno de sus clientes.

—Era un cliente habitual. Sabía que yo estaba mal y se ofreció a ayudarme.

Un día, en horas de la madrugada, ella logra salir de su cárcel, en pijama, sin dinero, sin documentos, pero con la certeza de su libertad por delante.

—No tenía nada. No tenía a donde ir o donde quedarme, pero eso no me importaba, yo simplemente quería salir de allí.

S, al mencionarle al hombre su voluntad de volver a Venezuela, este se ofrece en ayudarle con los tiquetes para el viaje, además de tres noches en un hotel para que S prepare su regreso a casa.

—El tipo quería ayudarme, pero no podía llevarme a su casa, ya que tenía familia, tenía hijos.

Su historia, que parece sacada de una telenovela o película, es difícil de asimilar. En este sentido y entendiendo todo el peligro y vulnerabilidad a la cual tuvo que someterse, se le pregunta acerca de la posibilidad de una denuncia o algo parecido, a lo que ella menciona que es algo inútil.

—Esa mujer tenía mucho poder. Tenía tratos con hombres de la policía, de la justicia y de la política de la ciudad. Si algo en ese sentido se pretendía, ella lo resolvía fácilmente.

Adicionalmente, S confiesa que la mujer había caído muerta días después de su fuga, a causa de un ajuste de cuentas.

Surgen muchas dudas, inquietudes, cuestiones relacionadas con la historia que S acaba de confesar. En este punto, S no desea dar muchos más detalles de su experiencia en Barranquilla, cosa que se entiende y respeta. En su lugar, se retoma el interés en la aparente trascendencia del acto sexual en el servicio escort. A este respecto, S lo confirma, admitiendo que, en muchos casos, los servicios requeridos no implican el acto sexual en sí mismo:

—Es posible que alguien solicite que lo acompañes a algún lugar por un tiempo determinado. Esto se puede hacer y es común hacerlo. Pero yo no lo hago, dada la experiencia vivida en Barranquilla.

Este comentario funciona como apertura para analizar el siguiente aspecto en la conversación, relacionado con la aparente voluntariedad de las mujeres escort. Voluntariedad que aquí se establece en dos sentidos:

1. Al momento de decidir ejercer esta profesión.

Dado que aún no es claro como S se ha involucrado en el acompañamiento escort, y ofreciendo la invitación para describir el acontecimiento, S retoma, inevitablemente, su historia personal. Asegura que, a partir de unas dificultades presentadas en la programación de su vuelo de regreso a casa, sus tres días de estadía en el hotel se vencen, lo que la llevan a vivir en el transcurso de dos semanas (tiempo en que, aparentemente, se soluciona el acontecimiento con su vuelo) en situación de indigencia en un parque cercano al aeropuerto.

—Tuve que vivir en situación de indigencia por dos semanas. Dormía en un parque cerca al aeropuerto.

Al preguntar su experiencia en ese transcurso de tiempo.

—Obviamente, no fue cómodo. Pero las personas que estaban en situación de calle allí conmigo me trataron muy bien. Me cuidaron y protegieron.

Finalmente, S logra regresar a Venezuela, dónde sólo una de sus hermanas conoce la realidad de lo sucedido. Un año pasa para que S regrese a Colombia, esta vez a Bogotá, dónde ella:

—Quería empezar de nuevo, hacer las cosas bien hechas.

De esta forma, empieza a trabajar como vendedora en una tienda de pijamas, experiencia que le permite pasar varios meses como vendedora en diferentes tiendas comerciales. En estos contextos, S afirma encontrar a una conocida venezolana que le ofrece trabajo como dama de compañía, cosa que S acepta. En este nuevo trabajo, S admite que ganaba muy buen dinero, ya que la mayoría de clientes son de nacionalidad extranjera, y acostumbraban a pagar en dólares. De la misma manera, S estaba sometida a la figura del proxeneta, en este caso, un hombre que tenía los contactos del extranjero y los relacionaba con sus damas de compañía. S afirma que ese estilo de vida está, ciertamente, caracterizado por los excesos. Menciona que los clientes no escatiman en gastos a la hora de complacer sus caprichos y deseos más exuberantes, todo a cambio de sus servicios de compañía. Adicionalmente, menciona que el consumo de drogas consecuente en estos contextos es también muy frecuente. Al hacer énfasis en este asunto, retoma una anécdota personal en su secuestro en Barranquilla relacionada con el uso de estupefacientes y que perjudicó dramáticamente su salud.

