La joven se acercó a la puerta y tocó el timbre. La puerta se abrió y al otro lado del umbral estaba un hombre de mediana edad, de cabello entrecano. Tenía un cuerpo enjuto sin estar tan seco de carnes, alto de estatura y de piel cetrina. Se movía con movimientos remilgados y materia siempre unas posturas con ademanes gráciles
—Buenas tardes ¿Qué se le ofrece? —preguntó con leve acento extranjero.
—Buenas tardes —dijo la joven—, soy la entrevistadora del censo y vengo a encuestarlo.
—Pase, por favor.
La llevo a la espaciosa sala y le hizo un gesto a la muchacha para que se sentara. La encuesta empezó sin ningún contratiempo a excepción de la pregunta número diecisiete: ¿A que se dedica? A lo que el entrevistado le respondió:
—Vendo absolución de los pecados, vendo una vida sin remordimientos.
A la respuesta dada, la encuestadora pensó: <<Ah, este tipo está loco>>.
La promesa para los jóvenes voluntarios del censo era el de becas para la universidad y como ella no estaba trabajando decidió unirse a este programa. Tenía sus dudas, porque le molestaba trabajar con gente grosera, pero era una oportunidad para terminar su carrera de psicología. Pero jamás pensó que ese día sería el último de su vida como lo conocía.
El resto del proceso del censo continuó sin ningún otro desatino y la voluntaria terminó con el proceso en 45 minutos como era lo estimado. Ya casi al final y en víspera del cierre de la encuesta y posterior despedida, el encuestado le preguntó que, si era todo y le invitó a tomarse un té, que de todas formas él no tenía que hacer nada más tarde. Como Ana no había podido comer nada en el almuerzo le dijo que sí, que podía quedarse unos minutos.
Giacomo, como se llamaba el dueño del apartamento, desapareció por una puerta y volvió con una bandeja con una bandeja con una tetera; dos tazas; una azucarera y un plato con unas galletas.
—Espero que puedas acompañarme un ratito, como te dije no tengo nada que hacer —le dijo a Ana.
La muchacha no aguanto la curiosidad y le pregunto:
—¿A qué se refería con eso de “Vendo absolución de los pecados”?
—Soy un devorador de pecados. ¿Estas familiarizada con el término? —le interpeló—, literalmente hago un ritual donde consumo los pecados de la persona por una suma considerable de dinero. ¿quieres escuchar mi historia?
Ana asintió sin prestar atención, estaba concentradas en el exquisito sabor del té, tratando de adivinar el origen de su sabor, mientras Giacomo empezaba su relato:
Nací en 1423, en el pequeño pueblo de Staggia en la provincia de Siena, Italia. Mi familia tenía una pequeña granja de fruta y hortalizas. Un buen día un viajante, camino a Florencia se detuvo en nuestra granja y se quedó unos cuantos días. Se llamaba Arnoldo y era un devorador de pecados, como lo soy yo el día de hoy.
El me convirtió en un devorador de pecados y desde ese entonces no he tenido paz sufriendo el martirio de los que me pagan por alimentarme de sus pecados. En el proceso mi cuerpo físicamente sufre, ya que los pecados que devoro se alojan en mi estómago, en un lugar llamado fundus, que está ubicado en la parte más alta del estómago y es donde están las glándulas que segregan el jugo gástrico. Es en el fundus donde queda alojado el pan original, que es como se llama el pedazo de pan que se usa en el ritual para atrapar los pecados del penitente. Y previo a realizar el ritual, debo antes regurgitar el pan original para que él o la pecadora, le susurre los pecados a este objeto.
Una vez el cliente termina de susurrar sus pecados el devorador levanta el pedazo de pan y dice: “Yo te absuelvo al devorar tus pecados, tu carne se convierte ahora en mi carne y tu sangre en mi sangre” y es entonces cuando engullo el pedazo de pan con los pecados. Seguido, como parte del ritual, debo ingerir una copa de vino después de tragar el pan con los pecados del cliente. El vino está hecho de rúcula y miel, y se llama emático. Luego de la ingesta, cada pecado empieza a salir de mi cuerpo en forma de unos clavos de hierro grandes y rústicos. Un clavo por cada pecado. En el proceso de expulsión, los pecados convertidos en clavos van rasgando el camino de salida del tracto digestivo, por lo que en el proceso hay mucha pérdida de sangre. Entonces el devorador le cobra al cliente una suma por cada clavo que expele el devorador.
