El frío se hacia cada vez mas intenso, a pesar de que el sol ya daba signos de vida en el cielo, la gente impaciente esperaba su llegada a lo lejos, pero lo que parecía ser un aviso afortunado resultaba siendo una falsa esperanza de su llegada, aparentemente próxima. El reloj marcaba las 6:00 a.m., mi impaciencia era notoria y las demás personas con sus miradas toscas me daban a entender que ellas también se sentían incomodas allí y que querían marcharse pronto, necesitaban vivir sus vidas. El reloj anunciaba las 6:15 a.m., como un rayo paso el primero de ellos ilusionándonos, haciéndonos creer que estaría allí para nosotros -algo muy alejado de la realidad-, pasó como si nada, dejándonos esperanzados sobre una calidez reconfortante pero efímera de aquella mañana de lunes, mi reloj aparentemente adelantado marcaba las 6:18 a.m., el día apenas empezaba y ya íbamos mal. Cada minuto que transcurría representaba una tortura involuntaria pero al fin y al cabo tortura; el tiempo siempre ha sido mi enemigo, la carrera paralela a el siempre nos dice que por mas que corramos incesantemente vamos a perder, el es indetenible, indestructible, y es inevitable su paso; mi afán se veía reflejado en mi rostro al igual que en el rostro de quienes estaban tras de mi y delante de mí, la preocupación aumentó cuando observé el reloj, eran las 6:20 a.m., mi espera era algo insoportable.

Cuando al fin llegó, después de que tres de ellos nos dieron la espalda dejándonos abandonados en la angustia, sentimos un alivio, ya que pronto cumpliríamos nuestra misión del día, todos nosotros, personas totalmente desconocidas nos reuníamos involuntariamente en el calor aquel que no nos gustaba, pero a la vez si, el calor de un viejo pero agradable bus.

En el momento en el que inicié mi recorrido, abordando precipitadamente ese viejo bus, se vinieron a mi mente innumerables pensamientos, que llevaría conmigo el resto del viaje, eran las 6:30 a.m., las cosas parecían mejorar.

Las reflexiones me abordaron y fueron cambiando a lo largo de mi viaje, una iglesia, un edificio, una simple calle, cada cosa generaba una reflexión diferente, de esas que solamente son experimentadas en aquellos instantes únicos de mi mente, al igual que todos mis compañeros de viaje, iba pensando en mi vida y en los diversos problemas que la agobiaban, en mi familia y en mis amores de juventud, en los trabajos de la universidad, que tenia que presentar en el transcurso de esa semana, y lógicamente (en un pensamiento juvenil) no había realizado; y estando en estas reflexiones cotidianas pasó algo que interrumpió mis pensamientos en el bus: una mirada enigmática penetró todo mi cuerpo atravesando y desnudando mi alma de una manera tal que me atemorizó, pero ese temor en realidad era por algo que tenia miedo a enfrentar: la mirada inocente pero incomprensible de un niño fija en mi de una manera tal que no es posible describir.

Cuando observé sus ojos sentí por todo mi cuerpo un viento frío que se deslizaba a tal punto que lograba hacerme temblar y bajar la mirada inmediatamente, -que ironía que esta sensación de temor y timidez fuese generada en mí por un niño-.

Perdí la concentración y mis pensamientos se esfumaron ya solo hacia dos cosas: observarlo bajando la mirada periódicamente y ver la hora en mi reloj, ya eran las 6:45 a.m., tiempo suficiente para llegar a estudiar.

Pensé en porqué su mirada me generaba tanto “malestar” o simplemente me incomodaba, y encontré una respuesta en sus ojos negros y grandes, tal vez su mirada lograba reflejar todos los sentimientos que se generan en esta etapa de la vida tan importante: amor, odio, temor, alegría, y otro numero de infinitas sensaciones que generalmente se experimentan de manera más intensa y pura cuando somos niños, somos esponjas absorbiendo lo bueno y lo malo que el mundo nos da, hasta crecer y llegar al lugar donde nos encontrábamos, sentados, callados, y reflexivos acerca de nuestras vidas y de las complejas situaciones que nos rodean todo el tiempo, reunidos como todos los días sin quererlo, por que la precaria situación de pobres nos obliga a gastarnos treinta mil pesos semanales alimentando aquel que nos abandona en las mañanas y nos hace sufrir de frío y cansancio, además de los innumerables peligros que padecemos en su espera.

El reloj anunciaba las 6:50 a.m., era el inicio del fin de mi recorrido, pero las terribles reflexiones a causa de aquella mirada no daban espera en mi cabeza, todas se agolpaban como queriendo salir de allí generando en mi aún mayor temor.

Por la ropa que traía puesta aquel niño era obvio que su condición económica no era la mejor y eso era aún mas incómodo ya que verlo me transportaba hacia el pasado reviviendo mi infancia en la cual por circunstancias de la vida me encontraba en las mismas condiciones, recordar eso me horrorizaba, al observar con quien iba me di cuenta de que éramos muy parecidos, su madre lo llevaba de la mano hasta que alguien adelante le brindó un puesto, el se sentó, pero su mirada seguía fija en mi, como si tuviera conocimiento del temor que me causaba, el reloj marcaba las 6:56 a.m. y en ese momento algo más pasó que hizo de ese viaje algo mágico e inolvidable.

Llegando al final de mi recorrido comprendí algo realmente importante: que en realidad era algo que me amedrentaba y me generaba repulsión hacia él, pero también era un sentimiento nostálgico, mi deseo más profundo hacia un verdadero sentimiento, no bueno ni malo, sino puro en su más infinita esencia; y de su mirada enigmática y su expresión incomprensible, apareció una sonrisa que iluminó el interior de mi ser, tratando de decirme: – todo anda bien, el pasado hace lo que eres hoy-.

El reloj marcaba las 7:00 a.m., debía iniciar mi día, alejándome de aquel pequeño y de toda la gente que allí se encontraba, comprendiendo que, aunque los días y las circunstancias fueran difíciles, siempre las peripecias de una salida, reflejadas en alguien, me darían oportunidades incontables de volver a querer a pesar de todo.

Alejándose mi viejo enemigo, pero mi gran aliado se llevó aquella aventura mágica y al pequeño que cambió mi pensar, diciendo: espérame pronto volveré por ti.

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