Anoche todo estaba bien. Hoy estoy en la calle. Sucio, con ropas viejas y cargo un costal. Soy un vagabundo. He caminado bastante por las calles. No sé dónde estoy. El calor me ha agotado. Me siento en una banqueta. En la banqueta de enfrente hay un salón y en él una fiesta. En la fiesta está ella, le reconozco. Ella no me reconoce a mi porque soy un vagabundo: mi ropa es vieja, mi piel más oscura y mi pelo es un conjunto de nudos. Estoy bañado en mugre. Me acerco para hablarle. Él, su amigo, me reconoce. Se acerca a mi y me corre, me aleja con mal trato. Ella le grita por su nombre y lo reprende: «¡R, deja al señor en paz! , ¿no ves que es un pobre vagabundo?» R hace que me aleje lo suficiente para que ella no pueda escuchar lo que grito: «¡no soy un vagabundo, soy yo, amor»! R se burla: «vete, ella ya no te quiere», ¿que no ves que ni siquiera te reconoce?» a decir verdad ni yo me reconozco. Otra vez se me parte el corazón, se me escapan unas lágrimas. El nudo en mi garganta me despierta: ‘todo está bien’; sólo ha sido otro de esos sueños recurrentes…»
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