En esa época necesitaba encontrar respuesta a preguntas que aún no me había hecho. Llevaba cómo cinco meses de vacaciones, aunque más tarde entendí que no habían sido solamente unas vacaciones. Ese tiempo me habían permitido pensar, reflexionar acerca de aquello que me motivaba y encontraba esencial.

Fue una época en la que me rodee de muchas personas, algunas de ellas eran interesantes, incluso me plantee querer seguir conociéndolas durante años, pero otras, en cambio, eran simples y llanas.

En una de esas tardes sin motivación y por mero aburrimiento, quedé con Manon, una de las personas que realmente encontraba interesante. Era muy elegante, agradable e inteligente y se podían mantener conversaciones que se alejaban de la superficialidad y en las que reinaban las indirectas y las segundas intenciones. Sinceramente siempre me la quise follar. Me atraía todo su ser y en cierta o modo, lo que representaba. Recuerdo que, durante aquella tarde me dijo:
– Date tiempo, encuentra lo que te motive y enorgullécete de ser parte del 10% y no del 90%.
Yo pensé que era algo muy tópico pero sabía que tenía razón. Así que mientras me bebía mi tercera cerveza le conteste:
– No sirve de nada saber que estoy dentro de ese 10% cuando en la situación en la que vivimos los que realmente parecen disfrutar de la vida es el otro 90%.

Hablábamos mucho de ese 90-10. Era algo con lo que Manon identificaba aquellas personas que ella encontraba interesantes, aquellos que se movían por cómo eran y que se dejaban de tonterías e iban más allá.

Con la cuarta cerveza y sin que ella se enterase, sabía que en realidad necesitaba quedar con gente para cumplir algún tipo de estándar social, de no sentirme realmente sólo y, en definitiva, me servía para no pensar.

En la primera etapa de los veinticinco me aterrorizaba estar solo, pero solo cuando estaba conmigo mismo era cuando surgían mis motivaciones más reales. Y es que, al fin y al cabo, creía solemnemente que eran las personas que me rodeaban las que doblegaban mi ser y mis capacidades. Pero, en cierto modo, las necesitaba.

Algunos días antes de mi encuentro con Manon, estuve en La Tranche sur-Mer, un pequeño pueblo en la costa Atlántica Francesa. Durante esos días, rodeado de personas que, a veces, creía que me entendían, me surgió un pensamiento que encontré interesante. Sinceramente, llegué e pensar que el aburrimiento era el verdadero motor de nuestras vidas, de nuestras acciones y de nuestras ganas de querer conseguir algo. ¿O posiblemente solo era mi motor?

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