Giacomo terminó su relato y pudo observar que Ana hacía esfuerzos para moverse, pero ella no podía mover los pies y los brazos le estaban hormigueando. La taza se resbaló de su mano derecha y cayó al piso quebrándose en mil pedazos.
—Disculpa Ana —Dijo Giacomo parándose al frente de ella—, pero te di una sustancia paralizante. Algunas veces, pasa que no puedo deshacerme de algunos de los pecados que consumo y entonces debo conseguir una persona en la que pueda traspasar estos pecados. Lo siento mucho, pero la persona receptora muere de pena, locura o de cáncer de estómago. No te preocupes, ya tengo tus datos y tu familia va a recibir la suma de 300000 dólares como compensación.
Pero Ana, que estaba consiente, quería moverse, escapar, pero ya el paralizante había hecho efecto. Solo podía mover el cuello. Se le ahogó un grito en la garganta y solo pudo emitir un gemido. Giacomo se acercó a ella para cargarla, y Ana una vez más trató de moverse y no pudo. El la llevó a una habitación sin ventanas, el piso estaba cubierto de plástico y las paredes estaban cubiertas de una lona con aislamiento acústico. No había muebles en la habitación, solo una mesa metálica en la que Giacomo acostó a la joven.
Se situó en el borde de la mesa en que estaban los pies de la muchacha, y en ese espacio tendió una especie de pañuelo, aunque con una tela más gruesa. Puso sus manos sobre la mesa y empezó a dar arcadas, se dobló sobre su abdomen y de su boca empezó a salir una sustancia pegajosa y espesa. Ana, que no había perdido la movilidad del cuello del todo, pudo levantar un poco la cabeza para ver lo que estaba haciendo su captor y lo vio colocado a sus pies doblado como para vomitar encima de la mesa. Notó que había algo saliendo del cuerpo de Giácomo por su boca, se podía ver el bulto en su garganta, justo cuando el objeto estaba por salir lo ojos del devorador se tornaron blancos al principio y luego se tornaron rojos debido a la explosión de los capilares de sangre por el esfuerzo. Un objeto con un tamaño menor al de un puño salió por la boca y cayó en la tela tendida haciendo un ruido seco, puff. Eran el pan contenedor de los pecados.
Giacomo tomó el objeto y se acercó a Ana, le abrió la boca y lo introdujo el objeto a la fuerza y lo empujó hasta su garganta. La joven sentía que se ahogaba, sintió el objeto áspero pasar por la garganta y abrirse paso hacia el estómago. Una vez el objeto llegó a su ubicación en el estómago, le sobrevino a Ana unas ganas terribles de vomitar, la cabeza de daba vueltas y empezó ver en el aire unos puntos negros pequeños que se fueron agrandando hasta que todo se volvió negro y se desmayó.
Despertó casi seis horas después en medio de una arcada y trató de incorporarse, tenía la sensación de que, en cualquier momento le iba a explotar el abdomen. Y entonces le llegaron las imágenes de los pecados de las demás personas y que le fueron transmitidos por Giacomo. En su mente se recrearon los pecados, justo como lo vivieron las personas que originalmente cometieron las faltas. Se vio matando a personas, estafando a ancianos y cometiendo atrocidades a menores de edad. Sintió algo que quería salir de sus entrañas y que se abría paso a pesar del esfuerzo de Ana por retenerlo. Ya en el piso en posición de perrito, empezó a vomitar sangre y unos clavos como de dos pulgadas, rústicos que por un lado tenían una punta casi roma, por el otro lado terminaba en una parte plana. Vomitó alrededor de unos seis clavos y una gran cantidad de sangre y al terminar se quedó dormida sobre el vómito.
Luego la despertaron las alucinaciones, de gente moribunda al otro lado de una pistola o de un cuchillo, de gente siendo golpeada hasta morir, de mujeres violadas repetidas vece por objetos. Como pudo se levantó y salió corriendo del apartamento. Huyo por la escalera y al llegar a la puerta de evacuación de la planta baja y salió por una puerta de escape de incendio. Volvieron las arcadas y esta vez regurgitó hasta que ya no pudo más. Antes de terminar levantó la cabeza y pudo ver la silueta de un hombre que la miraba y reconoció el cuerpo delgado de Giacomo, con dos maletas de viaje. A ella le pareció que él esbozaba una sonrisa y él se despidió con un ademan.
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