Una extraña paradoja

Dicen que en 1944 un físico indio llamado Kalu Kumari, se quedó una noche observando unos apuntes que él mismo había tomado sobre las extrañas paradojas de la mecánica cuántica imaginada en Occidente por el investigador alemán Max Planck a principios del siglo XX. Recordó los relatos de los libros sagrados de la India que habían cautivado su imaginación desde niño y a los filósofos griegos como Aristóteles y Platón que ya andaban pensando en esas cosas.

Se había graduado en La Academia de Ciencias de la India interesado en la Mecánica Cuántica que se ocupa de estudiar la naturaleza de la materia a escalas infinitamente pequeñas. Como era de un espíritu inquieto y al no encontrarse satisfecho, tomó la decisión de romper las ataduras de la lógica científica europea predominantes en su época, e ir en la búsqueda de respuestas en un antiguo monasterio que había escuchado hablar que se encontraba en la sagrada colina de Arunachala, en el estado de Nadu. Su sueño, era dar con el venerado Ramana Maharshi, unos de los grandes sabios de ese tiempo con el deseo de entender el enigma que lo tenía desvelado.

Ignoraba con qué se iba a encontrar y si sería recibido por el sabio, pero su instinto era infatigable. Luego de un largo viaje y apenas clareando el día, se presentó en el monasterio y tocó a su puerta. Un monje ataviado con una toga bermeja abrió el portal y le preguntó a qué obedecía su visita. Kalu, le dijo que venía de una comarca muy remota a intentar comprender los misterios del cosmos y que sabía que, en ese lugar sagrado, había un sabio que lo podía ayudar en su inquietud. El religioso lo hizo entrar y lo invitó a que lo aguardara bajo la sombra de un roble.

Pasó un tiempo contemplando encandilado la formidable edificación, los alrededores y los pájaros que se arremolinaban en bandadas en un silencio profano que solo era interrumpido por otras aves que comían las bellotas esparcidas por el piso. Fue cuando un hombre se le apareció sin que lo hubiera advertido y se anunció con su nombre, Ramana Maharshi. Su sorpresa lo dejó sin habla como si estuviera ante una visión divina. Kalu, se presentó humildemente con un sesgo de vergüenza y le transmitió su contrariedad. Ramana, lo observó sonriente y lo invitó a sentarse bajo la sombra de ese árbol majestuoso. Se tomó una pausa, pensando lo que había escuchado del joven y comenzó a decirle: “Amigo Kalu, solo puedo manifestarle que usted se halla atrapado en esa paradoja que me acaba de narrar. Yo conozco un sendero que, si está dispuesto a acompañarme, quizá entienda y disipe su tormento”. Kalu le preguntó si tenía que acompañarlo hacia algún sitio sagrado y le aseguró que estaba preparado, porque para eso había llegado.

El sabio se paró a su lado y comenzó a hablar con su vista perdida en el horizonte mientras un suave viento los abrazaba como antesala para escuchar sus veneradas palabras: “Este es el lugar estimado Kalu, usted ha vivido estudiando y es muy loable, pero ha equivocado el camino. Su paradoja tiene una respuesta sencilla que reclama desprenderse de muchos conceptos que el hombre occidental no ha sabido entender. Los científicos son muy ingeniosos, sin embargo, no han advertido que viven atrapados por el mundo de los objetos, donde la materia y el tiempo corren a una velocidad inaudita. Han extraviado la perspectiva y caen en un abismo insondable luchando contra ellos mismos siendo sus peores enemigos. Si persiste por ese itinerario, nunca entenderá el sentido del cosmos, solo descubrirá caminos nuevos pero que le abrirán más interrogantes que le deparará otros y así en una travesía sin fin. Deberá comprender que hay un atajo que no está en su ecuación y si insiste errando el sendero jamás llegará a su destino.

Su mundo es semejante a un laberinto donde se extraviará. Será arrastrado por sus conjeturas llevándolo a un descontrol que lo empujará en lo profundo, se hundirá inducido por su ceguera, es más, se los transmitirá a sus discípulos como si fuera una enfermedad hereditaria. Nunca evolucionará. Ha confundido la huella que lo conduce a una contradicción irremediable que lo tendrá perdido para siempre.

El veredicto que lo ha traído hasta aquí es como una obra de arte que puede tener múltiples interpretaciones según el observador. Deberá determinar si es una visión racional occidental o una percepción cósmica. La primera, conduce a una sucesión de preguntas interminables, la segunda es la que nos lleva a casa. Si usted pretende que le ayude tendrá que acompañarme”.

Se levantó, e invitó a Kalu hasta una acequia cercana que bajaba de la montaña fluyendo agua del deshielo. Cuando se acercaron, Ramana, se agachó y sumergió su mano en el arroyo que corría rápidamente pendiente río abajo. Kalu lo observaba y antes que ensayara una pregunta, Ramana que parecía ya saberla le dijo: ¿qué esperaba que ocurriera, que el agua presurosa iba a eludir mi mano?

– “No, contestó Kalu, era de esperar que el fluido chocara con su brazo. Así funciona la materia y está demostrado como un molino que abastece del líquido a una aldea o una hoja que cae y es arrastrada por la corriente”.

– “Amigo Kalu, ¿no pensó alguna vez que un suceso tan obvio puede tener un significado diferente de acuerdo al observador? ¿Si quito mi brazo del agua y usted lo encuentra completamente seco, qué pensaría?

– “No sería normal, o habría algún truco que no pude advertir”.

Ramana, extrajo su brazo de la acequia y estrechó la palma de Kalu que se quedó tieso al sentir que su mano estaba completamente inalterable.

– “No lo entiendo, lo vi poner su mano en el agua que debería estar mojada”.

– “Tiene razón amigo, debería estar goteando todavía, solo que no puse mi brazo, usted observó un suceso que subyace en su plano físico de acuerdo con lo que le dictan sus sentidos y su razonamiento. Lo que contempló es lo que su mente está educada para entender, pero que no se ajusta a la realidad. La materia es una condición elemental que hasta se puede medir con los métodos del criterio occidental. Lo que acaba de presenciar, es la transmutación de una sustancia, en un estado que no subyace según los parámetros de la física convencional e imposible de medir. Yo solo puse mi mano en una acequia que parecía conducir una corriente de agua, pero en verdad aquí no hay nada, ni agua, ni un torrente. Es un fenómeno que creemos advertir porque así nos sugieren nuestra capacidad. Es una mera interpretación de la materialidad que se ajusta a lo que observamos”.

¿Qué debo pensar entonces, dijo Kalu, que todo es una ilusión?

Ramana, lo miró con compasión y le respondió: “Si, Kalu, es una ilusión que ni usted ni yo comprenderemos jamás porque no hay nada que entender. Deje correr el agua en su mente río abajo que lo llevará inexorablemente por el cosmos para aprender que la realidad es una simple conjetura”.

Kalu, regresó finalmente por donde había venido y nunca olvidó las palabras de Ramana. Su vida transformó su destino hasta tal punto que abandonó por completo sus estudios de la física. Según dicen, se refugió en una ermita en lo alto de una montaña enseñando a unos discípulos la sabiduría de Ramana y miraba todas las noches el firmamento estrellado convencido que era una mera ilusión, un interrogante que no merecía explicación. Solo se preguntaba por qué no lo había advertido antes.

Lo que Kalu Kumari siempre ignoró, es que aquel monasterio que visitó hacía tantos años para escuchar las palabras del venerable sabio Ramana Maharshi, había sido demolido en 1922 durante la dominación británica.

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