Una vida de amor, un amor entre libros.

Una vida de amor, un amor entre libros.

Josemi Biel

07/05/2017

Desde que era un niño, en la más tierna infancia, cuando había tenido la ocasión por vez primera de que un libro cayera entre sus manos, en el momento en que había aprendido a leer, la lectura se había convertido en su obsesión, en su afición más desmedida, en su mayor adicción, su droga, su vicio. No podrían jamás familiares y profesores haberle hecho regalo más grande que el de enseñarle a leer.

Primero había comenzado leyendo cuantos libros caían en su mano en su casa, excluyendo aquellos que por ser inapropiados para su corta edad, sus padres se habían preocupado, con muy buen juicio, de mantener lejos del alcance de las manitas del infante.

Cuando visitaba la pequeña biblioteca del pueblecito donde moraba, acompañado de su madre, observaba extasiado las estanterías abarrotadas de libros, de las que emanaba ese olor a papel, al olor mágico de las historias que contenían en sus cuerpos de papel y tinta.

Y allí tenía que contenerse igual que otros niños tenían que hacerlo estando en una tienda de chucherías, ante todos aquellos libros al alcance de su mano. La bibliotecaria, que conocía bien la voraz pasión del niño por la lectura, dejaba al muchacho llevarse más ejemplares de los permitidos por las propias normas de la biblioteca, sabiendo que los cuidaría bien y que todos y cada uno de los libros que consigo se llevaba, eran para realmente leerlos.

El niño años después, en su adolescencia, comenzó a hacer sus primeros pinitos en el mundo de los libros. Apenas nadie leía sus poemas, ni sus relatos, ni esa primera novela en la que trabajaba con un entusiasmo febril, pero no le importaba en exceso. Tenía esa necesidad física, esa necesidad descontrolada, esa voracidad que reclamaba el escribir, el plasmar negro sobre blanco aquellas tramas que en su mente bullían impacientes por salir.

Pero en el devenir de los años esas historias se habían extinguido. Era como si las musas hubieran dejado de entonar sus cánticos, de tocar sus instrumentos para él, como si hubieran decidido buscar las mentes de otros artistas a los que colmar con sus dones.

Y ahí quedaron sus historias. Olvidadas en cuadernos, en disquetes de ordenador y cd-roms, en montones de folios encuadernados.

Hasta que en una tarde de invierno, cambió su vida con la llegada de una joven muchacha, igual de apasionada por las historias que él, quizás incluso más si cabe.

Y entre los dos jóvenes surgió una historia más hermosa que ninguna que hubiera escrito él jamás y que ella hubiera tenido la ocasión de leer.

Una historia de amor que juntos los dos enamorados escribieron año tras año durante toda su vida. Una historia más hermosa de lo que nadie hubiera podido nunca imaginar.

Una historia donde hubo cabida para las risas y las lágrimas, una historia donde hubo cabida para los buenos momentos y los malos, para los éxitos y los fracasos, para los TE QUIEROs y los TE AMOs, para tomarse de la mano, para abrazarse sin querer soltarse, para demostrarse su amor de mil maneras, todos y cada uno de los días.

Una historia donde sus rostros y manos se fueron cubriendo de manchas y arrugas, como si en el libro en blanco de su piel, la vida hubiera ido escribiendo sus propias historias.

Durante su vida de enamorados, él había continuado con su pasión por seguir creando historias, pero ya no era el anhelo físico por escribir que en su adolescencia sintió. Desde que su amada a su vida había llegado, se había convertido en algo diferente, en algo mucho más especial.

Día tras día, los dos enamorados al final de su jornada laboral, siendo él profesor de francés y ella enfermera, se reunían en el estudio de su casa de piedra. Con sendas tazas de té, él escribía con fervor en su ordenador mientras que ella, sentada en su butaca favorita, contemplaba a su enamorado con arrobo, alzando de tanto en tanto la vista de su lectura, mientras él hacía lo propio por encima de la pantalla de su ordenador.

Ella era cada día quien en primer lugar, leía esas historias, era quien todavía corregía los errores que su amado, a pesar de los años de palabra escrita a sus espaldas, todavía seguía cometiendo de forma recurrente, mirándole por encima de las hojas de papel, meneando la cabeza y chasqueando la lengua con desaprobación.

Y así libro tras libro, obra tras obra, sus escritos habían terminado en manos de lectores del mundo entero, habían sido traducidos a infinidad de idiomas, había ganado jugosas sumas de dinero, forjándose una reputación.

Pero había algo que nunca había cambiado desde que empezó a escribir de nuevo tras la llegada de su amada.

Nunca le había importado la fama, ni la riqueza, ni el reconocimiento por sus obras. Ver a su amada leyendo sus obras con ese brillo de emoción en sus ojos, apreciar el deleite cuando degustaba con particular fruición una de sus historias, ese anhelo en la voz cuando le pedía con tono a la vez suplicante y autoritario, que se explayara escribiendo unas páginas más. Con eso le bastaba para ser feliz.

Finalmente, llegaba el ocaso de su vida. Los que antaño fueran dos jóvenes llenos de vigor eran ahora dos fatigados ancianos, con décadas de vivencias que pesaban como un duro lastre sobre sus cansados hombros

Sabían que al final la guadaña de la Parca llegaría a visitarles el día menos pensado y su historia tendría que tener un punto y seguido para proseguir en su vida más allá del mundo de los mortales.

Poco después de que llegara su hora, vecinos, amigos, familiares y otras personas del entorno de los dos ancianos, comenzaron a extrañarse de su súbita ausencia día tras día.

Temiendo lo peor, las autoridades fueron puestas sobre aviso, quienes al no recibir contestación cuando llamaron a la puerta de la casa de los ancianos, con la venia de uno de los hijos del matrimonio, abrieron la puerta con la llave que les facilitó.

Temiendo encontrar los cuerpos de los dos ancianos, lo que en su lugar hallaron en el lecho donde la muerte les había sorprendido fundidos en un último abrazo, fueron dos libros, dos gruesos tomos.

En sus páginas contaban una única historia: una vida de amor.

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