Cuando era chica pensaba que mi vida estaría resuelta para los 25 años, a medida que fui creciendo la realidad me fue golpeando cada vez más fuerte, con 29 años, no me recibí de ninguna de las carreras que comencé, no me convertí en la exitosa profesional que salvaría a mi familia de la pobreza, no tengo casa propia, no viajé al exterior, no cambié ni mejoré ni un céntimo el futuro del mundo, no hice absolutamente nada que haga que trascienda el hecho de haber vivido, nadie me recordará por mis hazañas, ni nadie en lo absoluto después de unos años de haber muerto podrá traerme de vuelta a su memoria, porque tampoco hice grandes amistades, mi desapego por las personas fue creciendo de igual manera crecía la verdad sobre mi miserable futuro.
Me levanto cada día, sin horario definido, despierto sabiendo que no tengo grandes cosas por hacer, me obligo a desayunar en un horario en el que debería almorzar, me recuesto en el piso, y miro mi celular, espío las vidas perfectas de Instagram, y me olvido un poco de mi triste panorama, cuando me canso, me recuerdo que la vida puede ser peor, y enumero en mi mente las migajas de los logros que me mantienen aún creyente de que el futuro puede mejorar, traigo un poco de optimismo a mis pensamientos con absurdas frases inspiraciones, y vuelvo un poco a la vida para terminar de hacer lo que debo hacer para vivir, lavo los platos, lavo la ropa, cuelgo la ropa, la descuelgo, la doblo y la guardo, tiendo la cama, barro en un interminable paseo por mi diminuta casa apodada “el rancho”, baldeo para refrescar el caluroso ambiente que cada día me azota a las 3 de la tarde, mojo las paredes en un intento de disminuir el agobiante calor dentro del rancho, me fijo por mi gata, su comida, su agua… y vuelvo a tenderme en el piso desesperada por otra dosis de irrealidad, abro mi Instagram y vuelvo a mi faceta de espía.
Me imagino vidas, en las que conozco París, Londres e Italia, donde soy una empresaria reconocida, respetada y admirada, vidas en la que soy una mochilera viajando por el sur de Argentina haciendo ayudantías, y soy instagramer con millones de seguidores, en algunas vidas soy constructora de mi propia casa, una excelente arquitecta, en algunas otras hasta tengo hijos y un auto propio. En todas mis vidas soy feliz, y a veces se vuelve embriagador imaginar.
Tengo mucho tiempo al pedo, y pocas ganas de hacer.
¿Y el trabajo?, ¿para cuando el titulo?, ¿y los hijos cuando vienen?, ¿terminaste tu casa?. Tenés que llevar una vida saludable, comer saludable, vacacionar, trabajar de lo que amas, tenés que ser feliz, obligadamente feliz todo el tiempo, ¿qué estás haciendo que tu vida no es instagrameable?. Siempre esas preguntas se sienten en un dolor en el pecho, y son como ecos en mi mente en un interminable zumbido de mosca, que me repite, ¿porqué no estoy siendo estúpidamente feliz?
OPINIONES Y COMENTARIOS