—En Barranquilla, me involucré en el consumo de drogas. Era algo inevitable, todo ese contexto de excesos estaba vinculado también con el consumo. Dada las largas jornadas y el poco tiempo de descanso, muchas de las mujeres usábamos la droga para inhibir el cansancio. Pues un día, de tanto consumo, me trató de dar una trombosis. Después de aquello, nunca más volví a consumir.

A partir de esta experiencia, S confirma que, en estos contextos, donde las mujeres no son autónomas, sino mecanismos para producir ganancias, esta muy relacionado el trabajo sexual y el consumo. Cosa que, inequívocamente, trae muchas consecuencias para las mujeres implicadas.

Cerrando el pequeño paréntesis establecido anteriormente, S retoma su relato referente a su experiencia como dama de compañía. Fue en ese mismo contexto dónde ella asegura haber descubierto la plataforma mileróticos y entender su metodología.

—Encontré mileróticos de casualidad, me gustó su metodología y decidí involucrarme en este mundo.

Aunque S no menciona problema o disgusto alguno con su trabajo como dama de compañía, si admite que prefiere la independencia, libertad y autonomía que le ofrece su trabajo como acompañante escort. Aunque sus días como acompañante escort están contados.

En este punto de la conversación, S confiesa su intención de dejar la profesión después de terminar el año en curso (2024).

—Este trabajo no es fácil, cansa. Aunque muchas personas dicen que uno aquí se la gana fácil, la verdad es que no. Uno tiene que aguantar muchas cosas.

Esto lo dice agachando su cabeza, que siempre la mantuvo levantada y con mirada atenta, acompañándolo con un tono de voz que se antoja resignado. La curiosidad alimentada por la voluntad de su confesión invita a preguntar qué intenciones tiene para el año próximo. A lo que S menciona el desarrollo de un proyecto personal: Abrir un salón de belleza.

—Pero por todo lo alto. Un lugar especial, grande y muy acogedor.

Esto lo dice con una actitud y tono de voz totalmente diferente al comentario que precede esta confesión. Se nota ya la esperanza, el ánimo y la alegría. Actitud que recuerda inevitablemente a M.J. al momento de compartir su iniciativa de abrir su propio restaurante en Bogotá.

Estas dos confesiones, que se salen por completo de las dinámicas propias de la guía y la intención de este proyecto, toman una validez y relevancia especiales. Reconocer de esta forma a la mujer detrás de su corto vestido, de su correcto maquillaje, de sus tratos y maneras cariñosas, tiernas y sensuales. Conocer a la mujer real, la que sueña, la que aspira, la que vive, la que palpita. La que se imagina ella misma, fuera de ese claustro que es su cuarto personal, su perfil de mileróticos, sus dotes artísticas para complacer a sus clientes. Son esas mujeres las reales, las que hablan con el corazón, con la esperanza, con el sueño de sus metas, propósitos y aspiraciones. Todas las confesiones, experiencias y anécdotas sirven de excusa para resaltar a estas mujeres, las reales, las que la sociedad trata de manera denigrante y nefasta, las que, en este sentido, se parecen tanto a usted o a mí.

El segundo grado de voluntariedad referido anteriormente está relacionado a los límites impuestos al momento de ofrecer sus servicios. Está claro que el nivel de vulnerabilidad está presente, más si hablamos de una mujer, más aún si se trata de hombres acudiendo a satisfacer sus apetitos sexuales.

Es bien conocido que la sociedad, la cultura está acostumbrada a validar las exigencias a partir del bien monetario, es como decir que el fin justifica los medios, y a este respecto, no es de extrañar que los hombres pretendan complacer cualquier tipo de deseo solo por el hecho de pagar por un servicio. En este sentido, S confirma que el establecimiento de límites es una labor ardua, trabajosa y constante. En primera instancia, lo relativo a la higiene.

—En este mundo, se ven muchas cosas.

S menciona lo común que es encontrar hombres con una higiene personal poco esmerada.

—Me toca pasarlos por una ducha de alcohol antes de ofrecer el servicio.

Al preguntar si en sus servicios ofrece la posibilidad de besos, caricias y ciertas prácticas de carácter más íntimo:

—Depende.

Primordialmente de la higiene. Además, si son clientes frecuentes, a los cuales ya conoce en la intimidad, puede hacer excepciones. Pero en términos generales, no lo hace.

¿Quiere decir entonces que la mayoría de clientes con correctas prácticas de higiene son poco habituales?

