UNA MESA CON VARIAS VELAS

UNA MESA CON VARIAS VELAS

Ya son cerca de las doce y ellos abajo empiezan a corear mi nombre. Yo no quiero bajar, me siento bien acá acostado y con la televisión iluminando parte de esta oscura habitación donde ahora duermo una pesada siesta en la que se muy bien que me costara levantarme. Ni siquiera sé que es lo que están pasando, abro un poco los ojos y con una mirada neblinosa logro entrever un partido de vóley ya muy avanzado de la liga de nuestro país. Nuca me gusto el vóley, pero la televisión esta cumpliendo con su único deber en este momento, ser el arrullo de mi siesta. Su tenue sonido me adormece y me endulza el odio para hundirme en esta amplio y esponjoso colchón en que me vuelvo a abandonar en un sueño profundo. Pero me arrancan de el los aplausos que ahora afloran de manera insoportable. Aplausos ordenados y coreografiados, estallan al separar mi nombre en silabas. Mi nombre es Carlos, por lo tanto, dos aplausos bien apabullantes y sonoros bastan para acompañar el llamado. Tengo tiempo todavía, se que esto empieza de esta manera y tardan un buen rato en obligarme seriamente a bajar a donde están todos ellos. Mejor vuelvo a cerrar los ojos y dejo que los discretos comentarios del relator de vóley me vuelvan a conducir a el reino de los sueños en donde estaba disfrutando de mi siesta después de la cena. Además, me duele bastante el estómago. Ya varias veces me dijo el doctor que tengo que cuidarme, que le afloje a el vino y a los postres, sobre todo a las deliciosas tortas de chocolate y crema que hace mi hija, a las cuales no puedo resistirme bajo ningún punto de vista. De todas maneras, mi voluptuosa barriga sirve de almohadón para mis manos. Ahí entrelazadas están bien cómodas y firmes, es el mejor lugar para dejarlas estacionadas y después evitar levantarme con un hormigueo horripilante que me deja manco por largo rato mientras lucho para levantarme con el brazo colgando y la mirada perdida. No hay nada mas lindo que esta siesta. Me avivo que los anteojos se me están deslizando por el pecho y los agarro justo antes de que se caigan directamente al suelo. Tengo que cuidarlos porque no quiero volver a joder a mis hijos para que me alcancen hasta el oculista a comprar un par nuevo, ya van varios que se me rompen de la misma estúpida manera. Me volteo de un lado. Me volteo del otro. Mejor vuelvo a como estaba, boca arriba siempre fue mi posición favorita para dormir la siesta. Cuando mis ojos vuelven a cerrarse lentamente, desapareciendo frente a mi la imagen de el equipo amarillo festejando un buen bloqueo que desemboco en un punto, los llamados se detienen y empiezo a escuchar los pasos de alguien subiendo la escalera del otro lado de la puerta de mi habitación.

Pa, dale pa levántate que vamos a soplar las velas. Dale, no seas vago que ya van a ser las doce. Si queres podes soplar y te volves a acostar. Apúrate que ya se están por ir Franco y la mujer con los chicos, porque mañana se tienen que levantar temprano que es la comunión de la sobrina y tienen que viajar lejos. Eso sí, péinate un poco porque seguro tenes los pelos para todos lados y vas a salir echo un escracho en la foto. Son tus 85, no es un cumpleaños redondo, pero es una fecha importante. Te espero del otro lado, levántate tranquilo y te ayudo a bajar la escalera si no podes.

Entonces ahí voy. De a poquito me incorporo en la cama y me siento de costado. Una risa un tanto inocente se me cae al notar que me acosté con las zapatillas puestas. Tantas veces les dije de todo a mis hijos por hacer lo mismo. Busco los anteojos y cuidadosamente me los vuelvo a colocar dando unos pestañeos bruscos y rápidos como destellos que aclaran mi visión. Manoteo la tecla de la luz y voy hacia el baño. Ahí estoy yo. Carlos Rodríguez, con mis ochenta y cinco años encima. Con un anciano que me devuelve el espejo al que creo no conocer. Cuantas eran las veces que a lo largo de todos estos años me detuve y me miré al espejo esperando reconocer a la persona que se proyectaba del otro lado. Desde que era un chico que no noto como los años se adueñan de nosotros y nos devuelven solo en esos segundos donde nos quedamos ahí petrificados, mirándonos e instintivamente preguntándonos por dentro: “¿Este soy yo?” y lamentablemente si, esto es de lo que el tiempo se adueño y lo que nos deja ver cada tanto. Como si fuese un zoológico donde observamos a los animales en cautiverio atravez de una ancha y kilométrica jaula de hierro. El mismo Carlos que jugaba hasta 3 partidos de futbol en un día y que podía cruzar un rio nadando si se lo propusiera, ahora tiene que dejar a la hija parada del otro lado de la puerta para que lo sostenga del antebrazo para bajar una misera escalera de madera de diez escalones. Que tiene que llevar a todos lados a donde va un grueso bastón de madera con una empuñadora aguileña de bronce que le congela los dedos en invierno y que le pela la mano en verano. Eso nos quito el tiempo y esto nos devuelve. Mojo el peine con dos pasadas lentas bajo el chorro de agua que mana del grifo y me lo paso de izquierda a derecha peinando prolijamente lo que me queda de pelo. Lo paso una, dos y hasta tres veces para dejar bien aplastado hasta el ultimo pelo. Me observo a el espejo por última vez y ahí estoy, el momento en el que hago las paces y salgo directo hacia la puerta que da al comedor, donde ahora me esperan todos.

