Nacen de una explosión de amor y de deseo.
Les impregnas de todo tu cariño aunque no siempre ellos te corresponden luego de igual forma.
Intentas enseñarles todo lo que tú sabes, pero ellos disfrutan olvidándose de todo, incluso de ti.
Les educas para que puedan elegir libremente aunque con la vaga esperanza pueril y secreta de que se parezcan a ti en algo, y descubres con decepción como lo que realmente ellos quieren es no parecerse a nadie en nada y menos a ti.
Observas con satisfacción como poseen las actitudes morales más elevadas, y con pesadumbre que han heredado también todos tus defectos y bajezas morales, incluso las más recónditas, esas que solo tú y tu alma conocen.
Depositas en ellos todas tus esperanzas de que lleguen a ser lo que tú nunca fuiste, a hacer lo que tú nunca hiciste, a estar donde tú nunca estuviste, a ver lo que tú nunca viste, a amar lo que tú siempre amaste.
Y contemplas con desasosiego como a medida que crecen, que evolucionan, que maduran, toman caminos insospechados, incontrolados, inesperados y sientes como se te escapan poco a poco entre los dedos como agua que intentaras retener en tus manos.
Así son y así quiero que sean mis vástagos, mis cuentos.
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