S así lo confirma. Aun así, es menester tener en cuenta que, en estos contextos, las mujeres, que son las directamente implicadas, apelan por unos criterios ciertamente exigentes para determinar las mencionadas excepciones. Es una actitud comprensible, justa y necesaria, dadas las circunstancias. Pero los límites no sólo se aplican en estos contextos. Para explicar esto, S comparte varias experiencias que sirven de reflejo para verificar lo dicho.

—Aquí tienes que recibir a tipos borrachos, drogados, locos, corrompidos. Un día, un tipo me contactó a las tres de la madrugada. Yo lo recibí. Al cobrarle, el tipo me dijo que no tenía plata, que me pagaba con una Tablet y un celular. Yo le dije que no, que eso no me servía. El tipo se molestó, además estaba borracho.

En estos contextos, S hace referencia del trato que debe manejar con sus clientes, enfatizando el tono cariñoso y mimado. Tuteándolos y usando los apelativos de amor o bebe. Para S:

—Así, los voy convenciendo de a poco. Con cariñitos van soltando.

Finalmente, el sujeto que pretendía pagar el servicio con elementos tecnológicos si tenía efectivo para pagar el servicio.

Otra experiencia corresponde a un hombre que llegó pasado de tragos. Al recibirlo, este le exigió a S que debía de hacer tal cosa, sin preservativos, y ella tenía que llevarle a la cama una botella de aguardiente.

Al momento de cuestionar acerca de la presunta capacidad de separar lo sexual con lo sentimental. S se lo piensa.

—Es difícil, porque uno también siente, también se emociona. Claro que aquí vienen tipos muy lindos, muy simpáticos, pero tú ya tienes claro en la cabeza que se trata de un servicio, que estás trabajando, y nunca puedes mezclar el trabajo con tu vida sentimental y mucho menos personal.

En este sentido, S manifiesta que puede hacer la distinción, pero eso no significa necesariamente que no pueda disfrutar algún servicio que ella considere anhelante.

Dada la curiosidad intrínseca que se acentúa en el desarrollo de la conversación, se mencionan los casos de relaciones con cierto carácter polígama que, en estos contextos, son casi la única posibilidad y alternativa. A este respecto, S comparte experiencias de conocidas que, efectivamente, se enamoran de clientes y logran salir del trabajo como escort.

—Conocí a una mujer que conoció a un tipo en este contexto. Se volvió un cliente frecuente, luego empezaron a salir y terminaron enamorándose. Finalmente, el tipo la sacó de este trabajo. Actualmente viven juntos. Eso ya hace unos cuatro años.

Al preguntar si a ella le han ofrecido la posibilidad:

—Aquí abundan los enamorados… Es muy común que después del servicio los clientes pretendan buscarte. Te dicen que se han enamorado, que quieren sacarte de aquí, que están dispuestos a darte una mejor vida. Pero, como tú ya sabes, yo ya no confío en nadie.

De aquí surge la inquietud de verificar lo que el artículo del psicólogo menciona, a la vez que una de las entrevistas precedentes confirmó:

¿Qué tan cierto es que la mayoría de personas que toman estos servicios son hombres casados o en una relación?

S lo confirma. Más que eso, se muestra sorprendida por la hipocresía que envuelve los matrimonios en la actualidad. Para ello, ofrece un par de experiencias:

—Un día recibí a un tipo que decía tener un matrimonio feliz. Aparentemente era feliz y me buscaba en estos contextos (primer síntoma de hipocresía). Un día, de casualidad, nos encontramos en un centro comercial, el tipo iba con la esposa, una señora muy seria, malhumorada. El tipo me presentó como una compañera del trabajo. Días después, volvió conmigo. Allí, me confesó que no era feliz, que odiaba su matrimonio, pero no podía separarse.

A partir de esta anécdota, se pone de manifiesto la hipocresía en la cual está sumergida la sociedad. Así mismo lo confiesa S:

—Me disculpas si lo digo, pero se me hace que la gente aquí es muy hipócrita.

Ciertamente, no se puede hacer más que darle la razón.

A continuación, S manifesta que, en más de una ocasión, se le ha juzgado y criticado por la labor que desempeña. Adicionalmente, menciona que el hecho de ser venezolana a servido como excusa para recibir malos tratos. Circunstancia que deja en evidencia la aparente xenofobia de la cual a sido victima, no solo ella, sino muchas más mujeres con las cuales comparte profesión.

Es evidente que juzgar es la acción más fácil, más viable y más recurrente. De la misma forma, se considera que este acto responde, prioritariamente, a la ignorancia y el descaro. Tal cual lo menciona Lucia, la escort del psicólogo. Aquí se señala y se juzga con toda la facilidad y el descaro del que se es capaz, como si de un deporte se tratara, pero si se analiza con detenimiento el estilo de vida de esas personas que señalan y juzgan, es fácil encontrar actitudes y comportamientos peor de reprochables.