¿Cómo dormiste pa? ¿Bien? No te aplastes tanto el pelo, te dije que te queda mejor si te pasas un poquito la mano así y te lo dejas como mas revuelto arriba. Si ya se que siempre te peinaste así, pero créeme que de esta manera te queda un poquito mejor. Vamos bajando dale que ya pusimos la torta y estamos esperándote para cantarte el feliz cumpleaños. ¿Queres agarrar el bastón o podes solo? Si ya se que no te gusta el bastón, pero te ayuda a caminar y te va a mejorar la postura si lo usas mas seguido. Bueno tampoco una “cagada” che, puede que sea medio berreta el diseño, pero la utilidad que tiene es la misma que la de todos. Dale, vamos bajando. Ahí, despacito con ese escalón que tiene la madera media floja ahí en la punta. Eso, ahí va. Muy bien papa, estas cada día más firme vos, ¿Qué estas haciendo gimnasia y no nos dijiste nada? Que personaje que sos. Bueno anda y sentate enfrente de la torta que voy a buscar el celular así te saco una foto con los chicos. Anda, dale.

En la punta de la mesa esta la torta, elegantemente decorada y con mi nombre cruzándola en forma de arcoíris. Encima de ella están las velas. Madre mía que son muchas. Obviamente no son todas las que me corresponden por mis ochenta y cinco, pero aun así ahí muchas y de todos colores. Parece mentira que cuando era chico uno veía la pequeña torta que nos hacia mi mama con cuatro o cinco velas y ya le parecía un montón, que ya uno era grande porque la torta se le empezaba a llenar de velitas por todos lados. Esa fue una costumbre que yo quise mantener. En otros cumpleaños ahora simplifican todo poniendo dos velones enormes con forma de números y listo. Hasta a mi señora le hicieron eso un año antes de morir. No viejo, yo quiero las velitas en la torta, por mas que no entren. Es una manera un tanto graciosa de ver como a uno se le van llenando los casilleros de la vida. Así que acá estoy nuevamente, me siento en la punta de la mesa y mi hijo mayor se encarga de prender una por una las velitas. Cuando todas están con su llamita chiquita ardiendo arriba del todo, empiezan a cantar el tan conocido feliz cumpleaños. Primero esperan y se miran, para coordinar todos el primer aplauso y el primer verso. Entre las llamitas pequeñas y el humito que se desprende de ellos, arranco a visualizar sus rostros uno por uno. Parece mentira che, pero que distinta es esta imagen a la que tenia cuando era un cumpleaños mío hace muchos años. Antes veía a mi mama, a mi papa, a mis abuelos que por algún extraño motivo se emocionaban cada vez que me cantaban el feliz cumpleaños, a mis amigos del barrio que estuvieron en la imagen hasta hace muy poco, a mis tíos Andrés y Antonio, a mis tías Rosina y Lucia, a mis vecinos y también a mi perro Indio sentado en el fondo con la lengua afuera y la cola revoloteándole desesperada de un lado a otro expectante por los pedazos de torta que iban a caer al suelo en instantes. En aquel tiempo no pensaba que esa imagen iba a cambiar. ¿Cómo iba a poder pensar que esas personas no estarían nunca mas del otro lado de las velitas? Para mí, mama y mi papa iban a estar siempre para traerme la torta, prenderme las velitas y después ser los primeros en darme un beso y un abrazo que me estrujara todos los huesos cuando terminara de soplar y pedir mis deseos. ¿Quién iba a pensar que un día iba a levantar la cabeza y todos los que están ahora del otro lado de las velitas iban a ser rostros con los que no soñé jamás? Personas que me era imposible de imaginar que estén frente a mí. Que ahora la que me trae la torta y es la primera en saludarme es una mujer alta de pelo rubio y que trabaja de abogada para el poder judicial de mi ciudad. Que ese chico que en lugar de aplaudir le pega a la mesa con las dos palmas hacia abajo, no es mi amigo del colegio Ricardo Cardetti. Que el que me saca las fotos con todas las personas, no es mi tío Luis que era el único que tenía una cámara y que había hecho el curso de fotógrafo en la capital. Que ahora todos estos son mis hijos, mis nietos y mis sobrinos. Me encantaría que aquellos con los que yo pensé que contaría siempre para cantar mi cumpleaños ahora estén frente a mí. Que esta inmortalidad que sucede por unos segundos no es una inmortalidad como tal sino una esperanza de que el tiempo, al igual que con nuestra figura, no se adueñe de ellos y se los lleve para siempre. Pero cuando la canción esta terminando y el ultimo “Que los cumpla feliz” se emite con fuertes vítores y aplausos y todos esperan a que yo sople con fuerza para apagar las velitas y al hacerlo los aplausos estallan todavía más fuerte junto con silbidos y mas golpes a la mesa, me doy cuenta de que quizá el tiempo no es tan tirano como creemos que es. Que nos quita pero que también nos da. Porque estas personas que no pensé que tendría nunca del otro lado de las velitas, me abrazan, me besan y me festejan con la misma intensidad que aquellos que si pensé que nunca se irían. Porque eso son, al fin y al cabo, mi familia. Y mientras ellos sean los que estén del otro lado de las velitas, puedo creer en que el tiempo no es tan malo como a veces creo que es.

Feliz cumpleaños, papa. Ahora sacamos una foto con todos y después cortamos la torta. ¿Qué? No, olvídate. Te dijo el medico que no podías comer más. Bueno, esta bien. Una porción y con eso te arreglas.

Te quiero mucho, papa.

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