…se puso el piloto, sujetó el paraguas y se fue. Salió buscando un poco de aire. Cruzó el corredor del edificio, de esas construcciones añejas, antiguas, de ascensores con puertas de rejas y escaleras con pisos de mármol. Salió inspirando fuerte el viento fresco que soplaba. Bocanada de oxígeno intensa. Lloviznaba. Abrió el paraguas y empezó a caminar. Medianoche. El reloj ya marcaba un nuevo día. Las gotas rozaban su cara, no había nadie en el bulevar. Las luces de las casas adornaban la ciudad.
Era una de esas noches donde no pensaba en nada. Cualquier lugar en el que le sirvieran una copa de vino, era un buen lugar. Entró con los pies mojados, cerrando el paraguas, marcando con su mirada una mesa al lado de la ventana. Se sentó. Sonaba música de fondo, un suave jazz aterciopelado que le acariciaba los oídos. Se relajó. Sintió un chirrido de puerta abriéndose. Supo en ese preciso instante, al verlo entrar, que a la mañana siguiente despertarían juntos…
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