Una carta de amor verdadero.

Una carta de amor verdadero.

S.S.Caveda

08/04/2022

Querido hijo:

El día que supe que por fin estabas dentro de mí, fué, a la vez, el más feliz y terrorífico de toda mi vida.

Estaba muy ilusionada con la idea de ser madre, pero a la vez tenía un miedo atroz a todo lo desconocido que ello conlleva.

Mi embarazo fué tranquilo, a pesar de que tú eras demasiado grande y tus enormes pies empujaban continuamente hacia arriba mi estómago.

A partir del quinto mes vomitaba la mitad de lo que comía. Aun así estaba encantada.

Te cantaba canciones que yo misma inventé para ti. Te ponía música relajante y me tumbaba a sentir cómo te movías. Fueron los nueve meses más cortos de mi vida.

No puedo decir lo mismo del parto. 

Llegaste un 24 de Diciembre, con la mitad del personal del hospital de vacaciones y tras diecinueve horas de contracciones. No me pusieron la  epidural, porque por lo visto sólo había un anestesista y estaba en quirófano (al menos eso fué lo que me dijeron para que me callara). Cuando me pasaron a la sala de partos me asustaron mucho, diciéndome que si al tercer intento no te sacaba, lo harían ellas con forceps.

Sólo de pensar que podían coger tu cabecita con aquello, me entró tanto miedo que no necesité más acicate.

Empujé con todas mis fuerzas. Sentí cómo me desgarraba, pero ningún dolor me podía frenar. Ya estabas ahí. Con el segundo esfuerzo te sentí salir.

Pero no llorabas. En las películas los bebés lloran nada más nacer, pero tú no llorabas.

– ¿Por qué no llora? Pregunté angustiada.                 – Tranquila, mujer, que está expulsando el moco…

Entonces te oí.

No lloraste. 

Fué como el rugido de un león. Un sonido gutural, que indicaba que habías llegado y que eras fuerte y con carácter. 

Inmediatamente te reclamé y te posaron en mi pecho con precaución, ya que yo no podía parar de temblar, pero te abracé y empecé a besar todos tus deditos, tus orejas, tus ojos, que estaban cerrados por la hinchazón que te produjo el esfuerzo de salir, tus grandes manos de largos dedos que se aferraba a mi índice derecho con tanta fuerza que les costó separarnos.

En ese momento supe lo que era amar. 

Amar incondicionalmente.

Ya son más de veintidós años los que llevo amándote así y pase lo que pase, así será por el resto de mis días.

Sé que lo sabes, pero he querido escribirte esta carta, para que alguna de esas veces, en las que no sé ser una buena madre, puedas leerla y te recuerde, que a pesar de todo el amor que te prodigo, puedo meter la pata, pero siempre serás el gran amor de mi vida.

Te quiere: tu madre.

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