Estas circunstancias permiten dar vía libre para tratar la denigración de la profesión. No es un secreto para nadie que la palabra prostituta, y más aún, su diminutivo, se usa como insulto. Al preguntar la opinión a S, ella menciona que, ciertamente, la palabra, el concepto de prostituta está enmarcado en un entorno de denigración, ofensa y desprecio. Al preguntar si dejaba lugar a la ofensa si se le trataba de puta, ella dice que no, pero se lo piensa mejor.

—A mi no me molesta, pero es porque yo, de cierto modo, estoy acostumbrada. Pero si tu le dices a otra mujer cualquiera puta, muy probablemente se ofenda. En estos términos, creo que es más conveniente si se usa el término prepago.

Referente a la cuestión de la legalización y la evidencia de una profesión que no está legalizada, ni tampoco penalizada, existe en consecuencia el vacío legal del cual ya se ha hecho referencia. Al presentar la propuesta de legalizar o no la profesión, ella afirma escoger la legalización. Aún así, y analizando detenidamente los pros y los contras, está claro que ese aspecto podría representar no muchos beneficios para los prestadores del servicio, ya que, si se legaliza, se pueden establecer unas tarifas preferenciales, se ampliaría la oferta por lo cual podría generar una reducción de la demanda.

Retomando la sección de la vulnerabilidad. Está claro que es un factor latente, teniendo en cuenta que cualquier persona, que tenga acceso a internet, está en la capacidad de contactarlas. De la misma forma, ellas reciben los mensajes y, en consecuencia, el servicio solicitado. No tienen certeza de quién es el solicitante, que intenciones trae, que pretensiones, que objetivos, que mañas o caprichos, que requerimientos. A lo que S responde:

—Claro, tu no sabes que te puedes encontrar, y uno se encuentra unas cosas.

Al preguntar si existe una forma de protección en el lugar donde recibe a sus clientes, S menciona que allí trabajaban otras tres mujeres, y entre ellas mismas se cuidan. Animándola así a compartir alguna experiencia, refiere la de alguna compañera, pero en otro lugar distinto al actual:

—Un día, yo estaba fuera de la casa y recibí una llamada de una amiga. A gritos y desesperada me pidió que volviera urgente a la casa, que un tipo la quería golpear. Así lo hice. Se trataba de un militar, debes saber que ellos se creen mucha cosa. Cuando llegué a su cuarto, todo estaba desordenado, cosas en el piso, desorden, incluso, el tipo le dañó el televisor.

Tomando como referencia el comentario de Lucia que mencionaba:

“Tener una bronca muy cañona con los hombres.” (Citada en Montiel, 2021)

Además de la recogida por una de las entrevistadas quién mencionaba que los hombres odian a las prostitutas, S afirma que no tiene ningún remordimiento para sus clientes, ni razón o fundamento para desarrollarlo.

Al preguntar cuál considera era la razón a partir de la cual los hombres buscan o solicitan sus servicios:

—Es una consecuencia de lo que te decía acerca del fracaso de los matrimonios. Muchos tipos que vienen me dicen que no pueden disfrutar su sexualidad en la casa, que sus mujeres no los complacen o simplemente les da vergüenza siquiera plantearlo.

Lo que finalmente viene a confirmar que el hombre busca afuera lo que no le dan en la casa, cosa que S confirma. De la misma manera, S menciona:

—Yo recibo aquí muchos muchachitos, de 18, 19, 20 años, todos muy lindos, muy simpáticos, y tú te preguntas, ¿Por qué lo hacen? ¿Qué necesidad tienen de hacerlo?

De la misma forma, S comparte una anécdota particular:

—Un día, me llegó un hombre, ciertamente joven. Solicitó una hora y dijo que sólo quería que le bailara. Yo le dije ¿Solo eso? Y él dijo: Sí, solo quiero que me bailes. El tipo dijo que era un adicto a las relaciones sexuales con escort, que se la pasaba varios días de la semana con alguna diferente, pero que recién había encontrado una novia y quería dejarlo, que ese era el último servicio que tomaría. Se quedó sentado en una silla mientras yo le bailaba, así fue toda la hora.

Haciendo referencia al servicio prestado por hombres para complacer los deseos de las mujeres, S sorprende:

—Sí claro, existe, y es muy frecuente. Tanto como los servicios ofrecidos por mujeres.

Adicionalmente, S comparte otra anécdota muy particular:

—En otra casa donde trabajaba, había un travesti. Un día, me pasé por al frente de su cuarto. Estaba abierto y me dio curiosidad ver adentro y encontré a un cliente mío. Ese mismo era el que se las daba de muy macho cuando estaba conmigo.

Este comentario da lugar a una cuestión que se ha pasado por alto y que vale la pena ser analizado. Así como S recibe hombres en sus servicios, ¿También lo hace con mujeres?

—Claro. Con mujeres y parejas.

A partir de esto y dada la dinámica estimulante de la conversación, S retoma su desafortunada experiencia en Barranquilla.

—Cuando estuve en Barranquilla, me relacioné con la pareja de la mona. Era una mujer que, ciertamente, se había interesado en mi. Yo aproveché las circunstancias, pensando que, si tenía alguna posibilidad de salir, lo podía hacer con ella. Así que, me puse en el papel. Comenzamos a acercarnos, a visitarnos. Todo sin que la mona lo supiera. Finalmente, establecimos una relación, a escondidas claro está. Al plantearle la posibilidad de que me dejara salir de allí, se negó, pero se ofreció a ayudarme a recuperar mis documentos. Cosa que hizo.

Como conclusión, se retoma, una vez más, la vulnerabilidad, pero en la práctica sexual en sí misma. Evidentemente, en estos contextos se pone en juego la salud, con la adquisición de enfermedades de transmisión sexual. De la misma manera, la posibilidad de un embarazo no deseado. Es claro que la protección es la prioridad, y las mujeres involucradas en estos contextos toman las medidas necesarias para ello. Teniendo en cuenta esto, ¿Son los clientes igual de cuidadosos en este sentido? A lo que S responde:

—No. La mayoría de lo hombres son muy dejados. Aunque existen algunos que sí son conscientes del cuidado y los riesgos, pero en general, la mayoría solo piensa en satisfacer sus deseos. Es común que soliciten las relaciones sin protección, dicen que te pagan lo que sea, o que solo la puntica. Siempre buscan la excusa para sacar provecho.

Finalmente, y como conclusión a la conversación, se extiende la invitación a S para dejar un mensaje, opinión, crítica o lo que quiera a los lectores:

—Lo primero, que se protejan. Que disfruten de las cosas que da la vida, pero teniendo en cuenta la protección. Además, que nos gocemos esta aventura, a fin de cuentas, es solo una la vida.

Sin nada más para agregar a la conversación, esta se da por terminada.

Ha pasado algo más de la hora establecida. Las sombras se han hecho más espesas a causa de la caída del día, lo que hace que la luz fluorescente del aro luminoso sea más intensa, viva y penetrante. Se le ofrece a S todos los agradecimientos pertinentes por su disposición, tiempo, voluntad, cosa que ella recibe con gusto esperando que la información ofrecida sea de ayuda. De igual forma, se le hace saber lo particular de su historia, lo difícil de creer para el que escucha, lo duro que debió de ser para el que la vive.

Aprovechando las circunstancias, se pregunta a S la posibilidad de referir a una conocida de profesión que tenga el deseo, la voluntad y la oportunidad de alimentar este proyecto con sus relatos y experiencias. S ofrece su disposición y confirma la referencia de una potencial interesada.

Al salir del piso, unas cortas y ligeras gotas de lluvia acompañaban los últimos intentos del sol por contagiar su alegría al entorno. Un sentimiento embriagador y elocuente acompaña la caminata. La historia de S es un acontecimiento digno para las mejores historias de películas y novelas. Aún así, la frialdad que se supo reconocer en su relato es sugerente. Todo lo contó como si estuviera hablando de la experiencia de alguien más, de algún otro, de un conocido o amigo. La rememoración de estos eventos suele estar acompañada por los sentimientos implicados, sentimientos que se mantienen vivos en la memoria y se reflejan de alguna manera en particular. En este sentido, sólo se reconoció un pequeño atisbo de desfallecimiento que se disipó rápida y fácilmente. Puede que la interpretación esté errada. Puede que la luz no lograra proyectar con claridad el sentimiento del relato, puede que la misma S lograra sobreponerse a dichos sentimientos, o puede que S no quisiera entregar esa parte tan personal de ella misma a su interlocutor. Cualquier razón sirve de potencial justificación, aun así, también es sensato dejar una posibilidad a la duda. Curiosamente, una certeza siniestra sugiere que no existe razón alguna para un invento o invención. De todas formas, solo se puede apelar a la sinceridad y buena voluntad de las confesiones. En este sentido, esta conversación ha ofrecido un aporte muy significativo para el proyecto.

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